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Mostrando entradas de enero, 2011

Regresando

Las aguas regresan a su cauce y vuelve la normalidad. Sin embargo, en todo regreso y toda vuelta, como ya he escrito aquí en alguna ocasión, siempre permanece una falta, algo que no se recupera del todo. La pérdida –la de un ser querido, la de una idea, la de una creencia (la de la creencia en la especie)– nunca se subsana; siempre se mantiene latente. La posibilidad de que eso que ha regresado vuelva a esfumarse en cualquier momento acecha por todos los rincones como un fantasma, y es algo con lo que uno debe aprender a convivir. Un escepticismo radical, una desconfianza que ha de ser equilibrada con una mínima creencia. Una ironía, una distancia, una risa fría ante las cosas. Entiendo ahora la risa de los personajes de Beckett o de las esculturas de Juan Muñoz. Una risa a medio camino entre la ataraxia y el estupor. Noto que mi humor se congela y se resquebraja. Me miro al espejo y observo que, con las emociones fuertes de estos días, me han salido más canas en la barba. Tengo la sen

Conclusión

Después de estos días de tensión, he estado pensando seriamente en desaparecer de Internet. He abandonado momentáneamente Facebook y estaba decidido también a dejar el blog. Las cosas que he oído o leído me han quitado las ganas de estar aquí, exponiéndome públicamente, mientras otros, escudados en la cobardía del anonimato, llenan de porquería y ruido la red. Además, por momentos, he tenido incluso la sensación de que parecía necesario pedir perdón por cada palabra que decía o escribía, como si me debiese a algo o alguien, como si representara algún partido o ideología, como si fuese algún cargo público que tuviese que guardar alguna corrección política. Por todas estas razones, había pensado en quitarme de en medio. Pero hoy, cuando me disponía a borrar el blog y darme de baja en facebook, cuando iba con la cabeza baja y achantado, me he preguntado que por qué debería callarme, por qué debería dejar de hablar. Y me he dado cuenta de lo siguiente: 1. Este espacio no se debe a nadie. N

Tantas cosas

Me alegro tremendamente del éxito de la manifestación de ayer. Espero, sinceramente, que los sindicatos lleguen a un acuerdo con el Gobierno y que el recorte de sueldos y, sobre todo, lo más increíble e intolerale, de derechos se replantee y se puedan buscar soluciones a una situación que nunca se debería haber producido. Desde un principio, como he dicho aquí, estoy en contra de esos recortes, y caigo del lado de los afectados. No me cansaré de repetirlo. Con lo que no he estado de acuerdo es con ciertas estrategias de protesta que considero fuera de lugar y que ya he comentado en varios sitios. Por eso me alegra tanto que ayer triunfase el civismo y también la creatividad. Lo único triste es que para llegar a una manifestación ejemplar y multitudinaria como la que ayer llenó la Gran Vía hayan tenido que pasar tantas y tan desagradables cosas. Tantas y tan desagradables... en todos los sentidos.

Columna SalonKritik: La responsabilidad de la palabra

Para una ética del decir –pero también del escuchar “En un tiempo en que nuestro discurso se ha vuelto tan polarizado –cuando tenemos demasiados deseos de culpar por todo lo que aflige al mundo a quienes piensan diferente de nosotros– es importante hacer una pausa por un momento y asegurarnos de que nos hablemos de manera que cure, no de manera que hiera.” Estas son algunas de las palabras pronunciadas por Obama tras los sangrientos incidentes sucedidos en Tucson, Arizona. Más allá de la demagogia que uno quiera encontrar en cualquier discurso, y de los juegos de poder y entresijos de la alta política, lo cierto es que estas frases entran de lleno en dos de los problemas centrales de la vida pública y del uso del lenguaje en sociedad. En primer lugar, la fuerza de la palabra y su capacidad para producir realidades y causar efectos; y en segundo, y relacionado con la potencia performativa del decir, la imperiosa necesidad de un tiempo de reflexión antes de cualquier acto de

Decepción

Durante esta semana son muchos los que han aludido a la necesidad de moderar el lenguaje de los políticos y de los medios de comunicación. Como yo mismo he escrito estos días, es necesaria otra manera de hacer uso de la palabra, otro tono, otra manera de hacer las cosas que enfatice lo común y que no demonice al contrincante. Una política sin odio, un lenguaje que cure. Confieso que lo he pensado y seriamente he creído que algo así era posible. Pero tras meditarlo un poco más, me ha vuelto el pesimismo y he comprobado que, como decía el filósofo, “está la cosa muy mala”. Pero no sólo por la clase política, de la que ya desconfiaba, sino por la condición humana, en la que aún mantenía alguna creencia. Lo que he podido leer y escuchar estos días, en Internet, en los pasillos, en las calles, me ha decepcionado hasta a un punto que no creía posible. Estaba convencido de que los bárbaros eran pocos, pero que hacían mucho ruido. Sin embargo, tristemente, he caído en la cuenta de que la barba

