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Presente discontinuo

Por primera vez en más de un año despiertas un domingo sin tu “Presente continuo”. Lo haces con mal cuerpo y recuerdas el día de ayer:

Te llaman por la tarde para decir que el suegro de tu hermano ha tenido un derrame cerebral. La fatalidad se está cebando en estos meses con la familia. Es cuestión de horas que ocurra lo inminente. Los médicos no han dado ninguna esperanza. Cuando entras a la habitación, no sabes qué decir. Cualquier palabra sobra. Es el momento de la agonía. Miras la cama y ves al padre de tu cuñada con la respiración entrecortada y unas pequeñas convulsiones en el estómago que anuncian lo peor. No puedes animar, ni decir nada al enfermo. Oye, dicen, pero ya no siente. Allí sólo cabe esperar. Tienes en la cabeza desde el primer minuto la visión de tu padre agonizando en el hospital. La cama, la familia junto a él, la respiración entrecortada, el rostro desencajado, la desesperanza. Intentas poner una compuerta a tu memoria para contener todo esto y no derrumbarte. Tienes que afirmar la vida en el contexto en el que la mancha de la muerte lo inunda todo. Para eso has ido, para animar, para ser cuerpo vivo y latente en el que la familia pueda apoyarse. Lo intentas. Lo haces con todas tus fuerzas. Pero en un momento tu fortaleza se viene abajo. Es un sonido, un ruido terrible, el que lo rompe todo. El tubo para sacar la mucosidad acumulada en el pecho. Sientes cómo la vibración de ese rumor rompe el fino muro de cristal que mantenía a raya tus recuerdos. Todo se hace trizas. El pasado se clava en la carne bajo la forma de miles de trozos de vidrio y no puedes aguantar un segundo más. Abrazas a tu cuñada y a tu hermano. Dices “lo siento” y sales de la habitación. Mientras bajas las escaleras y te permites el llanto, miras el móvil y ves que alguien te ha nombrado en Facebook, que te llama de usted con agresividad y que parece hacerte casi responsable de algo sobre lo que tan sólo has mostrado tu punto de vista. Se han malinterpretado tus palabras y todo se ha salido de madre. Intentas ser cordial y razonable. Pero no hay manera. No entiendes nada de lo que está pasando. Sólo sientes que es muy triste. A veces sería mejor callar. Te acuestas con la sensación de que el mundo es un lugar extraño difícil de comprender. Cuando despiertas ves las noticias del autobús accidentado en Cieza. Piensas en los muertos, en los heridos, en la gente de Bullas, en los familiares, en todo el dolor, en la imposibilidad de encontrar consuelo, en la sensación que deben de tener de absoluta falta de sentido en todo lo que ocurre.

Después, ahora, sientes la necesidad de escribir. Y mientras lo haces percibes cómo todo se calma y vuelve a su lugar. Quizá, en el fondo, las palabras, esas que a veces nos condenan, son también lo único que nos salva. A ti, hoy, te sirven, te colman, te arropan, te abrazan, te protegen. Por eso escribes. Por eso no puedes dejar de hacerlo.

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Comentarios

  1. Como siempre me emocionas

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  2. Cuando el presente es injusto, las líneas de pensamiento, discontínuas (algo así como una carretera a ninguna parte), y la sensación es de permanecer en silencio...
    Escribir te salva "la vida".

    "Los otros" seremos meros espectadores desde la escotilla. Con la esperanza de encontrar a Penny.

    Un abrazo. Me encanta tu blog.

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