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A casa

Milagrosamente, hemos podido subir todos los libros sin pagar un euro. Cincuenta y seis que he comprado más los siete u ocho que me llevé para trabajar. La clave está en embarcar a las cuatro de la mañana y pillar durmiendo a la azafata de facturación. Se ha empeñado en que las maletas no podían pesar más de veinte kilos cada una. Y en el intercambio de calzoncillos sucios de una maleta a la otra, se le ha olvidado que los equipajes de mano tampoco pueden rebasar esa cantidad. Así que hemos podido acarrear los más de veintinco kilos de libros por todo el aeropuerto hasta la hora del embarque.

El aeropuerto Charles de Gaulle merecería un análisis exhaustivo. Está para que lo jubilen. Hasta las cinco y media de la mañana, no hemos podido tomar ni agua. Todo cerrado, y ni una sola máquina expendedora. Y luego el camino hacia los satélites de embarque, donde ni siquiera puedes mear sin tener que salir de la zona de embarque.

A la vuelta, nos esperaba la solana de Murcia y su calor chicharrero que tanto habíamos echado de menos. Al llegar a casa, nos hemos encontrado una sorpresa. El frigorífico ha fenecido con todo lo que había en su interior. Mañana llegará el servicio técnico. Mientras tanto, hoy toca dieta blanda, partido del Murcia y episodio de Perdidos. Y en el sofá de casa, como Dios manda.

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Comentarios

  1. El aeropuerto Charles de Gaulle es el escenario perfecto para una peli postapocalíptica rodada en los años 70, pero así, tal cual está, en una hora tonta de un día de poco tránsito.

    En algunos aeropuertos hay una capilla multicredo para que vaya a aelevar sus plegarias al cielo los creyentes acojonados por tener que volar. En el De Gaulle, además, debería haber una sala de psicoanalistas para evitar la inminente depresión de cualquiera que tenga que pasar allí más de un par de horas.

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