Diario de Ithaca 9 (Preferiría no hacerlo)
El jueves lo paso
leyendo una tesis doctoral de la que soy tribunal al día siguiente. Apropiación y estrategias publicitarias en el
arte español contemporáneo. Aprendo y tomo nota de muchas obras que no conocía.
La tesis es a las
cinco de la tarde en España. Las once en Ithaca. Me visto de cintura para
arriba y me dejo el pijama y las zapatillas. La tecnología funciona y puedo
escuchar a la doctoranda e intervenir. Incluso después, deliberar. Todo
perfecto. Y sin embargo, durante todo el acto, tengo una sensación extraña,
como si en cualquier momento fueran a descubrir que bajo la aparente imagen de
seriedad y el discurso intelectual sofisticado se esconde un hombre en pijama y
sin calzoncillos.
Por la tarde
comienzo a escribir el prólogo para Presente
continuo, el libro que la editorial Balduque va a publicar con el diario
que escribí hace dos años en La Opinión de Murcia. Presente continuo, diario de una novela. Así he decidido titularlo.
En realidad, el diario era una especie de making of de El instante de peligro. Y eso es lo que intento argumentar en el
prólogo.
Pienso en
quedarme toda la noche escribiendo. Pero a finales de la tarde Maria me envía
un mensaje. Si llevo vino, ella cocina unos gnocchi. Buen plan. Bajo las botellas
que me había traído de Murcia y nos bebemos una cada uno. Después, recibe un
mensaje: hay un cumpleaños en NorthStar y me propone acompañarla. El ambiente
allí es decadente, pero yo decido bailar y hacer como si me lo estuviera
pasando bien. En realidad, después de la botella de vino que llevo en el cuerpo,
algo de bien sí que lo estoy pasando. Cuando la cosa se pone algo tensa vamos
al Lot 10 y tomamos un gintonic que sabe a basura. Después llega Norman y nos
invita a algo que es whisky pero está caliente. Un mejunje vomitivo que me bebo
sin rechistar. Una chica me pregunta por lo que estoy bebiendo. Va en una jarra
y parece cerveza. Y yo, que aún no he recuperado el inglés, le intento decir “bebida
caliente”, pero me sale algo así como “drunk and hot” (borracho y cachondo). La
chica me mira raro y se aleja de mí. Maria vuelve a casa y yo decido quedarme
un poco más. Al poco tiempo me arrepiento de haberme quedado solo y vuelvo
andando a casa. Cuando me acuesto (aún no es ni la una) siento que he mezclado
demasiado y maldigo ese whisky caliente.
Me levanto con
una resaca tremenda y miro todos los suplementos culturales de España. Estoy
nervioso. Inseguro. Deseoso de encontrar ya las primeras reseñas de la novela.
En la Opinión publican la crítica de Leo y la de Rubén Castillo. Son elogiosas.
Y aunque en cierto modo lo esperaba, me alegran la mañana. A las once, con una
resaca de mil demonios, pasan a recogerme Francisco y Sebastián. Hemos quedado
para ver el clásico, que aquí es a las doce. Yo no estoy en mis mejores
condiciones. Y sólo cuando llega la pizza, después de dos Gatorades, comienzo a
poder fijar la vista en la pantalla. Ya es demasiado tarde. La debacle en el
Bernabéu ha tenido lugar. Lo que se ve es bochonorso. Francisco viste orgulloso
la camiseta del Barça. A mí ni siquiera me afecta la derrota.
Continuamos
bebiendo y hablando de literatura mientras en la tele ponen otro clásico,
Juventus-Milan. Ese fondo de pantalla tiene un tinte nostálgico. Me recuerda a
los noventa, cuando Il calcio era la
mejor liga del mundo y yo era un adolescente.
A media tarde he
resucitado del todo. Y continúo con Francisco, primero en el Westy’s, donde
seguimos bebiendo cervezas, y luego en una hamburguesería en el Downtown.
Demasiada vida insana para un día. Pero la conversación no puede ser más
agradable. Siento que he encontrado compañeros de intereses.
El domingo lo
paso encerrado en casa revisando de la traducción al inglés de Intento de escapada. Me fascina leerme
desde fuera. Incluso subrayo frases del libro como si hubieran escrito por
otro.
El lunes me
despierto y todo está nevado. Llego a Society y desde mi despacho observo el
paisaje. Me quedo hipnotizado frente a la ventana. Después de comer, tomo un
café con Valeria. Le digo que se parece a Anna, uno de los personajes de la
novela, sobre todo en el modo en que se pinta los ojos. Es todo muy extraño. La
ficción se abalanza sobre la realidad.
Por la noche, y
hasta la madrugada del día siguiente, escribo el epílogo de Presente continuo. Describo el viaje al
muro que protagoniza la novela. Me posee la voz. La segunda persona y la frase
corta. Vuelvo a revivirlo todo. Es una performance. Una actuación. Como meterse
dentro de un personaje. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos para escapar de
ese personaje y quitármelo de encima ahora, cuando escribo este diario y siento
que esa voz me habla desde un yo del pasado.
Una crítica mala
me amarga la mañana. Me da justo en el punto de flotación. Estoy inseguro.
Mucho más que de costumbre. Será eso de estar lejos.
La universidad
comienza a estar vacía. El martes apenas hay nadie. Parece un desierto. En el
comedor coincido con un alemán que conocí en septiembre. Viene con un militar
que dice que la III Guerra mundial está a punto de comenzar. No puedo parar de
mirar noticias. Se me mete el miedo en el cuerpo. Me lo quita un pequeño muñeco de nieve que se resiste a desparecer en una esquina del campus.
El miércoles por la tarde hacemos la compras para la cena de Thanksgiving. Maria y Joe van a cocinar y saben lo que hay que comprar. Yo llevo el carrito detrás de ellos y me siento inútil. No tengo ni idea de lo que hablan. El vocabulario culinario no es lo mío. Compramos comida como si estuviéramos esperando una guerra nuclear. Y bebida, como si nos preparásemos para el fin del mundo. Es Acción de gracias, qué esperabas, dice Joe. Es verdad. Qué esperaba. Mañana, una vez más, todo será como en las películas.
Comentarios
Publicar un comentario