Podemos ser mejores

Después de tres días intensos desde la agresión a Pedro Alberto , sigo instalado en la consternación y la incredulidad. Afortunadamente , y esto es lo más importante, Pedro descansa ya en casa y progresivamente va curándose de sus heridas, aunque intuyo que habrá algunas que no se ven que tardarán mucho en sanar. Espero también, por supuesto, que la policía logre capturar a los agresores – supuestamente hay algo, pero sólo supuestamente– cuanto antes y que todo se esclarezca enseguida. Es necesario volver a la normalidad. Me parece demencial el circo que se ha montado con todo esto. Lo único que tengo claro es que a mi amigo le han partido la cara y no lo han matado de milagro. Y que aún tengo el estómago descompuesto y no puedo conciliar el sueño. Por lo demás, hay muchas cosas lamentables que están ocurriendo estos días. Son tantas y tan tristes que de momento no tengo las fuerzas necesarias –ni tampoco la cabeza en condiciones– para analizarlas con detenimiento . Me da asco que, a

Palabras como puños

Sigo sin dar crédito a lo que ha sucedido en Murcia. Es lamentable al lugar al que hemos llegado. Pero el caso es que se veía venir. De las palabras a los puños hay un camino muy corto. Y el odio de las lenguas acaba engendrando violencia. Ayer por la tarde, tres energúmenos, al grito de “sobrinísimo hijo de puta” agredieron brutalmente al Consejero de Cultura Pedro Alberto Cruz y le rompieron, literalmente, la cara. Afortunadamente, la operación ha salido bien, y parece que Pedro se va a recuperar pronto, aunque las secuelas a todos los niveles tardarán en desaparecer. De todos modos, hoy podríamos estar hablando de algo muy, pero que muy grave. A nivel personal, estoy muy jodido y cabreado. Pedro es uno de mis mejores amigos, y me gustaría echarme a la cara a los hijos de puta cobardes que lo han agradedido, para cagarme en sus muertos, escupirles y pisotearles yo a ellos la cara. Eso es lo que me pide el cuerpo, no otra cosa. Pero no sé si por desgracia o por fortuna, no todos somos

El chocolate del loro

No estoy en absoluto de acuerdo con los recortes del gobierno Valcárcel, por mucho que pueda entender las razones que llevan a efectuarlos. Me duele el bolsillo, pero me duele si cabe, mucho más, el recorte de derechos. Es cierto que quizá esos “privilegios” se habían adquirido de modo ficticio sobre un estado de bonanza artificial. Pero la sensación de quiebra de la creencia en la consecución de mejoras continuas es innegable. Aun así, tocándome de lleno, no iré a una sola manifestación. Me parece que las protestas están tomando un giro ideológico preocupante, con proclamas violentas y personalizaciones extremas y denunciables. Y luego, la cabeza de turco que han buscado, Cultura, me parece irrelevante. Vamos, como si el ínfimo presupuesto de cultura respecto a las demás consejerías fuese el causante de la crisis. Una carretera vale más que cuarenta Manifestas. Uno puede estar más o menos de acuerdo con cómo se gestionan los recursos culturales, o puede compartir o no las prioridades

Feliz Normalidad

Parece que va volviendo la normalidad. Con la vuelta al trabajo, se han ido las fiebres y también los sueños mortecinos (que siguieron repitiéndose algunos días después de la anterior entrada). En la agonía han caído algunas novelas excepcionales y otras no tanto. En esta Navidad pude leer lo último de Paul Auster ( Sunset Park ), que me ha gustado bastante. No es una obra maestra, pero desde luego muestra que Auster es un contador de historias como no hay otro igual. También me ha fascinado Punto Omega , de Don DeLillo . Una reflexión sobre el tiempo llena de frases que deberían esculpirse en los muros de los edificios. He leído también una novela fantástica que me ha parecido interesante: Mujer abrazada a un cuervo , de Ismael Martínez Biurrún . Me ha gustado menos que su anterior obra, Rojo alma, negro sombra , pero aun así es tremendamente recomendable. No lo tengo tan claro con Fin , de David Monteagudo , que, sin embargo, leí casi de un tirón y me tuvo enganchado un día sin

Año viejo

Estoy convencido de que el 2011 va a ser especial. Y es que la manera en la que ha empezado, al menos para mí, ha sido rara, rara, rara. Llevo desde el día de nochevieja con un catarro monumental que no me deja salir de la cama. Una fiebre continua durante siete días que me tiene el cuerpo hecho cisco. Y no hay manera de bajarla, tome lo que tome. Pero lo raro rarísimo del asunto es que, también desde nochevieja, en cuanto me duermo (noche, siesta o cabezada) comienzo a soñar con todos mis difuntos. A veces están todos juntos (todos, mis padres, mis vecinos y la tía de mi madre) y a veces aparecen por separado. Y todos son conscientes de que han resucitado. Pero también saben que se trata de un momento fugaz, y enseguida comienzan a morir. Una segunda muerte que, en esta ocasión, es sin drama, como si aceptasen con resignación lo que se les viene encima. Y yo, mientras tanto, los miro y me pregunto por la necesidad de repetir ese trance, de resucitar tan brevemente para volver a mor