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Mostrando entradas de julio, 2008

Reclusión

Después de una semana tranquila, mañana por la mañana salgo hacia Burgos para hacer un curso de inmersión lingüística. Es una semana de reclusión hablando inglés a todas horas. Una terapia de choque para zotes como yo. Espero que sirva de algo, al menos de algo más que el auto inglés on the road. De todos modos, lo que no sé es si tendré tiempo de escribir algún post desde allí. Por si acaso, me despido hasta el próximo sábado. Supongo que a la vuelta habrá experiencias interesantes que contar. Y si no, pues haré lo de siempre, me las inventaré. Diré que me torturaban y sodomizaban día y noche hasta hacerme aprender de memoria todos los phrasal verbs, sin excepción.

En el nombre del padre

Cinco años de la muerte de mi padre. Aunque es imposible olvidar, a veces es necesario hacer esfuerzos por recordar. Marcar el día, mirar hacia atrás, dejarse atrapar por la nostalgia, o lo que es lo mismo: conmemorar.

Violencia e indiferencia

Hoy es noticia la impasividad ante la muerte. En una playa italiana, unos bañistas siguen a lo suyo mientras los cadáveres de dos niñas gitanas permanecen en la arena tapados por una manta. La noticia se ha vendido como la actitud despectiva de los italianos ante la inmigración. Pero creo que la indiferencia ante la muerte y la violencia no tiene en este caso nada que ver con la raza de las fallecidas. La indiferencia es ante el dolor del otro, sea quien sea. Hemos desarrollado una capacidad inigualable para distanciarnos de la catástrofe. La saturación de imágenes a la que estamos expuestos todos los días es sin duda la causante de esta actitud de los turistas italianos. Frente a ellos no tenían dos niñas, sino dos imágenes. La pantalla no es sólo un dispositivo material de plasma, sino que es el filtro mediante el cual nos acercamos al mundo. Todos los días nos asaltan en la televisión imágenes de guerras, terrorismo, asesinatos y desastres. Imágenes crueles de una violencia insopo

El animal moribundo

Para compensar un poco, y no caer en la desidia total, leo algo de Philip Roth, El animal moribundo , la novela que ha inspirado Elegy, la última película de Isabel Coixet, protagonizada por Ben Kinsley y Penélope Cruz . No he visto la película, pero dudo mucho que pueda transmitir de algún modo la intensidad reflexiva que aparece a lo largo de todo el libro. La historia de Consuelo, la alumna de la que se enamora un profesor de Crítica Aplicada de más de sesenta años es, pienso, tan sólo una excusa para presentar con una lucidez y crueldad extrema el funcionamiento del deseo masculino en todas sus variantes. Rompiendo con lo políticamente correcto, Roth da en la clave del modo en el que pensamos muchos hombres, y del camino largo y estéril que muchas veces supone la sublimación de los impulsos. La sabiduría sobre la vida adulta y la desnudez de la escritura de Roth contribuyen de modo magistral a presentar el lado oscuro del deseo, ese reverso que muchos nos esforzamos en ocultar, per

Pereza y resistencia

Llevo casi todo el fin de semana en casa sin hacer nada productivo, durmiendo, leyendo libros light por puro placer y haciendo zapping. Necesitaba profundizar en el noble arte de tocarme los huevos, adentrarme en la metafísica de la pereza. Y es curioso, cuesta demasiado quitarse de encima la culpa por no hacer absolutamente nada. Parece como si uno estuviese haciendo algo malo. Y es que la pereza sigue siendo pecado. Lo es para la Iglesia (uno de los siete capitales), pero sobre todo lo es para nuestra hiperactiva sociedad contemporánea, una sociedad que ha sustituido la pereza por el ocio. Un ocio que, a diferencia de la pasividad de la pereza, es implica actividad y se ha convertido prácticamente en un trabajo no remunerado. Se nos insta a hacer miles de cosas en nuestro tiempo de ocio. Cosas, por supuesto, que van de la mano del consumo (no en vano el ocio se ha convertido en uno de los sectores fuertes de las economías avanzadas). Por eso aún la pereza es un pecado. Porque el per

