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Presente continuo (Semana del 5 al 11 de septiembre)

VIERNES 5 / Reencuentro
Te cuesta trabajo abrir los ojos. Todo el cansancio del mundo ha caído sobre ti. Y ahora hay que volver a la normalidad. Vas por la mañana al gimnasio e intentas sacarte de encima alguno de los litros de cerveza que has bebido durante el viaje. Corres un poco en la cinta y sientes que el cuerpo te responde. La normalidad también llega a la biología.
Escribes el “Presente continuo” durante la siesta, lees un poco de La tía Julia y el escribidor y decides abandonar el libro. Lo pones junto al último de Pamuk. Quizá lo retomes más adelante. Por alguna razón, no tienes la paciencia suficiente para seguir.
Por la tarde llevas a R. al fisioterapeuta y, mientras está en la sesión, entras en la librería y compras La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera. Tiene pocas páginas y la letra muy grande. Eso te gusta. Sabes que es banal y prosaico fijarse sólo en la extensión. Pero ahora para ti el tamaño sí importa. No tienes en estos momentos la cabeza para demorarte demasiado tiempo en mundos ajenos. Ya volverán esos días. Los de ahora prefieres experimentarlos. Hay tantas cosas que tienen tu mente eclipsada que difícilmente te concentras en algo distinto al presente.
Cenáis con L. y M. en Murcia. Como siempre, la conversación es agradable y pasáis un rato muy a gusto. R. se resiente un poco del pie y la llevas a casa. Después, regresas a la ciudad y acompañas a L. y M. al Lemon Pop. Allí te encuentras con J. y con media Murcia. Escribes un tuit: “El Lemon  Pop es la vuelta al cole de los modernos”. Es un momento de música y reencuentro. En esta ocasión el reencuentro es real. Como dejaste Facebook a principios del verano, no sabías nada de la mayoría de amigos a los que saludas. No has visto las fotos de sus vacaciones, de sus libros, de las películas que han visto… Ese no saber te inquieta y al mismo tiempo te produce una nostalgia de los viejos tiempos, de esos en los que nadie sabía nada de nadie, en el que apenas conocías dos o tres cosas acerca de la gente con la que te encontrabas, esos tiempos en los que todos erais anónimos y desconocidos. Ahora ya nadie cuenta nada directamente. Tienen miedo de ser redundantes. No dicen “he ido de vacaciones a Madeira”, porque ya han colgado las fotos del viaje y si no las has visto te has perdido el momento en que esa experiencia fue compartida. Nadie ya cuenta nada en privado. Nadie repite al oído de los otros eso que ya han puesto en su estado de Facebook. Las experiencias ahora se recuerdan una sola vez, en público. Y nunca más.
En el festival querías escuchar sobre todo a The Pains of Being Pure at Heart. Su canciones han sido tu banda sonora durante la última semana y no te las sacas de encima. Sin embargo, en directo no llegan a emocionarte. Lo ves todo con distancia. De nuevo, estás fuera de la escena. Estás en otro lugar. En una luna que poco a poco comienza a situarse sobre la ciudad. Una luna que más tarde acompaña tu flânerie nocturna por las calles solitarias. Una luna que después se queda en tu retina incluso después de mil parpadeos.

SÁBADO 6 / Demasiados libros
Resaca importante. Dormitas por la mañana y mientras desayunas te ves desbordado por los suplementos culturales de los periódicos. Demasiados libros por leer. La réentrée te causa estrés y excitación.
Por la tarde, vuelves al gimnasio. Esta vez la carrera es corta. Los excesos de ayer te pasan factura. Con el cuerpo sudado y la cara roja, te encuentras con E. y habláis del viaje a Alemania. Y de Stoner. Y de lo que no está escrito.
Después, compras un kebab y te sabe a gloria. Ves un episodio de Extant y sigues fascinado con la serie. Antes de dormir, intentas leer algo pero se te cierran los ojos. El cuerpo también tiene sus límites.

