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Lecturas mútilples

Estas semanas apenas he tenido tiempo de terminar un libro. Me he sumergido en la lectura de Anatomía de la memoria, de Eduardo Ruiz Sosa, una novela espléndida –de la que escribiré con detenimiento más adelante– que voy degustando poco a poco y que estoy alternando con otras lecturas para no perder comba. Mi mesita de noche está abarrotada de libros por leer. Parece ya una especie de torre de Babel en equilibrio inestable. A veces la miro y temo que algunos libros caigan sobre mí mientras duermo y me golpeen la cabeza. Así que muchas veces suelo combinar lecturas e ir avanzando en varios textos a la vez. Esto, por supuesto, tiene ventajas e inconvenientes. La ventaja principal es que parece que ninguno está esperando eternamente y tienes la sensación de no estar perdiéndote nada. El peligro es que a veces acabas mezclando historias y personajes y necesitas un tiempo de adecuación cada vez que recomienzas la lectura.

Otro peligro de este leer múltiple es que como un libro no te atrape es fácil que ya no vuelvas a él. O incluso acabes pasando hojas rápidamente para acabarlo cuanto antes. Eso es lo que me ha pasado, por ejemplo, con Génesis, la última novela de Félix de Azúa, un escritor que siempre me ha interesado. Esperaba con ansia esta “vuelta” a la novela. Y confieso que mis expectativas no se han visto cumplidas. No ha logrado capturarme como con sus ensayos. Azúa tiene una inteligencia brutal cuando escribe sobre arte. Y una ironía fina y sutil que hace que algunas de sus novelas sean soberbias. Es lo que ocurre con Historia de un idiota contada por él mismo o Diario de un hombre humillado, verdaderas obras maestras. Pero este regreso a la novela…

Quizá es que escribir novelas ya no sea necesario. Es lo que dice David Shields en un libro fascinante, Hambre de realidad, que también ha estado en mi mesita durante semanas. He disfrutado de muchos de sus aforismos sobre el fin de la novela, el collage, la apropiación o los límites entre realidad y ficción. Por supuesto, no descubre nada nuevo; esas ideas están desde hace mucho tiempo en el campo artístico y literario. Y en ocasiones es naif hasta decir basta, casi rozando momentos Paulo Coelho sobre la escritura y el arte. Pero es un libro tremendamente interesante. Hay que leerlo, como dice Zadie Smith, incluso para no estar de acuerdo con él.

La verdad es que en mi mesita de noche sólo suele haber novelas –los ensayos son para la mesa del despacho–, pero de vez en cuando se cuela algún ensayo extraño, como el libro de David Shields. O algún libro sobre cuestiones que me interesan por encima del arte y la literatura. Es lo que me ocurre con Opening Up, el estudio de Tristan Taormino sobre las relaciones no monógamas. Creo que es el libro más interesante y documentado que he leído hasta ahora sobre eso que se ha dado en llamar poliamor y que ahora todo el mundo parece dispuesto a practicar. Mi próxima novela va de eso, así que no puedo revelar ahora mucho más. Pero tengo que decir que el libro de Taormino, a diferencia de otros muchos textos banales y llenos de lugares comunes, sí que merece mucho la pena, y que al menos hará pensar a todos aquellos que creen que la monogamia es la variante más perfecta y común del amor.

Mientras leo todo esto, miro de reojo la mesita de noche y constato que allí conviven, se juntan y cohabitan los libros que sigo leyendo. Algo de amor también hay allí. Amor y promiscuidad. Una especie de orgía literaria poliamorosa.




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