La décima sinfonía

En dos tardes me meto en el cuerpo La décima sinfonía , una novela de Joseph Gelinek sobre la supuestamente desaparecida décima sinfonía de Beethoven. No es tan mala como me había imaginado. Es más, he aprendido una barbaridad. Y sobre todo se me ha despertado de nuevo el gusanillo de la musicología. Aparecen, por supuesto, los masones y los Iluminati de rigor, algo que en los últimos tiempos se ha convertido en un ingrediente indispensable para toda novela de misterio. Además, el autor firma la obra con pseudónimo, algo que también aumenta el misterio y el enigma de la novela. Como digo, el libro no llega a estar del todo mal, lo cual no quiere decir que lo recomiende. Quizá me he sumergido en estas lecturas rápidas con más estómago del que imaginaba. Escribir un thriller (un buen thriller) es mucho más difícil de lo que habitualmente uno piensa. Se requiere oficio y planificación. Eso hace que la mayoría acabe en desastre. Aquí al menos se mantiene la cordura, y, aunque haya algunos

Vampiros

Acabo mi primera lectura chorra del verano, Ya estamos muertos , de Charlie Huston (Alianza), una novela de vampiros neoyorkinos contemporáneos. Prácticamente me la ventilé entera ayer en el tren Madrid-Murcia y me ha parecido más que entretenida. Lo más interesante, sin lugar a dudas, es la visión que el autor nos da de los vampiros, que en lugar de ser villanos de ultratumba vinculados con lo paranormal , son ahora víctimas de una enfermedad, de un virus que los transforma en seres atormentados y condenados al mundo de la noche. Ahora los vampiros se organizan en sociedades y tienen una forma de vida ética y civilizada, incluso con asociaciones de gays y lesbianas. Como digo, me ha parecido una novela correcta y, teniendo en cuenta que no hay que pedirle peras al olmo, puede servir de buena introducción a la novela de ficción contemporánea, donde los verdaderamente monstruosos son los humanos, que, por cierto, son los únicos que creen en fantasmas y entidades oscuras, ya que los

Abono

Más escéptico que otra cosa, esta mañana he renovado mi abono del Real Murcia. Tal y como han resultado las últimas temporadas, no puedo sino que preguntarme el verdadero sentido que tiene aquí la palabra "abono".

Lecturas

He comenzado ya a pertrecharme de libros para mi semana de desconexión con el mundo. Esta tarde, antes del partido, he visitado la fnac preparado para la tentación. La primera que caerá es La décima sinfonía , de Joseph Gelinek, un best seller sobre la supuesta décima de Beethoven. No espero mucho, pero necesito caer muy bajo para luego subir. Tras esta basura, he calculado la lectura de Crash , de J.G. Ballard, que Minotauro acaba de reeditar. También ha caído El animal moribundo , de Philip Roth, que espero que me sirva para evitar también caer en la tentación. Y por último cerraré el ciclo con La maravillosa vida breve de Óscar Wao , de Junot Díaz, la última gran revelación de la literatura mundial. He leído sólo unas páginas y ya me ha enganchado.  En fin, que no veo el momento de sumergirme en este submundo y desconectar con el mundo real.

Ataraxia

Otra vez echo la tarde en un tanatorio. En los últimos meses no doy la ida por la venida. Lo peor de todo es que me parecer haber comenzado a desarrollar una capa de impermeabilidad ante el dolor ajeno que me lleva a estados de ataraxia ciertamente preocupantes. Supongo que la psique se defiende como puede, y a veces el sacrificado es el sentimiento de empatía.

Frenando

Voy frenando poco a poco. Acabo por fin de corregir los exámenes. Un maratón para no repetir. Es la última vez que les dejo papel ilimitado y más de cuatro horas para escribir. Termino también un texto para un reader sobre estética migratoria que me viene atormentando ya casi un año. Al final, después de haberlo pospuesto durante meses, lo envío casi sin modificaciones. Estas son las cosas que más odio. Después de lo que he leído, tendría que modificar casi por entero el texto y comenzar de nuevo. Pero no me encuentro con fuerzas. Así que simplemente le doy un lavado de cara y prometo que la próxima vez afrontaré la escritura de un modo diferente. Es extraño, a veces uno tiene la impresión de que todo lo que escribe no es más que pura contingencia. Uno acaba las cosas porque las circunstancias lo imponen, pero seguiría escribiendo por siempre jamás. Siempre hay miles de cosas que se quedan en el tintero.  Por eso quizá sea mejor asumir el fragmento y trabajar sin la presión de la perfe

