Presente continuo (Semana del 20 al 26 de junio)

VIERNES 20 / Dormitar
Resaca todo el día. La salida de anoche fue la despedida. Sabes que va a pasar un buen tiempo hasta que vuelvas a darte una vuelta por la ciudad. Como puedes, te levantas y asistes a la consulta que tienes con el anestesista para la operación del martes. Está todo bien. Un poco de anemia y la bilirrubina algo alta. Pero nada preocupante. Te puedes operar. Llegas a casa y escribes el Presente continuo de la semana anterior. La cabeza te explota y apenas te puedes concentrar. Escribes lo que puedes. Después, caes rendido a la cama. 

SÁBADO 21  / A tiempo
Te levantas temprano y logras acabar el texto sobre el arte contemporáneo y el tiempo histórico. Cuatro mil palabras para la revista Puentes. Es el último texto que escribes este verano antes de ponerte a tiempo completo con la novela. Y lo entregas quince días antes de la fecha tope. Es la primera vez que logras algo así. La primera vez que la planificación ha funcionado.

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Por la noche, ves con R. Sólo los amantes sobreviven. Al principio estáis solos en el cine; parece demasiado literal. Después va llegando algo de más gente, aunque no demasiada. Jarmusch es un director extraño y la película es una delicia estética que disfrutas como si estuvieses degustando un fruto exótico. 

DOMINGO 22 / Desconectando
Dejas Facebook. Llega el verano y quieres concentrarte en leer y escribir. Las redes sociales son un peligro con el tiempo libre. Y desconectar de vez en cuando es garantía de salud. Es cierto que perderás el contacto con muchos amigos, pero es un sacrificio que tienes que hacer. Hay momentos para todo, y éste, lo sientes, es para iniciar la desconexión. 

LUNES 23 / Miedo
Todo el día ultimando gestiones. Reuniones en la universidad, hacer la Renta, comprar un pijama, recoger paquetes de correos, cortarte el pelo, contestar todos los mails posibles…, dejarlo todo resuelto.

Por la tarde empiezas a estar nervioso. Mañana te operas. Y no se te va de la cabeza. Le has dado más del mil vueltas a la operación. Hace un año estuviste a punto de hacerlo, pero siempre has tenido miedo. Este año, sin embargo, te vas a atrever. A pesar de los riesgos, a pesar de todo lo que supone. Pero sientes que es necesario, que ha llegado el momento de quitarte toda la piel sobrante del adelgazamiento. Perdiste más de treinta kilos hace unos años. Desde entonces te has seguido manteniendo en el mismo peso, pero la piel quedó como una camisa ancha. Y la del abdomen especialmente, que te molestaba para todo, como si llevaras una mochila colgando del vientre.Te encuentras con C. y te dice que te lo pienses, que su exsuegra se quedó en coma con la misma operación. Lees en Internet varios casos en los que se ha complicado y las cosas no han salido bien. Hay un momento en el que tienes que dejar de leer y escuchar para no arrepentirte de la decisión. Conforme se acerca la noche, el miedo se apodera de ti.

Antes de acostarte, le dejas a R. las instrucciones para acabar la novela y juntar los trozos que faltan si algo ocurriese. La pones nerviosa. Es una exageración. Pero es cierto que todo puede pasar. Y te resulta curioso que en esos momentos pienses sobre todo en que la novela se quedaría inconclusa. Te preocupan más cosas, claro. Pero en tu mente está la novela. Sientes que estás en paz con el mundo, pero que te falta algo que entregar. Es excesivo todo esto, sí. Pero el miedo no entiende de razones. 

MARTES 24 / Cirugía
Te levantas muy temprano. En ayunas. Sin agua ni comida. Ingresas a las ocho. Te operan a las nueve. Llegan tus hermanos y se quedan con R. en la habitación. Luego, todo sucede rápido y, sin embargo, el tiempo se vuelve espeso. Cuando te vienes a dar cuenta estás en el quirófano. La cirujano te pinta el vientre. Todavía haces chistes. El momento peor llega con la anestesia. Primero te ponen la vía en la mano; eso era lo que más temías, y sin embargo no lo sientes. La punción raquídea es otra cosa. Te tienen que pinchar varias veces con una aguja larga para llegar a la médula. La situación es incómoda. Y lo recuerdas como algo tremendamente doloroso y desagradable. Lo piensas ahora y te vuelves a marear.

