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Hoy no tengo demasiadas fuerzas para escribir. Todo el día en casa, enviando mails, preparando las lecturas para el Master online de Estudios Visuales, que comienza la semana que viene, e intentando lidiar con las herramientas informáticas del aula virtual. No sirvo para esto. El papeleo me supera. Aunque me sigue manteniendo entretenido, sin pensar, como intento estar estos días. Lo que no sé es cuánto aguantaré de autómata.

Llamadas de teléfono constantes, textos por entregar, compromisos ineludibles..., y otro día más con la sensación de vivir en la vida de los otros, de vivir lejos de uno mismo, alejado de lo que uno quiere hacer y sujeto a lo que quieren hacer los demás.

He limpiado la mesa de mi despacho. He colocado papeles en su sitio y he sacado varias bolsas de basura. Siento una especie de catarsis extraña que me va engullendo poco a poco.

Todo lo que estaba en su sitio –o yo creía que estaba en su sitio– se ha tambaleado. Y empiezo a sentir de nuevo la necesidad de escapar. Esta noche he sorprendido mirando la página del Clark Institute. Me he recordado al personaje de El instante de peligro, aunque aquí he sido yo el que ha entrado en el programa de estancias y ha apuntado el deadline para volver a solicitar una beca. Pienso en Williamstown y creo que es el lugar en el que mejor he podido trabajar en silencio en mi vida. Sólo leer y escribir, y pasear en el bosque. Pienso en 2010 como un tiempo que quisiera recuperar. Recuperar la tranquilidad que entonces retomé. Antes, la locura de la gestión cultural; después, la locura del no saber decir que no. Y de tantas y tantas cosas.

Silencio.  Eso es lo que tuve allí. Lo que necesito ahora.

Miro el archivo de este blog y veo que las entradas de mi vida en Williamstown pertenecen a la etiqueta "American Silence". Es curioso que estas nuevas notas pretendan ser un "Diario en voz baja".

Y, claro, luego está todo lo demás. Lo que no sé cómo asumir. Lo que no encuentro el modo afrontar.  Lo que escapa a las palabras. Lo que en días como hoy ni siquiera puedo convertir en lenguaje. Es ahí donde se desvanece el mundo.

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