La filosofía en invierno

Hace unas semanas, al escribir acerca de las relaciones entre poesía y pensamiento, recordaba Chantal Maillard en Babelia que “el que lee filosofía, levanta a menudo la cabeza, como hace un pájaro al beber. Así, lo leído se filtra, como el agua en la garganta del pájaro, y se asienta en el entendimiento”. Justo entonces acababa yo la lectura de Derrumbe , la última y magistral novela de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), y en uno de los momentos más impactantes del libro, me sorprendí levantando la cabeza durante varios minutos con lágrimas en los ojos intentando asimilar lo que sucedía en un extraño lugar llamado Promenadia. Fui consciente entonces de que la obra que leía, por encima de cualquier otra cosa, era monumento al pensamiento. Al pensamiento, en este caso, de lo terrible, un tema recurrente en la producción del escritor asturiano. Fue así, tomando consciencia de que me encontraba ante una obra de alto contenido filosófico, como decidí buscar uno de los primeros libros d

Monzó

Me fui cargado de exámenes para corregir, y apenas les he podido echar un vistazo. Está claro que los aviones y la corrección de exámenes no se llevan bien. Por eso tuve que ponerme a leer algo más legible, y así caí en el último libro de Quim Monzó, Mil cretinos . No sé por qué, siempre había puesto en suspenso la lectura de Monzó. Sin embargo, cuando comencé a leer no pude parar. Es un autor tremendo, con una escritura fresca e inteligente. Algunos cuentos de este libro son sencillamente fascinantes. Hay uno especialmente, "La llegada de la primavera", que, a pesar del humor con el que está escrito, me ha hecho llorar como un niño. Me recordaba demasiado a mí y mi relación con mis padres mayores. Monzó trata en este libro la vejez y nuestra relación con ella como nunca antes había leído. Magistral. No puedo decir otra cosa.

Periféricos

Regreso de Cádiz con la sensación de que ha sido fructífero el encuentro en la Fundación Montenmedio, aunque como siempre, los periféricos nos quejamos todos de lo mismo: la falta de público y de repercusión de nuestras actividades. Ese parece ser el mal endémico de la periferia, que parece que necesitemos siempre ser legitimados desde fuera, que se hagan eco de nuestros logros, que nos digan desde fuera lo buenos (o malos) que somos, como si no confiásemos en lo que nos rodea. Lo que yo propuse era que hoy vivimos entre dos mapas, el mapa de los cuerpos (el antiguo) y el mapa de los datos (el nuevo). Debemos trabajar, pues, en esta condición doble, teniendo en cuenta su anisomorfia y sus peculiaridades. Trabajar para crear comunidades que no sólo sean virtuales, sino también corporales. O lo que es lo mismo, trabajar hacia dentro y hacia fuera, en un doble movimiento que debería integrarse en una estructura topológica. En cualquier caso, lo que quedó claro es que la periferia necesita

No acabar 

No veo el momento de que lleguen las vacaciones. Necesito como el comer una semana de relax o esto acabará conmigo. Las cosas se alargan más de la cuenta. Tengo que terminar mil textos y acabar de corregir los exámenes, que se alargan más de la cuenta. En mitad del ajetreo, mañana tengo que salir temprano para Cádiz a unas conferencias sobre centros de arte en la periferia. La iniciativa es interesante, pero yo no estoy en mi mejor momento.  No puedo sino imaginarme como un Sísifo demediado. No hago más que acabar cosas para poder cerrar el chiringuito unos días, pero siempre hay algo que no acaba de acabarse del todo. Me he jurado que el día 15 termino como sea y me tomo unos días. Seguro que surge alguna tontería que me hace alargar la espera.

Exámenes

Acabo por fin de hacer los exámenes. Hoy ha sido el último. Ahora llega lo peor. Tengo sobre mi mesa más de mil folios con letras ilegibles que deben ser corregidos cuanto antes. Es en estos momentos cuando le tienta a uno la idea del aprobado (o del sobresaliente) general. Desgraciadamente  (más para mí que para los alumnos), se me pasa enseguida y me pongo a corregir como un cosaco. Es sin duda la cosa que más odio de la docencia. El año que viene haré un certamen de karaoke y así al menos lo pasaremos bien.