Libros gemelos

Por cosas del azar y de los ritmos editoriales, en un mes he publicado dos libros. Son dos libros diferentes y, a la vez, gemelos. El arte a contratiempo reúne los textos sobre arte y temporalidad que he escrito en los últimos diez años. El don de la siesta es un pequeño ensayo narrativo sobre la siesta como un arte de la interrupción que he escrito en unos pocos meses. Un ensayo en el límite de lo académico –por momentos denso y filosófico– y un ensayo ligero y breve que linda con la memoria y la confesión. Dos libros formalmente antagónicos pero atravesados por un mismo impulso y una intuición común: la necesidad de encontrar modos de experiencia alternativos a los ritmos impuestos por la temporalidad capitalista. El arte como resistencia al tiempo moderno. Y la siesta como una especie de arte de la detención. Cerrar los ojos y frenar el tiempo en mitad del día como una suerte de performance o acción que contraviene la lógica productiva del mundo moderno. 


De alguna manera, El don de la siesta es la cara B de El arte a contratiempo, la versión afectiva y personal de aquello que en el ensayo "académico" trato con la vestimenta del crítico de arte. Pero, como decía, ambos libros se comunican. Y también ambos libros sirven de cierre. Por eso son tan importantes para mí. 

El arte a contratiempo cierra un periodo de trabajo sobre los usos del tiempo en el arte contemporáneo. Y también –y esto aún es más central para mí– un modo de escribir sobre arte del que me ha costado mucho desprenderme, una manera de acercarme al fenómeno artístico, una rutina crítica que poco a poco ha dejado de interesarme. El don de la siesta también cierra algo. En cierto modo, pone fin al mundo y la historia que protagoniza en mi novela El dolor de los demás. La casa, la huerta, el origen..., pero también la repercusión de esa novela podría haber dado para otra novela, una secuela. Sin embargo, en este ensayo he tratado de cerrar también todas las puertas posibles, "desperdiciando" historias para evitar la tentación de contarlas en extenso.

Así que ambos libros cierran un periodo, una época, un modo de contar. Pero también abren otra. O quizá yo siento que la abren porque necesitaba este cierre. Necesitaba esta clausura –literaria, pero también vital– para moverme hacia adelante, para enfrentarme a nuevas historias en la novela y a nuevas formas de escritura en los textos sobre arte.

Son, por tanto, libros a los que tengo un cariño especial. Libros ilusionantes también por el lugar en el que aparecen. La colección Akal/Arte Contemporáneo ha sido una de las referencias centrales para mí como crítico de arte. Ahí he leído a Rosalind Krauss, Hal Foster, Benjamin Buchloh, Thomas Crow... Si hace diez años –cuando comencé a escribir estos textos– me hubieran dicho que acabarían apareciendo en esta colección, difícilmente lo habría creído. Hay sueños que uno no se atreve a soñar. 

Y, por supuesto, lo mismo ocurre con Anagrama. Me resisto a normalizar el privilegio que supone publicar en esa editorial con la que he crecido como lector. Que un librito sobre mis siestas, mis recuerdos de infancia y mis vivencias aparezca ahí –además, en una colección primorosa como Nuevos Cuadernos– me hace sentir, como decía, privilegiado, pero sobre todo feliz. 

Y eso, que estoy contento con estos dos libros que, aunque se han escrito en momentos diferentes, han visto la luz a la vez. Y que supongo que pasará un tiempo hasta que vuelva a publicar algo nuevo. Tampoco está mal callar ahora un poquito.

Más información sobre los libros en:

Editorial Akal

Editorial Anagrama


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