Espacios de la incertidumbre
Patricio Pron
Barcelona, Mondadori,
2013, 144 páginas
Lo
primero que leí de Patricio Pron fueron sus cuentos de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (2010). El libro supuso para mí todo un descubrimiento. Por alguna razón –luego supe que se trataba más
de mi ignorancia que de otra cosa– había dejado pasar de largo a este escritor.
Sin embargo, al poco, se convirtió en una lectura indispensable. En aquel libro
descubrí una escritura que parecía venir de otro tiempo, realizada por alguien
que parecía haber nacido mucho antes de 1975. Una inteligencia y una manera de
manejar el lenguaje que rápidamente me cautivó. Y en aquel libro encontré
también una escritura que muchas veces se daba la mano con la filosofía: una
escritura que estaba en el límite de convertirse en ensayo sobre las cosas, que
quería producir conocimiento acerca del mundo. Todo eso lo corroboré cuando leí
El comienzo de la primavera (2008),
una novela excepcional, que para mí sigue siendo –aquí lo analicé con detenimiento– una referencia sobre el modo
en el que la filosofía y la historia pueden darse la mano con la literatura y
producir un artefacto perfecto como esa novela, que cuenta la historia de un
país, de una sociedad, de un pensamiento y de sus efectos en el presente. Ese
maridaje con los hechos y la realidad, que había ya retratado de modo magistral
en Una puta mierda (2007), una novela
sobre la guerra de las Malvinas que para muchos es su mejor obra –aunque yo
tuve que leerla dos veces para disfrutarla del todo–, acaba consolidándose en El espíritu de mis padres sigue subiendo en
la lluvia (2011). Esta intervención en la realidad, que según ciertos
críticos constituye un bajón en la producción del autor, a mí, sin embargo, me
parece una obra mayor –ya lo dejé escrito aquí–, un ajuste de cuentas con la historia, con el pasado, con
la familia, pero también con la potencia de la escritura para dar cuenta de lo
que somos y lo que podemos hacer, es decir, una vuelta de tuerca a las grandes
líneas de trabajo sobre las que, de un modo u otro, se había ido asentando la
obra de Patricio Pron.
Y
así llegamos a La vida interior de las
plantas de interior, el nuevo libro de cuentos que publica Mondadori. Para
los que hemos seguido la trayectoria de Pron, el libro no supone una sorpresa
como los anteriores. Gran parte de los cuentos los hemos leído anteriormente en
revistas como Letras libres o Granta. Sin embargo, para quien se los
encuentre ahora todos juntos, el libro puede funcionar como una nueva inmersión
en el universo del autor. Es más, incluso para los que los habíamos leído con
anterioridad, el hecho de ver ahora todos los cuentos reunidos, más algunos que
se nos habían escapado y, claro, los inéditos, le da a todo el conjunto una
cierta unidad que hace que el conjunto funcione muy bien como libro. Un libro
que no es, y hay que decirlo, tan regular y fascinante como El mundo sin las personas que lo afean y lo
arruinan. Allí cada cuento es mejor que el anterior, y algunos entran en la
historia de la literatura. Pero superar aquello parecía demasiado. Aquí hay más
altibajos, aunque siempre hay en algo que los salva. Porque Pron escribe muy
bien, es un grande, y eso se nota incluso cuando no llega al cuento perfecto.
Aun así, hay cuentos muy buenos. Uno de ellos me parece obra maestra absoluta:
“Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido”. Fascinante visión a
través del tiempo de escenas aparentemente desconectadas. Pero también “En
tránsito”, e incluso “El cerco” y “Trofeos de amantes que han partido” son
grandes cuentos.
Hay
en todos los relatos una serie de temas comunes que hacen que el libro funcione
como una totalidad. Personajes solitarios que apenas conversan, escritores que
se ajustan más al modelo del oficinista rutinario que al del bohemio del imaginario
de Bolaño… escritores que desean ser escritores, escritores que fingen ser
escritores en las redes sociales, escritores que viven a la sombra de grandes
escritores… pero, sobre todo, gente sola, individuos que cumplen con su rutina
y que están en el límite de lo social, sujetos que encontramos muchas veces en
el momento de tomar nuevos caminos, aunque éstos no siempre acaben de
emprenderse del todo.
