Un año sin hablarnos

–Oye, tú ¿qué?, que ni me escribes ni me dices nada. Me tienes abandonado.
–Ay, perdona, es que llevo unos meses...
–Dirás "un año". 
–Eso, un año.
–Pero bien, ¿no?
–No te diré que no. No creo que me pueda quejar.
–Ni se te ocurra.
–Hombre, todo siempre puede ir mejor. Pero la verdad es que todo se parece mucho a un sueño.
–¿Lo dices por el Herralde?
–Lo digo por todo. 
–Lo de Cornell y eso, ¿no?
–Sí, claro. Y todo lo demás.
–Lo demás ¿qué?
–Todo, ya sabes, las cosas. La vida. Todo.
–Pero el caso es que yo te veo más gordo.
–Ya, y más calvo, y me noto como cansado. Pero pienso que será la edad.
–Entonces todo todo quizá no vaya tan bien. 
–Que sí, que va bien, que lo de la edad es inevitable.
–Pero ¿no te notas... como más viejo? ¿No sientes que ya todo es cuesta abajo? ¿No piensas que ya has dado todo lo que puedes dar y que el resto no es más que comenzar a descender la montaña?
–Si pensara eso, me dejaba morir ahora. 
–Ya..., no te creo. Te lo veo en los ojos. Estás triste. Por mucho que lo ocultes con la mierda esa de la novela.
–¿Triste? ¿Por qué debería estarlo?
–No sé, si no triste, melancólico, nostálgico... algo, tío, pero no estás bien.
–Y en qué te basas, si se puede saber, vamos.
–Joder, ¿lo dudas? En que has comenzado esta tarde a hablar conmigo después de casi un año de silencio. 
–Pero has sido tú el que ha empezado la conversación. Yo siempre he estado ahí. Siempre estoy, de hecho.
–¿Sí? Entonces ¿por qué no me hablas? ¿Por qué no me dices nada? ¿Por qué esperas a que sea yo el que inicie siempre el diálogo?
–¿Porque tú eres mi Súper Yo?
–Sí hombre, tu súper mierda. Aquí no hay jerarquías, lo sabes. Te apoyas en ellas para evadir tu responsabilidad. Pero sabes que nunca ha habido aquí nadie más importante que nadie. Nos lo dijeron al nacer y siempre ha sido así.
–Permíteme que discrepe. Yo siempre he querido ser como tú. Desde el principio, desde que me criaron en cautiverio. Ahí estabas tú ya, con tu gorra y tus gafas de pasta, y tus libros, y tus cuadernos...
–¿Yo? Dirás tú.
–No, tío. Eras tú. Siempre. Ahí. Por delante.
–No te entiendo. Confundes las cosas. 
–Los dos las confundimos.
–Quizá entonces no estés triste. Quizá simplemente confuso. Quizá es que mezcles lo que eres con lo que quieres ser.
–Quizá. 
–Quizá no. Seguro. A eso se llama insatisfacción. 
–¿Insatisfacción?
–Sí, como lo oyes. Frustración. Querer ser siempre lo que no eres. 
–Pero yo sólo quiero ser tú. 
–Y yo te digo que tú siempre has sido yo. 
–No lo recuerdo.
–No quieres recordarlo. 
–No. No lo recuerdo.
–Piensa un momento. Un segundo tan solo. 
–¿En qué?
–Pon la mente en blanco. 
–Ya. Ahora qué. 
–Déjala ahí.
–Eso es.
–¿Eso?
–Sí, lo que ves.
–¿Eso?
–Exacto. 
–¿Cómo has podido adivinarlo?
–Porque siempre hemos sido el mismo.
–Pero... yo te quería.
–Ya, y yo a ti. Pero las cosas son como son las cosas. Y no hay otro modo de encontrarse.
–Yo no quiero eso.
–Tú no puedes evitarlo. Eso te quiere a ti. No importa lo que tú quieras, pienses o desees.
–No lo acepto. 
–No tienes otra opción. Escribe: "se ha cumplido". Y déjalo en mis manos.
–Me resisto.
–No puedes.
–Sí puedo. Jamás vencerás.
–Ay, eres tan previsible.
–¿Sí?
–Sí.
–¿Por qué lo dices?
–Porque ya lo has escrito. 
–¿Yo? ¿Cuándo?
–Ahora. 
–Se ha cumplido.

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