Tristeza. No hay otra palabra mejor para describir lo que uno siente cuando algo que era bello se rompe en mil pedazos. Luego vendrá la nostalgia, la melancolía y, quizá con el tiempo, la memoria de la felicidad. Y algo de esa belleza perdida se restaurará durante el instante fugaz de un recuerdo. Una belleza pasajera, como un destello de luz, que traerá de nuevo todo aquello que hoy ha comenzado a irse. Y lo traerá para volver a llevárselo. Para decir: "fue, nunca más será". Y esa felicidad paradójica del futuro también nos romperá. Comienzo a evocarla y puedo intuir ya la nuca erizada al recordar ese pasado que no regresará, el rostro mojado por las lágrimas aún no derramadas. Y, sin embargo, nada de eso me hace escapar de la tristeza del presente. La tristeza y el dolor por algo que era bello y hermoso y que se ha roto para siempre.
Las mejores lecturas de 2024
Esto no es una lista de lo mejor del año. Porque para hacerla tendría que haberlo leído todo. Y soy consciente de mis límites y gustos como lector. A pesar de leer muchísimo (soy un vicioso del asunto), no me llega para dar cuenta de muchísimas cosas. No me he puesto a contar, pero creo que la cosa sobrepasa los cien libros. A un ritmo de dos o tres por semana salen entre 120 y 140. No llevo un registro. De todos modos, aunque lo llevara, este texto lo escribiría de memoria. Sobre todo porque me gusta pensar, al acabar el año, en los libros que más poso me han dejado, los que he seguido habitando un tiempo después de su lectura. Si me pidieran uno solo, por encima de todos los demás, creo que tendría que quedarme con Madre de corazón atómico , de Agustín Fernández Mallo (Seix Barral). Es el libro perfecto. El que más me ha marcado de todos los que ha escrito. Hasta el momento, mi preferido de su bibliografía era Limbo (Alfaguara) —tengo clavada en la memoria la histor...
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