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Emociones cotidianas


Hay libros emocionantes que pulsan la tecla justa para conmovernos. Libros que dan en el sitio que el lector tiene reservado para ser tocado. No se trata siempre de obras maestras, de novelas perfectas e intachables, per golpean en el lugar preciso, ahí donde más duele. Y lo hacen con elegancia y sutileza, sin demasiados artificios, sin grandes despliegues narrativos. Son libros que uno recuerda después, no tanto por la historia que contaron, sino por el modo en el que uno fue conmovido, por los momentos en los que una parte invisible del cuerpo vibró. La semana pasada hablaba aquí de ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, de Hillel Halkin. Sin duda, es uno de esos libros: sincero, sencillo, efectivo, justo; no es la gran novela, pero es un libro que se introduce dentro de nosotros.

Estos días he acabado de leer algunos otros que también trabajan a ese nivel. Delicados, breves, sin fuegos artificiales, pero apuntando de lleno al mundo de las emociones. Y, sobre todo, integrándolas en el ámbito de lo cotidiano. Porque, pase lo que pase, la vida siempre continúa. Porque nada frena nada por completo y todo acaba diluyéndose en la experiencia.


También esto pasará, de Milena Busquets (Anagrama), la gran revelación de la temporada, tiene ese estatus de libro emotivo. Lo devoré en un viaje en tren de Madrid a Murcia. No podía parar de leerlo. Está escrito en el tono justo en el que los libros se van introduciendo en el cuerpo, poco a poco. Se me quedó dentro el modo que tiene de trabajar el duelo, con una aparente liviandad que lleva lo terrible al ámbito de lo cotidiano. Y me intrigó también la presencia del sexo como algo curativo, reconfortante y al mismo tiempo alienante, la reverberación del cuerpo, que no nos abandona del todo ni cuando estamos poseídos por el recuerdo de la madre perdida.


Una de las claves de la novela de Busquets es, sin duda, la cotidianidad, el convertir el duelo en una emoción de andar por casa. Algo semejante ocurre –al menos a mí me ocurrió– con El viaje a pie de Johann Sebastian, de Carlos Pardo (Periférica). El modo en el que da cuenta de la vejez y la enfermedad de su padre me tocó directamente. Y lo hizo no sólo porque me recordase a la del mío, sino sobre todo por la sencillez y la sutileza con la que lo hace, integrándolo en el curso de la vida, en el ámbito de lo ordinario. Es así como suceden las cosas. El mundo no se frena. La vida es un presente continuo en el que el tiempo sigue avanzando.



Un tiempo que, es cierto, se hace lento y espeso por momentos, pero que nunca se detiene del todo. Un tiempo que está siempre permeado por lo más banal y frecuente. Algo de esto es lo que cuenta Blitz, la última novela de David Trueba (Anagrama). De nuevo, una obra sencilla pero preñada de emociones que logran conmovernos. El desamor, la soledad y el desamparo aparecen aquí a través del continuum. Tras la ruptura con Marta, el protagonista no se paraliza, como tampoco lo hacen los narradores de las novelas que he mencionado anteriormente. No; el punto de ruptura, el relámpago –ése es el significado de la palabra blitz–, aunque marque un antes y un después, no detiene el mundo. Todo continúa. Modifica la experiencia, todo se vuelve extraño, pero seguimos andando, vagando de un lugar a otro, sin saber demasiado bien dónde debemos detenernos. Quizá la vida no sea otra cosa: un trayecto ordinario donde todo, incluso lo terrible –“también esto”– pasará.



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