DOMINGO 7 / Nostalgia
Comienzas hoy a escribir el texto sobre la pintura de Prudencio Irazábal. Es uno de los pintores que más te interesa, pero poner tu mente en “modo crítico de arte” te cuesta horrores y notas que lo que antes habrían sido unas horas, ahora va a ser más de una semana.
Por la tarde, lees los trabajos de fin de grado que evalúas mañana. Después, vas con R. a ver la reposición en pantalla grande de Cinema Paradiso. Casi empiezas a llorar desde los títulos de crédito. Es una película llena de recuerdos. Está en el límite de lo fácil, pero no puedes evitar que te toque directamente. Conforme avanza la película empiezas incluso a temblar en el sillón y a sollozar. Es la emoción por lo que ves, pero sobre todo por el recuerdo de la primera vez que te emocionaste al verla, una especie de nostalgia de la nostalgia. Te das cuenta de lo que has cambiado y de cómo algunas cosas a las que antes no diste importancia ahora te hacen arder por dentro. Ocurre sobre todo en la parte final, la del regreso, ocurre en los ojos del protagonista al volver a casa, en el avión, el reflejo de su rostro en el cristal, en la añoranza, en la imposibilidad de recobrar el paraíso perdido, en esa sensación de que algo del pasado permanece para siempre en el mismo lugar, y que nosotros siempre estamos partidos, divididos, escindidos entre eso que hemos llegado a ser y eso que se quedó allí, en ese lugar, varado para siempre. Son estos momentos los que ya no te sueltan en toda la noche. Especialmente, la escena final, la de los besos que no pudieron ser dados, que, en acción diferida, se consuman en el presente, como si la historia de amor con el cine acabase también con un beso; con un beso pospuesto, demorado, aplazado, sólo posible en un tiempo diferente. Pocos finales en la historia del cine tienen esa poesía y esa capacidad para cerrarlo todo. Cerrar la película, cerrar la historia, cerrar la distancia entre dos labios, cerrar ese vacío entre fotogramas que había quedado truncado como un hueco en el tiempo. Un anudamiento de la memoria que aparece bajo la forma del entrelazamiento entre dos cuerpos. Una historia de amor. 

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LUNES 8 / Inquieto
Tribunal de trabajos de fin de grado durante toda la mañana. No estás convencido de que sirvan para mucho. No tienes confianza alguna en este sistema universitario. Por la tarde terminas el texto de Irazábal para el tarjetón de la inauguración y lo envías. No sabes si estás contento con el resultado. Te ha costado encontrar el tono preciso.
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Conforme avanza el día te notas inquieto y ansioso. Abres el frigorífico cada dos por tres. Comes sin hambre. Es la luna, te dicen. La luna llena. Será eso, piensas. Eso y la vuelta a la normalidad, la vuelta a la rutina. Reuniones, trabajos, papeles…, y tú sólo quieres terminar tu novela.

MARTES 9 / Alterado
Sigues inquieto y alterado. No has dormido bien. Por la mañana, en el consejo de departamento, se te cierran los ojos. Al terminar, lees como puedes el trabajo de Fin de Máster sobre el diseño y la estética que tienes que evaluar por la tarde. Comes y rápidamente sales para el campus de Espinardo. El calor es insoportable. A la vuelta, visitas a E. y el tiempo se para durante un momento. Respiras y tomas aire.
Por la noche, comienzas a traducir tu curriculum para el proyecto de Cornell y preparar un archivo con una bibliografía previa para tu proyecto. Acabas de madrugada.

MIÉRCOLES 10 / Libros a su tiempo
Mañana de reuniones en la universidad. Casi no haces nada. Otra mañana en blanco. Tienes que aprender a dosificar el tiempo en el despacho.
Por la tarde vas al gimnasio. Acabas reventado y con agujetas.
Por la noche terminas de leer La fiesta de la insignificancia. Kundera nunca ha sido uno de tus autores. Es cierto que La insoportable levedad del ser te marcó la adolescencia. Nunca le has visto esas virtudes que otros describen. De adolescente, ese libro fue para ti como El lobo estepario, de Hermann Hesse, un libro generacional, que parecía escrito para ti en ese momento. No has vuelto a ninguno de los dos, pero tienes la sensación de que no te gustarían ahora. Cada libro tiene su momento. Y quizá se que este último de Kundera no te haya cogido en su momento. Es cierto que hay momentos de sabiduría, pero poco más.
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JUEVES 11 / Luna
Por fin, esta mañana escribes. Vuelves aunque sea momentáneamente a la novela. Planificas. Miras el calendario. Dos meses, quizá tres para tener una versión relativamente legible.
Tienes agujetas del gimnasio, pero extrañamente te han subido la libido. En la siesta, con R., no puedes reprimirlo.
Por la noche hablas de literatura con A., cenas con J. y luego dais una vuelta por la ciudad. Hace un calor tremendo y la belleza femenina te deja fascinado. Después os encontráis con N. y os tocáis las barbas. La tuya está en el límite de ser excesiva y ya va pidiendo un recorte. Pareces un oso, casi un hombre lobo. Antes de volver a casa, das un breve paseo por las calles de la ciudad. La luna sigue ahí arriba. La miras de reojo. Apenas unos segundos. Contienes la respiración. Ha comenzado a menguar y al final no te has convertido en lobo. O eso, al menos, es lo que crees. Aunque muerdas y arañes, tus colmillos son de leche.


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