Deporte agónico
En Elogio de belleza atlética, el pensador alemán Hans Ulrich Gumbrecht observa la necesidad de valorar el sentido estético del deporte y su contribución necesaria a nuestra experiencia de conocimiento del mundo. Frente a un “régimen de significado” –el de la razón–, Gumbrecht sostiene que el deporte pertenece al “régimen de presencia”, una modalidad de experiencia sensorial que está en el mismo lugar que la música o el arte. Una experiencia que, además, nos habla de la potencia de lo humano y de la posibilidad de franquear los límites del cuerpo. Según esta visión, el deporte tiene más que ver con el areté griego que con el agón, ya que más que el aniquilamiento del otro, lo que se pretende es la superación de los propios límites del deportista.
Esta visión del deporte como virtud, como superación de las propias capacidades, se encuentra, sin embargo, en crisis en el momento presente. Y es que el deporte contemporáneo, bajo la presión de del espectáculo y de la economía, ha comenzado a derivar peligrosamente hacia el agón, hacia la necesidad de mostrar la superioridad manifiesta ante el otro, casi como si se tratase de un enemigo más que de un adversario. Sin duda, el fútbol es un ejemplo paradigmático de todo esto. Y lo que estamos viviendo estos días con tanto Madrid-Barça, aún más. El terreno de “juego” –nunca hay que olvidar que se trata de eso– se ha convertido en un campo de batalla, y desde los medios se contribuye a propagar esta imagen bélica. Se habla de los jugadores como si fueran guerreros, de los entrenadores como grandes generales. Música de gladiadores y alusiones a una batalla final. Lo único que falta es morir en el campo. Nada bueno puede salir de eso.
[Publicado en La Razón, 29-04-11]
Esta visión del deporte como virtud, como superación de las propias capacidades, se encuentra, sin embargo, en crisis en el momento presente. Y es que el deporte contemporáneo, bajo la presión de del espectáculo y de la economía, ha comenzado a derivar peligrosamente hacia el agón, hacia la necesidad de mostrar la superioridad manifiesta ante el otro, casi como si se tratase de un enemigo más que de un adversario. Sin duda, el fútbol es un ejemplo paradigmático de todo esto. Y lo que estamos viviendo estos días con tanto Madrid-Barça, aún más. El terreno de “juego” –nunca hay que olvidar que se trata de eso– se ha convertido en un campo de batalla, y desde los medios se contribuye a propagar esta imagen bélica. Se habla de los jugadores como si fueran guerreros, de los entrenadores como grandes generales. Música de gladiadores y alusiones a una batalla final. Lo único que falta es morir en el campo. Nada bueno puede salir de eso.
[Publicado en La Razón, 29-04-11]
Leo mucha razón en tus palabras Miguel Ángel. Y comparto contigo que se está llevando a unos límites la rivalidad deportiva que no son beneficiosos en absoluto. Lo que debería ser una fiesta del deporte, no olvidemos que nos encontramos probablemente antes los dos mejores equipos de fútbol del mundo, se está convirtiendo en cualquier cosa menos en un evento deportivo. Las declaraciones pre y post partido son demenciales, y no se escapa nadie, hasta el comedido Guardiola ha caído en la trampa de abandonar su imagen de caballero para convertirse en un engreído primero y en un provocador después. De Mou no sorprende porque todo el mundo sabe que no se caracteriza por su pausa y su modestia, cosa que no le excusa en absoluto en este temporal. Tampoco sorprenden ademanes y aspavientos de algunos deportistas que bien deberían probar suerte en teatrillos de barrio, porque sus volteretas y gritos de dolor son merecedores de tal honor (...and the oscar goes to...Dani Alves!!!). Pero no se puede llegar a lo que se está llegando...de toda la vida los árbitros se equivocan, de toda la vida los jugadores intentan engañar al árbitro, de toda la vida al más talentoso se le ha dado con más saña (recuerden el viaje que le metió Goico a Maradona...y a Ronaldo no hacía falta darle dado que la gravedad y la fragilidad de sus rodillas hacía que él solito se lesionara)...entonces...¿por qué llegar a lo que se está llegando? ¿nadie se acuerda de aquello de "lo que pasa en el campo, en el campo se queda"? ¿en serio van a ir a los tribunales por un "quítame ahí estas pajas" y unos cuantos gritos fingidos para modificar el color de la tarjeta que debe ver el contrario? Yo personalmente, y mira que me encanta el fútbol, que lo vivo y lo disfruto cuando lo veo y cuando lo jugaba (una operación de hernia discal me ha alejado de los terrenos de juego por precaución, yo no soy Higuaín y no me gano la vida con esto, así que puedo pasar sin jugármela tontamente) no pienso ver el último partido, y no porque sea madridista y piense que está todo perdido, sino porque el límite al que ha llegado tanto "clásico" me da asco. Absoluto asco, no puedo más, me saturan unos y otros, llevo varios días sin abrir ni marca.com ni as.com ni ningún otro medio digital deportivo, porque no quiero saber nada! que pase ya! que unos celebren, que los otros se vayan a sus mansiones a llorar sentados en los ferraris de sus garages, que la vida va a seguir igual...
