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La nada es mía

A [Artículo publicado en Almudí. Revista de cultura de Murcia, nº 12, julio de 2021] 

La noticia se hizo viral a finales del pasado mayo: el artista Salvatore Garau vendía por 15.000 euros una obra invisible. Io Sono era el título de esta escultura inmaterial que mostraba una idea, una emoción pura, una proyección mental del artista en un espacio vacío. 

Varias semanas después, el artista el norteamericano Tom Miller demandó a Garau porque él ya había expuesto una nada de esas características en 2016, Nothing, que fue “instalada” en una plaza de Gainesville, en Florida. Por si eso fuera poco, unos días más tarde, otro artista, el español Boyer Tresaco también denunció que él llevaba realizando este tipo de esculturas invisibles desde hacía años. Una de ellas, 2.200 decímetros cúbicos de Nada, se encuentra “expuesta” en la Fundación-Museo que el artista tiene en La Manga del Mar Menor.


Vista desde fuera, esta situación parece una competición entre vendedores de humo. Pertenece a la serie de noticias sobre el arte contemporáneo que cada dos por tres florecen en los medios y que parecen consolidar la imagen extendida de este mundo con un lugar de farsantes en el que nadie reconoce que el emperador está desnudo. Sin duda, esa es una visión ingenua y maniquea del mundo del arte, y resulta ya cansado argumentar en contra de ella.

Por eso prefiero referirme aquí a otra cuestión central que emerge de esa sucesión de noticias sobre las esculturas inmateriales: el debate en torno a la originalidad y la propiedad intelectual de algo tan ambiguo como la nada. Y me interesa porque, entre otras cosas, pone sobre la mesa una cuestión central que sobre todo opera en el arte contemporáneo: el sentido de la obra va mucho más allá de lo que se ve, de tal manera que incluso obras aparentemente semejantes pueden estar a años luz en su intención, acción y significado. A esto lo denominó Arthur Danto “indiscernibilidad visual” y, en un contexto diferente, pero con unas implicaciones cercanas, Erwin Panofsky lo llamó “pseudomorfismo”. En ambos casos se trataba de la toma de conciencia de que una forma o una apariencia semejante no revela un significado o un mundo equivalente. Es decir, dos cuadros negros iguales pueden surgir de impulsos diferentes y construir significados incluso opuestos. Y eso, por supuesto, es lo que ocurre con las tres nadas por cuya originalidad pugnan estos artistas.

De hecho, la tendencia al cero o la nada ha sido una constante en el arte moderno. La nómina de vacíos, obras invisibles, silentes o desmaterializadas es infinita. Pero, sobre todo, su origen o su sentido proviene de varios caminos y genealogías. Ya Lucy Lippard y John Chandler hablaron de ellos en “La desmaterialización del arte”, su célebre artículo de 1968, Se referían al arte conceptual, pero también al arte que desustanciaba el objeto y lo hacía desaparecer. Una tradición que, en realidad, proviene de varias líneas. Una, fundamental, se vincula con el romanticismo y lo sublime: el desbordamiento del lenguaje y de lo visible, que nos lleva hacia lo inmaterial y lo intangible, casi en contacto con lo sagrado. Es la nada de la galería vacía de Yves Klein o la nada de James Turrell. Una nada que conecta también con el pensamiento oriental y que hace su aparición en el arte contemporáneo gracias a artistas como John Cage.

Junto a esa nada romántica, también encontramos la nada nihilista. La nada del sinsentido. La nada que supone una crítica a las convenciones artísticas, como la nada irónica del dadaísmo. La nada del Aire de París, de Duchamp, la nada del arte conceptual, de las obras mentales de Robert Barry, de las esculturas de humo de Robert Morris. Y, por supuesto, la nada política y existencialista: la nada de Teresa Margolles –la vaporización del agua con el que se han lavado cadáveres en la morgue de la Ciudad de México–, la nada del gas que inunda una sinagoga alemana en la polémica obra de Santiago Sierra, o la nada de los monumentos invisibles sobre el Holocausto de Jochen Gerz. La nada que evidencia el dolor, la violencia, la muerte, la ausencia. 

La lista es larga. Mucho más de lo que uno imagina. Nadas y vacíos con formas semejantes y significados contrapuestos. Por eso hacen gracia estos debates estériles.  Reclamar la originalidad o la invención de la nada o lo invisible es como reclamar la invención del lenguaje o la propiedad del cielo. Una tontería. Pero es cierto que nos sirve para algo: para ponernos sobre la pista de artistas que, con toda probabilidad, no hayan entendido nada de nada.


Comentarios

  1. Es la pura verdad. Y non acaece tan sólo en las artes figurativas, como cuando no hay figura. Sino también en la musica. Por ejemplo, Cage, 4' 33". Son cuatro minutos y 33 segundos en los cuales el pianista no hace nada, se pone delante del piano, pone la partidura sobre el atril, 1¨° ¨tiempo, vuelta la página, 2° ¨tiempo, y después el 3° tiempo, siempre sin tocar el teclado. El sentido pero no es que la música es la que no se oye, sino que siempre hay sonido, el público que se cansa, rie, grita. Eso lo hizo Cage en 1948. Ya pueden verlo e You Tube: https://www.youtube.com/watch?v=JTEFKFiXSx4

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