Miércoles 5 - Domingo 9
Te levantas temprano y haces café. Agua sucia marrón. Vas a
echar de menos tu Nespresso. Desayunáis y salís rumbo a Cornell. Tienes que
notificar tu llegada a la Oficina de Internacionales (ISSO). Llegáis sudorosos
después de subir varias cuestas. Le habías contado a R. que Ithaca era una
montaña rusa, pero ha tenido que venir aquí para experimentarlo. Tienes que volver a
acostumbrarte. De momento, paras a la mitad para tomar aire y seguir subiendo.
Después de notificar tu llegada, vas por fin a la Society
for the Humanities. El edificio de nuevo te sorprende. Es la antigua casa del
primer presidente de Cornell, A. D. White, un edificio histórico que parece
sacado de alguna novela de época. T. y M. te reciben entre abrazos. Es un
placer volver a verlos. Te enseñan tu oficina y te quedas enamorado del lugar.
Te imaginas allí los próximos meses leyendo y escribiendo y se te ponen ya los
dientes largos. Das las gracias una y otra vez. Es mucho más de lo que habías
soñado.
Coméis en una de las cafeterías de Cornell y tomáis un autobús
al centro comercial para comprar un móvil americano. Necesitas eso y también
internet en casa. Vais pillando redes wifi por los bares como si fuera el maná.
Por la noche, lees y te entra el sueño antes de tiempo.
Al día siguiente, tras varios intentos, consigues hacerte la
cuenta bancaria para que la universidad pueda pagarte. Después, vas a la ciudad y contratas internet
para la casa. El trámite es fácil. Y el servicio de Time Warner Cable no puede
ser más rápido. De regreso coméis un pancake con sirope en un Diner que parece
sacado de una película. Es el momento en que lo cinematográfico aparece con más
fuerza. Esta vez, por alguna razón, quizá porque no estás solo, la sensación de
estar en una película parece haberse esfumado. Y solo vuelve en algunos
momentos concretos.
Por la noche, al fin, consigues instalar internet. Tener
wifi en casa es convertirlo en un hogar. Sólo a partir de ese momento comienzas
realmente a habitar con tranquilidad el lugar. Wifi y móvil: ahora ya estás
comunicado, aunque sea para no comunicarte.
Acabas de leer Risa en
la oscuridad y te da la sensación de que, en muchos aspectos, es un
precedente del trabajo con las emociones y los celos que tienen lugar en Lolita. Nabokov la escribió en ruso en
los años treinta y luego la tradujo. Aunque la acción está situada en Berlín a
principios de siglo, no puedes dejar de imaginártelo todo como si sucediera en
Estados Unidos en los años cincuenta. Hay autores que son modernos incluso
antes de ser modernos.
El viernes aprovechas que la Society está vacía para
comenzar a instalarte en el despacho. Entras con tus llaves por la puerta de
atrás y te sientes un privilegiado. En el despacho despliegas cuadernos sobre
la mesa, colocas algún libro en la estantería y enciendes el ordenador. Tendrás
que acostumbrarte al teclado en inglés. Al salir de la oficina te das cuenta de
que han puesto tu nombre en la puerta. Sientes que, de algún modo, ya hay algo
tuyo allí. O al revés, que algo de eso te pertenece. Hay una filiación extraña
entre tú y ese lugar histórico.
Coméis una ensalada en el Terrace. Vas descubriéndole a R.
los lugares que frecuentabas la otra vez. Al llegar a casa, contratas Netflix y
casi sin solución de continuidad comenzáis a ver House of Cards. Tenías muchas ganas de ver esa serie. Y no te
defrauda. Inmediatamente te enamoras de Frank Underwood. Es un personaje odioso
y al mismo tiempo fabuloso. La alusión directa al espectador que hace Frank
cada dos por tres te hace cómplice de sus fechorías y sientes una incomodidad
que imaginas que irá creciendo durante la serie. Lo quieres y lo odias.
El sábado volvéis al centro comercial. Vais comprando poco a
poco las cosas que faltan. Y también poco a poco os vais dando algunos
caprichos. Comes demasiado. Sientes que has engordado y que casi no te cierran
los pantalones. Así que por la tarde intentas salir a correr. Te has traído
ropa de deporte y tienes en la cabeza apuntarte a un gimnasio en cuanto tengas
un momento. Así que haces la prueba e intentas correr. Y sí, lo intentas. Pero
sólo lo consigues lo justo. Las cuestas de Ithaca lo convierten todo en una
tarea imposible. Cuesta arriba casi se te sale el corazón, y cuesta abajo se te
salen los zapatos. Al final decides andar. Entras por un camino junto a una
cascada y acabas cruzando un cementerio en el que ves a unos ciervos comiendo
hierba junto a unas tumbas. Esa escena sí que te devuelve de nuevo a lo
cinematográfico. Por alguna razón te viene a la cabeza The Leftovers. Por la noche, continuáis viendo House of Cards. Maratón. Le vais a sacar partido a Netflix.
El domingo lo pasas descansando. Lees prácticamente de un
tirón La chica del tren. Es el
thriller de estas vacaciones. Insustancial, pero ameno. Se pasa rápido y ya
sabes qué tiene ese libro del que habla tanta gente. Nada, que es adictivo,
pero no hay en él ni una sola idea, ni una escena, ni un diálogo, ni una
emoción que reverbere después de llegar al punto final.
A las ocho quedáis con P., al que conociste la otra vez. Os
invita a una hamburguesa en el Ithaca Beer Co. Allí están también T. y R. Es una velada
muy agradable. Las hamburguesas y las cervezas están de vicio. Y la conversación, también. Lo único difícil
es seguir el inglés. Poco a poco vas entendiendo más, pero continúa siendo una
pesadilla. Y sobre todo sientes que no puedes decir todo lo que quieres, que
tienes que simplificar las cosas, que el lenguaje es una especie de prisión que
te deja con las manos atadas y sin libertad de movimiento. Piensas que jamás
podrás hablar con fluidez. Lo has intentado más de mil veces, pero hay
cosas que no son posibles. Y esta parece ser una de ellas. Tienes diez meses
para demostrar lo contrario y conseguir que el inglés se transforme en una casa confortable, en un hogar habitable como ese que has conseguido encontrar en Ithaca. Algo que te dice que no va a ser fácil.
me alegra saber que estáis ya instalados y consiguiendo que la casa sea un hogar.Os deseo lo mejor. Un abrazo de vuestro amigo. Fernando.
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