En el quirófano hace frío. Estás rodeado de gente. Te tapan para que no veas lo que te van a hacer. Has mirado la operación en Internet y sabes lo que va a pasar. Literalmente, te despellejan. Te cortan y te levantan la piel del abdomen, cosen los músculos, tensan la piel, recortan lo sobrante y reconstruyen el ombligo. Querías estar consciente, pero no te das cuenta de nada eso. Lo recuerdas todo entre neblinas. Oyes voces, dices algo y ya te despiertas cuando te están cosiendo y empiezas a sentir algo de dolor. Están acabando, dicen. Todo ha salido muy bien, te tranquilizan. Tú estás atontado. No sabes la hora que es ni el tiempo que ha pasado. Tres horas de operación, dicen. Ha salido bien, te vuelven a tranquilizar.

Entre varios te pasan de la camilla a la cama. Te ponen una faja sobre los vendajes y te sacan del quirófano para llevarte al área de reanimación. Es allí cuando comienzas a sentir el dolor. La anestesia se te va pasando y lo que te han hecho te duele una barbaridad. Le dices a la enfermera que ponga analgésico por la vía como si fuera aquello el fin de los días. Es en ese momento de soledad cuando das gracias a Dios, o lo que sea que esté en las alturas, si hay algo ahí, por que parece que todo ha ido según lo previsto. Después te llevan a la habitación y allí está R. y tus hermanos. Los besas. Y te alegras de encontrarlos allí. Es la primera vez que estás en el otro lado. Y por fin sabes lo que se siente.

No tienes el cuerpo para bromas. Pasas la peor de las tardes que recuerdas. No puedes hablar, te duele todo, no puedes moverte, sientes ahí dentro los restos de una batalla. Ni siquiera puedes leer. Y eso sí que es grave. Te mareas varias veces y te das cuenta de que es porque no has comido. Cuando te traen la cena, la sopa te sabe a gloria. La noche se hace eterna, aunque menos de lo que temías.

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MIÉRCOLES 25 / Adaptación
A partir de las siete y media comienzan a venir a cambiar suero, pincharte, cambiar cosas. Siempre te ha resultado curiosa esa automatización de tareas. Ese momento en el que todo comienza a moverse. Y tú lo único que deseas es que te pongan de nuevo analgésico porque el dolor es insufrible.
A media mañana te dan el alta. Tienes que andar como sea y volver a casa. Ves las estrellas para levantarte de la cama. Todo te duele como si te hubieran llenado de puñaladas. Y andar ya es lo imposible. Tienes que hacerlo encorvado –van a pasar varias semanas hasta que te puedas estirar–, con el drenaje en una bolsa y dando pequeños pasitos. La escena es para verla.

Subir en el coche es una odisea. Y bajar, una Eneida. Llegar a casa, subir los escalones y sentarte en el sofá es la muerte. Pero al final consigues hacerlo. Te pones cómodo –lo de cómodo, es un decir– y empiezas a respirar. Vas a estar sentado ahí unas semanas sin apenas moverte. Por un momento, piensas si merece la pena todo, si es necesario, si no habría sido mejor aguantar. Lo piensas sobre todo cuando imaginas los días quieto, el dolor creciente, las curas, la faja, los drenajes, todo.Desconectas también Twitter. Dices “en casa. Cerramos la emisión hasta nueva orden. Buen verano”. Por alguna razón, piensas que es mejor desconectar. Se podría pensar que lo contrario sería lo más acertado: ahora que estás encerrado, Twitter e Internet te podrían servir como conexión. Pero no quieres. Prefieres experimentar el dolor tú solo, concentrado, necesitas cierta intimidad. Y sobre todo, es el momento para leer. Los libros siempre te han ayudado en los malos tragos. Y crees que es el momento de volver a ellos como la gran ayuda. Tienes cientos que leer; los has acumulado estos últimos meses; te esperan.

A media tarde logras una posición relativamente aceptable y R. pone junto a ti una pila con los libros que le has ido diciendo. No sabes por dónde empezar; probablemente llevarás varios a la vez. Decides hacerlo por algo light, Aniquilación, de Jeff VanderMeer, el supuesto bestseller del verano. Crees que al menos te entretendrá. Pero a las cincuenta páginas tienes que dejarlo. No sabes qué le han visto a esto. No funciona de ninguna de las maneras.

