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Diario de Ithaca 16 (Preferiría no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 25/1/16. Escuchar Podcast]

Amanezco en Ithaca y me asomo a la ventana. Mientras desayuno me quedo hipnotizado con la nevada. Hoy es el primer día después de la vuelta. Lo tomamos con calma. Voy a la Society y Raquel me acompaña. Quiero enseñarle el camino desde esta casa. Allí, saludo a Mary y a los administrativos de la A. D. White House. Sólo están ellas. Los demás regresan en dos semanas. Soy el único becario que ha llegado. Cornell parece un desierto.

Envío unos mails, almorzamos en el comedor universitario y bajamos al pueblo a contratar la televisión por cable. La tuve durante unas semanas pero me di de baja porque no le sacaba partido. No encontraba el modo de aguantar la publicidad y, con Netflix e internet, tenía más que suficiente para desperdiciar mis noches. Pero ahora Raquel dice que llegan los Oscars, que podemos ver capítulos nuevos de series y que es bueno tenerla. 


Cuando llegamos a casa y abro internet me encuentro con la foto de la semana: Rajoy mirando de reojo a un diputado con rastas. Ya hay tema para varios días: pijos contra perroflautas, señoritos contra desarrapados. El debate me parece una tontería. Por los dos lados. Desde luego, simpatizo más con los que se visten de modo casual que con los que se ponen la corbata. Pero, como era de esperar, enseguida todo se polariza y se convierte en postureo. Los unos y los otros, los viejos y los nuevos, los malos y los buenos. Todo esto me cansa. La política se ha convertido en pura escenografía. Espectáculo y representación. Me alegra ahora estar lejos y poder librarme de toda la tontería.


El viernes por la mañana hace frío en el salón. La calefacción no funciona. Malas noticias. Llamo al casero y al día siguiente llegan los operarios. Intentan arreglarla, pero el radiador funciona cuando quiere. Puro capricho. La nieve afuera es una postal de navidad. Pero sólo cuando uno está caliente sentado en el sofá. Con frío la ilusión se viene abajo.


Comienzo a escribir el prólogo para el libro de Mieke Bal que va a publicar Akal. Tiempos trastornados, un reader que recopila su pensamiento desde mediados de los noventa. Un libro imprescindible que rápidamente se va a convertir en una referencia.  Seguro. Mientras lo leo y reviso la traducción, no puedo parar de subrayar ideas. Afecto, movilidad, intersubjetividad... Mieke es una de las grandes intelectuales del presente. Y el libro da muy buena cuenta de lo que ha ido haciendo en los últimos años. Escribir el prólogo es toda una responsabilidad. Pero lo he dejado para último momento y ahora apenas tengo una semana para entregarlo. Como siempre, parece sin presión no sé trabajar.


Por la noche vamos al cine a ver La chica danesa. El cine del downtawn tiene un punto retro-hipster que le da a todo un aura extraña. La película es bella. Como la historia que cuenta. Me interesa sobre todo el modo en que se tratan los vestidos, las telas. Me recuerda eso que Mario Perniola llamó el sexappeal de lo inorgánico. La vida de las cosas. El género y la identidad de los objetos.


El sábado me despierto con una sorpresa: en el suplemento cultural de La Verdad aparece un reportaje sobre El instante de peligro. Una gran fotografía de Tatiana Abellán y texto suyo que me emociona. Recuerda cuándo nos conocimos y me lleno de nostalgia de aquel tiempo.



La prensa se ha llenado de referencias. Y yo, aquí, tan lejos, sin poder disfrutar de ellas. ¿Disfrutar? ¿Cómo se disfruta de eso? ¿Por qué es necesario estar cerca? Me lo pregunto durante unos segundos y no encuentro el por qué. Sólo sé que me habría gustado salir a celebrarlo con los amigos. Tomar una marinera y unas cervezas en la plaza de las flores. No sé. Hoy me gustaría estar allí.

En el exterior sigue nevando. La sensación térmica es de 21 bajo cero. Y cuando sales, te congelas.Me peso y veo que he llegado  a los 107 kilos. En los últimos meses he engordado casi siete kilos. Más de diez desde el último año. Mi cuerpo ha tomado una inercia peligrosa. Espero poder revertirla. De momento, la balanza tiene el poder de amargarme el día.

La cama de la habitación hace demasiado ruido. Lo compruebo cuando tenemos sexo, pero también cuando nos movemos por la noche. Cada vez que me doy la vuelta parece un terremoto.

Comienzo a despertarme instintivamente a las siete de la mañana y me pongo a trabajar. Parece que poco a poco voy cogiendo el ritmo. Al menos ahí ha llegado la normalidad. El prólogo del libro de Mieke Bal me tiene entretenido todo el tiempo. Y ahora pienso que no voy a poder acabarlo.

Esta semana no he leído nada de literatura. Echo de menos eso antes de cerrar los ojos por la noche. Un poquito, aunque sea una página. Pero me lo he prohibido hasta terminar el texto. La semana que viene regreso. Me espera Nabokov y Pálido Fuego. Lo he traído conmigo para comenzar con buen pie las lecturas de Ithaca. Lo miro en la estantería y se me hace la boca agua. Intuyo que no voy a poder aguantarme. 



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