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarQuizá el problema de fondo no se encuentra tanto en el síntoma -que por otro lado ya se veía venir-, esto es, en si lo que está pasando entre el Madrid y el Barcelona en estas fechas es normal o no lo es. Lo importante es preguntarse cuál es la cuestión de fondo que subyace, nos guste o no, a estos alardes exagerados de conflicto entre los dos equipos más representativos del Estado. No hacerlo supone quedarse, de manera inocente o interesada, con el síntoma, y no llegar por tanto a algunos de los núcleos duros (y feos) de la cuestión.
Así pues, si queremos entender algo, pienso que es importante poner sobre la mesa, por ejemplo, cuestiones de este tipo: ¿Acaso desde la época del franquismo no se ha politizado el futbol de un modo exagerado? ¿Acaso no apoyó el dictador el centralismo madridista durante décadas? ¿Acaso no se sustenta un nacionalismo catalán interesado en el valor simbólico del Camp Nou frente a aquellos que apoyan a los jugadores del Español (y por supuesto del Real Madrid)? ¿Acaso el Atlético de Bilbao, con su lógica de no contar con jugadores que no sean vascos, no marca una línea clara de posicionamiento político? ¿Acaso no cantaban los hinchas del Atlético de Madrid hace pocas semanas: “¡No nos engañáis, Aitor Zabaleta era de Jarrai”? Todas estas cuestiones, y tantas otras que no viene al caso enumerar, son síntomas evidentes de un estado de la cuestión en el fútbol actual. Reducir el análisis crítico al tema deportivo me parece, sinceramente, simplificador, cuando no negador del trasfondo sociopolítico y socioeconómico que le es inherente. ¿No es obvio, acaso, que hay lógicas económicas perversas a las que hay que prestar atención en los modos de funcionamiento madridistas, propias de un personaje como Florentino Pérez (recuérdese el fichaje de Figo y el contubernio con Caja Madrid) frente a una concepción tradicionalista y basada en la cantera propia de una lógica conservadora dentro del nacionalismo catalán? ¿Por qué no se plantea un estudio serio de las banderas que aparecen en los diferentes estadios de futbol: banderas franquistas, ikurriñas, banderas catalanas (como la cinta de capitán que lleva Carles Puyol) para tratar de percibir a su vez síntomas dentro del síntoma?
Pensar que el futbol es “sólo un deporte” al que podemos contemplar desde un punto de vista despolitizado (estético) es una cuestión, por ventura o más bien por desgracia, errónea. Es más, creo que el acercamiento del propio Gumbrecht al tema del deporte es profundamente reaccionario en tanto en cuanto parece querer liberar al deporte de las lógicas de fondo, tanto económicas como mediáticas o políticas, a las que no se puede sustraer. ¿No es ese intento, por decirlo en términos artísticos, una especie de greenbergización del deporte? Obviar los contextos y sus terroríficos -sí terroríficos- dilemas es propio de un espectador acomodado que puede disfrutar desde su sillón cada partido, normalmente por cierto, cosa que Gumbrecht no señala, en formato Pay per view. El deporte en general, pero el fútbol de manera muy particular, es un catalizador de las tensiones sociales. Muchas veces sirve como vía de escape, casi como simbolización de las problemáticas reales del contexto social en un entorno de ficción o juego. Pero esto no implica que el juego no reduplique campos de realidad; su margen de intensidad es a veces tan grande que se expande hacia el terreno de la realidad, como en el trágico suceso de Aitor Zabaleta.
Gracias por el blog.
Queridos amigos, gracias por los comentarios, agudas reflexiones que, desde luego, superan la del propio post. En efecto, hay aquí mucho más que mero deporte. Esa es la crítica principal que hay que hacerle al libro de Gumbrecht, que obvia todo eso. En el fútbol hay toda una serie de cuestiones fundamentales que son históricas, culturales, sociales, políticas y económicas que trascienden lo meramente deportivo. Todas esas son las que hoy se conjugan aumentadas por el poder de los medios. El fútbol, lejos de ser el entretenimiento de las masas frente a lo que ocurre en el mundo (tal y como se nos dice una y otra vez), es un térmometro social sobre las tensiones reales no siempre puestas sobre la mesa en la esfera de lo social. Racismo, clasismo, machismo, manipulación, mercantilización de la subjetividad, fetichización y un largo, largísimo etcétera hace que para cualquier interesado en la cultura contemporánea el fútbol pueda ser un objeto de estudio sociológico.
