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Del amor y la muerte

Amélie Nothomb: Diario de Golondrina.
Barcelona: Anagrama. 105 págs.


Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) es una de las ‘enfant terribles’ de la literatura contemporánea. Hija de un diplomático belga, pasó su infancia en Japón y, posteriormente, se afincó en Bélgica, país desde donde escribe con una celeridad difícil de igualar. Sus más de veinte libros la encaminan, cual Simenon, a un promedio de más de dos libros al año. Libros que, a pesar de no adecuarse al típico género-formato del bestseller, se convierten enseguida en superventas, algo que sólo se explica por la existencia de una gran masa de lectores fieles e identificados con su obra. Lectores, en su mayor parte, jóvenes y vinculados con la contracultura que Nothomb hace emerger en sus textos.Y es que si por algo se caracteriza la obra de esta escritora es por proponer, como muy pocas, una dura crítica a la cultura es
tablecida de nuestros días. Por medio de la provocación y la excentricidad, los personajes de las novelas de Nothomb se suelen embarcar en una lucha sin tregua contra lo establecido, buscando derribar una y otra vez las convenciones culturales que rodean al sujeto contemporáneo. Un sujeto que ha perdido ya la capacidad de creer en verdades que vayan más allá de lo que uno se impone en cada momento. Un nihilismo incontrolado.

Dotada de una escritura rápida y contundente, poética en algunas ocasiones y prosaica y banal en otras, Nothomb se desenvuelve mejor en las distancias cortas, novelas de apenas cien páginas que pueden ser entendidas, más que como obras cerradas en sí mismas, como modulaciones de un único argumento que desarrolla desde su obra temprana: el cinismo y el sinsentido de la vida contemporánea. En esta ocasión, Diario de Golondrina presenta la historia de un hombre corriente que, tras un desengaño amoroso, ha perdido la capacidad de sentir. Tras buscar esa sensibilidad en todo tipo de cosas, lo único que, al final, consigue hacerlo sentir vivo es el asesinato, que se convierte en una suerte de droga necesaria para poder paliar una vida completamente despojada de sentido. Como asesino, no siente ninguna compasión por sus víctimas. Pero esa frialdad absoluta se ve truncada en el momento en el que se enamora de una víctima a la que ya ha asesinado. El amor tiene lugar, podríamos decir, a posteriori, después de la muerte, en el recuerdo. Eros y Thanatos, vida y muerte, se conjugan aquí para hacer emerger una sensibilidad perdida. Una sensibilidad que sólo surge a través de la ausencia, a través de aquello que ya no poseemos. Frente a la presencia radical de la mercancía y la necesidad de ‘poseer’ el mundo para lograr la felicidad, aquí tiene lugar la posesión en el pasado, en lo que nunca podremos tener.

Como sucede en gran parte de los libros de Nothomb, incluyendo su autobiografía (Biografía del hambre), la exageración se erige como estrategia maestra del argumento y de la narración. La insensibilidad del protagonista es llevada al extremo, en ocasiones llegando incluso a situaciones a medio camino entre lo terrible y la caricatura. Algunos hablan de provocar por provocar. Sin embargo, es quizá éste el modo en el que la autora entiende que mejor pueden ser analizados los problemas de la vida contemporánea, llevándolos al límite. Así es más fácil poder identificarlos y, con posterioridad, analizarlos. Eso fue lo que realizó, por ejemplo, con los Reality Shows en Ácido sulfúrico, donde las bases del concurso también son llevadas al extremo de la muerte. Y eso es lo que sucede en Diario de Golondrina, donde queda claro que el sinsentido de la existencia de nuestros días, que nos conduce a la rutina del trabajo de mensajero, nos puede llevar también al asesinato continuado por el mero hecho de experimentar una sensación. Ésta es quizá la mayor dificultad que se le plantea al sujeto contemporáneo: justificar su propia existencia, sentirse vivo en un mundo que sólo parece producir muertos vivientes.


[Publicado en El faro de las letras, 22-7-2008]

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