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Tiempo por venir 15

Lunes 29 de julio
Alhama de Aragón. Balneario. Tranquilidad. Semana de agua y lectura. Pasas la mañana en el lago y comienzas a leer ‘Los crímenes de Alicia’, la novela de Guillermo Martínez que ganó este año el Nadal. Un thriller sin pretensiones. Entretenido, pero se le ven todas las costuras. Aun así, lo lees con mucho gusto. 
            Después de la siesta, llega un mail con las pruebas de imprenta de ‘Demasiado tarde para volver’. Al final parece que se va a acelerar la publicación y quieren sacarlo para septiembre. Lees de nuevo todos los cuentos. Hay muchos que se siguen sosteniendo. Otros, lo sabes, son hijos de su tiempo –once años atrás– y ahora no los escribirías. Pero todos han salido del mismo lugar y están cargados con las mismas obsesiones. 
            Antes de acostarte, miras pisos en Idealista. No puedes dejar de pensar en eso. Es puro vicio.

Martes 30 de julio
Nada más levantarte, vuelves a los pisos. No se te van de la cabeza. Te gustaría estar ya en Murcia investigando. Intentas desconectar, pero no puedes. En el circuito termal imaginas la mudanza. Estás entre la ilusión y el pensamiento vago de por qué te has metido en esto.
Acabas de revisar el libro de cuentos y lo envías a la editorial. Introduces una nueva dedicatoria. La transformación. La que ahora también duele.

Miércoles 31 de julio
Hoy no sueñas con pisos. Acabas de leer ‘Los crímenes de Alicia’ y te metes en el lago. Pasas toda la mañana allí, nadando y flotando. Por la tarde, te molesta la rodilla y sólo te dedicas a hacer el muerto. 
            Necesitas la rutina: comida, siesta, vaguear. No hacer nada. Y decirlo. Constantemente. Es lo que haces cada dos por tres: “Qué calma, Raquel, qué tranquilidad, qué placer; que se frene el tiempo aquí y ahora.”
            Por la noche, veis varios capítulos de ‘Otra vida’. Has sido tú quien se ha empeñado. Invasión extraterrestre. Pero la serie es mala de solemnidad. Se cae por todos los lados. Aun así, la seguís viendo, casi por inercia.

Jueves 1 de agosto
En el lago, lees del tirón ‘El coste de vivir’, de Deborah Levy. Te hace resurgir el espíritu de la escritura. Después de ‘Los crímenes de Alicia’, es un soplo de aire fresco. Y sobre todo de inteligencia. Autobiografía en construcción. No cesas de subrayar pasajes sobre la escritura, sobre la feminidad, sobre las dificultades para acceder al mundo de la literatura... Es Knausgard destilado. Intenta captar el instante fugaz. “La vida se desmorona. Intentamos aferrarnos y sujetarla. Y entonces nos damos cuenta de que no queremos hacerlo.”  


Viernes 1 de agosto
El libro autobiográfico de Levy despierta al escritor, que estaba dormido estos días. 
En el lago y en los baños hoy piensas en tu novela. Aunque sea fugazmente. Llega una idea. La misma que llegó ayer, uno de los posibles desencadenantes de la novela. Son ideas que aparecen sin haberlas buscado. Te sobrevienen como salteadores de caminos. Algunas surgen y se van. Esta se queda. Está rondando tu cabeza desde ayer. Mientras flotas en el lago dejas vagar la mente y percibes cómo la idea se acerca. No la vas a desarrollar. Simplemente la apuntas: “Ella busca la memoria del asesino de su padre”. Ahí está todo condensado. 
Lees ‘Movimiento único’, la primera novela de Diego Gándara. Es un libro para letraheridos como tú. Te hace resurgir la mitomanía sobre Bolaño. Y entiendes perfectamente esa pasión por la literatura y el mundo literario. Por lo que hay en los libros, pero también por la humanidad de quienes los escriben. La fascinación por Bolaño y Vila-Matas, el sueño de alguien de fuera de ese mundo que, de repente, se ve ahí, habitando un lugar con el que siempre había soñado. Un lugar que no es mejor ni peor que otro –también está lleno de miserias, como cualquiera–, pero es el sitio en que uno quería estar.
            Es una novela de formación, de iniciación en el mundo de la literatura y también en la vida. Una novela sobre el desarraigo y sobre el modo en el que la literatura y los libros nos sirven para construir un mundo habitable, un refugio. Los momentos en los que aparece Bolaño están llenos de humanidad. Te gusta el instante en el que el periodista cultural protagonista de la historia presencia el encuentro entre Bolaño y Ricardo Piglia. Está ahí Fresán y dice que es un instante semejante al encuentro de Joyce y Proust. Y Santiago, el protagonista, es feliz por haber estado ahí. Entiendes perfectamente esa sensación de excepcionalidad, de privilegio. En los últimos años no la has dejado de experimentar.  
            Por la noche, una canción de Nacho Vegas se te cruza y ya no te la puedes sacar de dentro.

Sábado 2 de agosto
El día avanza a cámara lenta. Disfrutas y sufres con ‘El cielo según Google’, la pequeña gran novela de Marta Carnicero. Todavía tienes la en la cabeza la canción de Nacho Vegas: “Seré breve: te he perdido, y eso duele”. El libro de Marta se mezcla con esta letra. Tal vez porque también va de pérdidas. Y del dolor exquisito de no estar cerca de quien se ama. La novela te atraviesa y se te clava. En apenas 130 páginas logra tocar justo en la herida de la pérdida. Las relaciones que se rompen. Y también el futuro en el que el tiempo todo lo atempera. Y la toma de consciencia de la fugacidad de la vida y la aleatoriedad de la memoria. De la necesidad de buscar recuerdos –o de crearlos– cuando ya no queda nada de lo que se amó. Anotas varias citas: “Separamos los recuerdos que queremos conservar y los construimos a medida, matizándolos para limar las aristas afiladas y hacerlos asumibles, convirtiéndolos en guijarros que nos llenan los bolsillos con el peso de los años.” 
“A menudo nos queremos, y hasta nos permitimos hacernos daño, como si tuviéramos carta blanca para rectificar, todo el tiempo del mundo para aspirar a la felicidad y ninguna prisa por alcanzarla, mientras llegue.”
            Veis ‘La sombra del pasado’, la película del director de ‘La vida de los otros’. Le falla el título en español –‘Obra sin autor’, el original alemán, tiene mucho más sentido–, pero aun así le dais una oportunidad. Y la película os seduce enseguida. Sólo al final te das cuenta de que está inspirada en la vida de Gerhard Richter, un artista que te interesa, pero de cuya biografía apenas conocías nada. Es una reflexión sobre cómo el pasado no se borra jamás, pero también sobre el modo en que los regímenes totalitarios –de izquierdas y derechas– anulan la voluntad individual y convierten al “pueblo” es un instrumento fácil de manejar. Frente a esa anulación del individuo, el artista resiste y se hace fuerte en los intersticios, en los puntos ciegos del sistema, en los lugares a los que el poder no puede llegar. El arte y la imaginación como tablas de salvación.

Domingo 3 de agosto
Os despertáis temprano y regresáis sin prisa a Murcia. Saboreáis las pequeñas vacaciones en la conversación. Semana perfecta. Más corta se habría hecho corta. Más larga se habría hecho larga. 
            Llegas con ganas de escribir. Y también de visitar pisos. Tienes un pálpito con el que vais a ver en dos días. No quieres hacerte demasiadas ilusiones, pero intuyes que puede ser lo que estáis buscando.

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