ResponderEliminarYo creo que Gumbrecht es consciente de todo esto. De hecho, cuando estuvo en Murcia hace unas semanas, salió el tema. Lo que pretendía en su libro, sin embargo, era volver a llamar la atención sobre el espectáculo puro y la estética del deporte. Llamar la atención sobre eso que hace que, sin ir más lejos, yo mismo, merengue hasta la médula, vea jugar al Barça y se me pongan los pelos como escarpias. Y vea a Messi agarrar el balón y me quede con la boca abierta. Son momentos esos donde lo "social-político-económico-mediático" se suspende, aunque sea momentáneamente (casi un instante fugaz) para que entre en juego la contemplación estética. Por supuesto, esa no es la catarsis del fútbol, que tiene que ver con la derrota del contrario, con la demostración de la supremacía, con la irracional animal y primaria más visceral.
Hola de nuevo.
ResponderEliminarUna pregunta que no quiere ser intrusiva. Por qué eliminas mi comentario, al cual estás contestando? Es censura o hay algún otro motivo?
Una respuesta, que pretende ser explicativa: no lo he eliminado. ¿Qué sentido tendría contestar entonces? Por dos veces seguidas, me ha llegado al mail y, al llegar al blog, no estaba, cosa que me parece más que extraña.
ResponderEliminarAjá, aquí la solución: blogger lo ha situado como spam. La razón no sé cuál es. Voy a quitar la opción anti-spam que ha puesto automáticamente blogger.
ResponderEliminarSaludos y perdona las molestias. Y, por supuesto, espero que sigas por aquí.
Nunca entendí el futbol. Nunca he visto un partido. Pienso que la vida del hombre es manipulada por entes que nos conducen como marionetas hacía los caminos que ellos desean; como el futbol que como bien dices se convierte en un campo de enfrentamiento bélico.
ResponderEliminarMe niego a ser manipulado.
Yo tampoco he entendido nunca el fútbol, y menos aún como espectáculo de masas. Pero me gusta. Me gusta mucho. Me fascina. Y quizá uno de los motivos sea precisamente lo incomprensible que resulta.
ResponderEliminarSin embargo, me horroriza el entrenador de mi equipo y lo que está generando alrededor. Alrededor de mi equipo, claro; lo que genere alrededor suyo me la trae al fresco. Estoy incondicionalmente a favor de que se vaya cuanto antes. Ni título, ni siquiera el buen juego que, lo reconozco, ha sacado a relucir en algunos (bastantes) momentos de la temporada; nada de eso le justifica. Lo que él busca son atajos, y los atajos pueden servir de vez en cuando, pero por lo general no son buenos para casi nada en la vida. Al menos, para casi nada que merezca la pena. Estoy harto de él.
Hace unos días estuve en Valencia, con mi hijo, mi suegro y un amigo, en la final de Copa, y tengo que decir que todo ese absurdo ambiente de tensión y preguerra que se respira en el campo, en los medios de comunicación, en los entrenadores y en las directivas, es casi inexistente entre aficiones. Por lo que pude palpar in situ, predominaban la cordialidad y el respeto, junto con la ironía y bastante cachondeo. Confraternizamos con el adversario, nos tomamos cervezas y nos hicimos fotos con completos desconocidos ataviados con los colores del otro bando, estuvimos en una grada mayoritariamente rival y gritamos, animamos, nos quejamos y cantamos gol haciendo gala de un absoluto desmadre. Como ellos, por supuesto. Al final del partido, mi hijo, que se destapó como uno de los espectadores más entusiastas y pesados del estadio, recibió la cariñosa y sonriente felicitación de media docena de rivales, perfectos desconocidos que lo habían sufrido durante todo el partido. En las más de ocho horas que pasé en Valencia, no percibí el más mínimo atisbo de conflicto. A lo mejor los hubo, pero en ese caso debo decir que me pillaron muy lejos. Una vez más, se confirma que el porcentaje de imprudentes e imbéciles aumenta peligrosamente conforme se asciende en la escala de notoriedad. Ellos, ellos son los insensatos.
Y otra cosa: Voy a recordar esa tarde, la de la final de Copa con mi hijo en Valencia, como una de las más divertidas e intensas de mi vida. Y eso es algo irracional, algo que verdaderamente no tiene ninguna explicación. Pero es cojonudo