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La mirada anacronista

Una de las obras que más ganas tenía de ver en Florencia era La Virgen de las sombras, el fresco de Fra Angelico situado en un pasillo del convento de San Marcos. En realidad, quería ver el convento y las celdas decoradas por el pintor, pero me hacía especial ilusión encontrarme con esta obra que Georges Didi-Huberman sitúa en la base de su teoría del anacronismo. En la introducción de Ante el tiempo, el historiador del arte francés hace referencia a los años en los que escribía su tesis sobre Fra Angelico (publicada en 1990 como Fra Angelico: Dissemblance et Figuration y que incomprensiblemente no está traducida al castellano). 

Didi-Huberman relata su encuentro con esta obra y el modo en que, en uno de sus paseos, de reojo, uno de los mármoles representados en la parte de abajo de la composición le recordó a un dripping de Pollock. Es más, fue precisamente la memoria del dripping –la conciencia de haberlo visto– la que lo hizo fijarse en esta parte de la obra que habitualmente pasaba desapercibida en las descripciones y análisis de los historiadores del arte. El anacronismo –más bien, la mirada anacronista– aparece entonces como una herramienta productiva para la Historia del Arte. En lugar de ser, como dicen los historicistas, "el mayor pecado del historiador", se convierte en algo no sólo fundamental, sino inevitable. 

Después, Didi-Huberman observa que es imposible esa supuesta tarea del historiador de "reconstruir el pasado", entre otras cosas, porque el pasado como tal no existe en puridad. Hay un entrecruzamiento de líneas temporales, como en cualquier tiempo. ¿Cuál es el pasado de Fra Angelico? ¿El Renacimiento? ¿Existe el Renacimiento como una entidad cerrada? Didi-Huberman dirá que el pasado de Fra Angelico está compuesto de muchos pasados, presentes y futuros. No es posible reconstruirlo como si pudiéramos mirar una imagen y volver a pintarla igual que estaba. El Renacimiento, como cualquier periodo de la historia, es mucho más complejo de como nos lo han solido contar. Un ejemplo magistral de esa complejidad lo encontramos en el libro de Alex Nagel y Cristopher Wood, Renacimiento Anacronista.

Me interesa mucho la teoría del anacronismo en la historia del arte. Igual que la noción de Preposterous History de Mieke Bal. Y cualquier visión de la historia que no anule el punto de vista de quien mira. El lugar del espectador en el tiempo, pero también el lugar de los afectos. La relación móvil con la obra. Es lo que intento hacer cuando escribo sobre arte: no quitarme de en medio, dejar un resto de mi presencia ante la obra, proponer una lectura abierta y contingente, no una explicación onmiabarcadora. 

Y me interesa también la relación afectiva de los historiadores con ciertas obras de arte, a las que vuelven una y otra vez para ilustrar sus ideas. Obras casi mágicas, que sustentan teorías. Ese sería un buen libro, o un buen artículo: Historia del Arte y obsesión. Didi-Huberman y La Virgen de las Sombras, Panofsky y el grabado La Melancolía de Durero... Algún día tal vez, con tiempo, regrese a esto.

Por ahora, me contento con dejar constancia de este interés. Y también de las ganas que tenía de ver esa obra de Fra Angelico. Puedo decir que la visita al convento de San Marcos tal vez haya sido la mejor experiencia del viaje a Florencia. La contemplación de las celdas decoradas, el encuentro con La anunciación al subir las escaleras, y la constatación de ese dripping en los mármoles representados de La Virgen de las sombras ya vale todo el viaje. Ahí fue lo más cerca que estuve del Stendhal. 

Y lo que sí sucedió es que, a partir de ese momento, la mirada anacronista se activó. Sentí que el tiempo se abría y ya no pude evitar ver restos del presente en las obras del pasado. Por ejemplo, acuarelas abstractas en las obras de Fra Filippo Lippi; stories de Instagram en los tondos de gran parte de las pinturas; o incluso películas de Christopher Nolan en la propia superposición de edificios en la ciudad de Florencia. Quizá sea que la mirada anacronista no se puede evitar. Y que cada vez que miramos al pasado no podemos salirnos de nuestro presente. Tal vez la clave sea ser consciente de eso, saber manejarlo, utilizarlo como arma y herramienta. No perder del todo el lugar y el tiempo desde el que miramos. Pero a la vez dejarlo volar, confrontarlo con otros tiempos y otros lugares. Ponerlo todo en relación. Ponerlo todo en cuestión.







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