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Fatiga

 Dos meses y medio sin escribir por aquí. Demasiado. Pero, bueno, nunca es tarde para retomar. Además, aquí escribe uno cuando puede, cuando le apetece, cuando lo necesita. Y ahora puedo, me apetece y lo necesito. O eso pienso. O da igual. Escribo y ya está. Creo que, aparte de mis cuadernos secretos, este es el espacio en el que con más libertad escribo. También en el que lo hago con más rapidez. Sin mirar un segundo hacia atrás a corregir erratas y sin planificar tampoco un segundo lo que me da por escribir. 

Son días extraños estos. La locura de la guerra, por supuesto. Disparate incomprensible que acaba tiñéndolo todo de gris. Pero también días extraños en lo personal. La sensación de que todo se repite. De un acabamiento y también de vuelta a comenzar. Supongo que tiene que ver con que he vuelto a pillar el COVID. La segunda vez notificada (aunque por en medio hay más de una sospechosa). La primera fue hace justo ahora dos años, nada más comenzar el estado de alerta y el primer confinamiento. Lo recuerdo como un cansancio infinito, y también como una sensación de fatiga del mundo que, imagino, tendría que ver con la sobresaturación de información del momento. 

Ahora algo de eso ha vuelto. Ha sido leve, pero el cansancio y la sensación de fatiga del mundo ha vuelto. Y ahora que estoy saliendo me planteo seriamente una pequeña retirada, un apagón de redes, una vuelta a mis aposentos, a la penumbra de lo privado. Lo pide el cuerpo y lo pide el alma. Silencio, oscuridad, recogimiento. 

Como en el confinamiento, los días son ahora también grises (bueno, en Murcia son naranjas por la calima), el cielo encapotado, el ambiente denso, como si todo se estuviera agrietando. Tal vez eso también influye en el ánimo, en esa necesidad de retirada. 

Decir que no a todo. Acabar con los compromisos adquiridos y decir que no. Eso es lo que quisiera hacer. No presentar más libros ajenos. En menos de dos meses tengo que presentar cinco. Es tiempo, pero también es desgaste. La gente ya me tiene muy visto. Demasiado. Y entre la lectura y la preparación, se van los días y las horas. 

La dirección del departamento la llevo como puedo. Tiene picos. Semanas en las que no puedes hacer otra cosa y semanas en las que, salvo algunas rutinas burocráticas, apenas se nota. Pero es un peso continuo. 

Al menos he logrado terminar la novela y estoy contento. Es, creo, la que más me ha costado escribir. Por salir de El dolor de los demás, pero también por escribirla en medio de la vorágine diaria. Y he acabado cansado. Como si hubiera subido una piedra a una montaña más de mil veces. 

Quizá se juntan ahora demasiados cansancios. El físico, el mental y el emocional. Y quizá haya llegado también el momento de descansar. Al menos de preparar el espacio para eso. Sé que será difícil. Pero lo voy a intentar. Decir que no. Darle la vuelta al MOFO, a ese miedo a perderse cosas. Celebrarlo. Celebrar estar fuera del mundo, perderse cosas, quedarse con uno mismo. Perdérselo todo para poder encontrarse. Al menos intentarlo. Fracasar mejor. Todo lo mejor que uno pueda. 


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