Lo
que más me llama la atención de estos cuentos es el acercamiento de Pron a la
realidad y, en particular, su modo “visual” de concebir la escritura: imágenes de
gran potencia, a las que, poco a poco, va dando sentido y profundidad, casi a
través de un proceso de adherencias de capas de significado. Escenas, separadas
por espacios en blanco, que van tomando sentido al contacto con las siguientes.
Capas de realidad, como las de una cebolla, que sin embargo no pegan del todo
entre sí. Una escritura cartográfica, espacial, que abre las imágenes y las
expande. Se podría decir que trabaja como un cineasta, por medio del montaje de
fotogramas, aunque en sus cuentos no hay nunca un pegado total, sino que entre sus
imágenes hay una elipsis, un espacio en blanco que no puede ser llenado. Una
especie de aire entre cada una de ellas. Pron utiliza un espacio vacío –pero
también un número o una letra–, un salto entre escenas, que enmarca y cierra,
pero al mismo tiempo se abre al contacto con lo que siguiente, como si quisiera
mostrar que cada uno de los fragmentos es autónomo y dependiente al mismo
tiempo. Son como trozos de imagen con polaridades diferentes que se anudan y se
repelen. Tienen cierta dependencia entre sí, pero no pueden encajar del todo.
No son partes de un puzle perfecto.
En
varios lugares, a través del modo de construcción con imágenes, Pron muestra la
conexión entre espacios y tiempos diferentes. Ocurre, por ejemplo, en “El
cerco”: diversos momentos que todos construyen una realidad compleja. Las
imágenes son momentos abiertos, tiempo expandido, desmenuzado. Todo está
conectado y, sin embargo, todo es distante. Todo es aquí y ahora y, sin
embargo, todo fue ya hace mucho tiempo. “Como una cabeza enloquecida vaciada de
su contenido” habla mejor que ningún cuento de esas conexiones en los tiempos
de la globalización; conexiones espaciales, pero también temporales. Tiempo
horizontal, de sucesión, una cosa detrás de la otra, pero también tiempo
vertical, donde todo está ya en todo; todas las posibilidades, todo aquello que
podrá pasar o no pasar. Todo lo que sucederá, pero también lo que se quedará a
medio, lo que será mera posibilidad.
La
realidad no casa del todo; entre las piezas hay espacios que no pueden ser
llenados y quedan vacíos para siempre. Si uno lo piensa bien, los cuentos de
Pron están llenos de vacíos. Muchas de las acciones que están en la mente de
los personajes no acaban nunca de realizarse, o al revés, ciertas cosas sin
importancias sí que se llevan a cabo. Una determinada cosa, escribe el
escritor, no importa, pero acaba siendo dicha –“no tiene demasiada importancia,
pero es marzo, es sábado, es el año 2010, es el día veintisiete”–. Y otra, que
sin embargo sería muy importante, no se dice o no se hace. Hay una presencia de
lo posible que hace que el mundo se convierta un territorio de contingencia, de
cosas que son así por puro azar, pero que, sin embargo, no pueden ser de otro
modo diferente. Se trata casi de un azar objetivo, una casualidad inamovible,
como si en cada tirada de dados pudiera salir cualquier cosa y los dados supieran
que pueden mostrarse del modo que quieran, pero siempre, al final, teniendo
todas las posibilidades, acabaran cayendo, una y otra vez, del mismo lado. Es,
al final, la tragedia de una rutina que, pudiendo ser de otro modo, acaba
siendo tal como es.
Es de agradecer que algunos vayáis por delante solventando las pequeñas lagunas de vuestra supuesta ignorancia, para que nos resulte más fácil hacer lo mismo a los que venimos por detrás. Así que lo dicho: se agradece. A tareas pendientes
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