Después comienzas a leer Los Modlin, de Paco Gómez. Lo tenías reservado para algún momento especial. Es un libro que te interesa por muchas razones. La reconstrucción de una historia a partir de unas fotografías encontradas. El libro acaba fascinándote. La historia de los Modlin también se te mete dentro. Pasas la tarde leyendo. Viene tu hermano y tu cuñada a visitarte. Las visitas te distraen. Pero el dolor no remite.

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Por la noche, mientras R. ve Masterchef, decides distraerte con alguna película. Vivir es fácil con los ojos cerrados. La disfrutas. Javier Cámara está de diez. Y la historia también te llega dentro. Una historia sencilla, emotiva, inspiradora. Y, como la de Los Modlin, llena de realidad. Luego, mientras duermes dolorido en el sofá, en el sueño se mezclan las historias de Juan Carrión, John Lennon, y Elmer, Margaret y Nelson Modlin. Todos habitan el mismo mundo. Y todos te acompañan en el dolor que también se adueña de tus sueños.

Durante dos veces, tienes que llamar a R. para que te acerque la botella y poder orinar. No somos nada sin los otros. No eres nada sin R. 

JUEVES 26 /Paciencia
Levantarte del sofá después de toda la noche te cuesta horrores. Das un alarido de dolor y sientes el interior del abdomen como si hubieras hecho mil millones de abdominales. Eres una agujeta. Además, la faja y el drenaje se te han clavado sobre todo el pecho y te ha hecho heridas.A media mañana, tu hermano J. te trae el sillón relax de tu hermano P. y te salva la vida. Se levanta y se extiende automáticamente y ahí sitúas tu centro de operaciones. En ese trono acabas de leer Los Modlin. Definitivamente, te ha cautivado la historia. Y te da muchas ideas para escribir cuando puedas hacerlo.

De vez en cuando te levantas para andar por la casa con los drenajes en una bolsa. Te duele y al mismo tiempo te alivia mover las piernas. Aunque por supuesto sabes que no lo es mismo ni tiene nada que ver, estos días recuerdas a tu padre y a tu madre. Recuerdas que le ponías la botella, que le lavabas sus genitales, que tenías que ayudarlos a vestirse, recuerdas que “necesitaban” y que “les dolía”. Ahora, aunque sea transitoriamente –por Dios, eso esperas–, estás en el otro lado. Necesitas todo. Te das cuenta de que uno solo no es nada. R. es todo ahora. Sin ella, esto no sería posible. De ninguna de las maneras.

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Comienzas a leer a El arte de volar, el cómic de Antonio Altarriba y Kim sobre que cuenta la vida del padre de Altarriba a lo largo de la guerra civil y el franquismo. Una historia familiar de España. De nuevo, una historia real. Una historia que necesitaba ser contada. Vas a disfrutar el libro poco a poco. Todos los días unas páginas, sin prisa.


Cuando el dolor es fuerte no puedes concentrarte para leer. Tomas un analgésico y la cosa se calma un poco. Te das cuenta de que este es el ritmo de estos días: dolor, leer, dolor, leer, dolor, comer, dolor, dormir, dolor, dolor.

Por la noche, lees de un tirón Escarnio, la segunda novela de Coradino Vega. Habías leído algunas reseñas muy positivas y te intrigaba este escritor joven. Y la novela te abduce. No la puedes soltar. Incluso hace que te olvides del dolor. Es una historia en la que de nuevo te ves reconocido. Un estudiante de una familia humilde que se encuentra con una clase, un contexto y un mundo para el que no ha sido preparado. Es también la historia de alguien normal, de alguien que aspira a una vida digna. Y de cómo el mundo está lleno de dificultades para que esa aspiración en apariencia simple se pueda llevar a cabo.

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Cuando la acabas la lectura, ves un episodio de Bron/Broen, tomas una pastilla de Serenia e intentas dormir lo que puedes sentado en el sofá. Mañana te curan la cicatriz y te quitan los vendajes. Por fin podrás ver lo que te han hecho. Aún no has visto nada. De momento, sólo duele. Más de lo que habías imaginado.
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