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Presente continuo (semana del 27 de junio al 3 de julio)

VIERNES 27 / Ser cuerpo
A las siete de la mañana ya no puedes más y estás deseando levantarte –o al menos ponerte de pie–. Te revuelves cien veces en el sillón hasta que R. se levanta y te ayuda a incorporarte. Hoy te curan la cicatriz y por primera vez vas a poder ver tu cuerpo después de la operación. Quizá te quiten los drenajes. Eso es lo que más necesitarías en este momento.
Te acerca R. a la clínica. Andas encorvado y con los drenajes en una bolsa amarilla. Por mucho que quieres ocultarlos, los tubitos de plástico llenos de seroma acaban apareciendo. Tardas dos muñequitos verdes en cruzar el paso de peatones de la Avenida Juan Carlos I. Y cuando llegas, antes de sentarte la enfermera te hace pasar a la sala de curas. Entre dos, como pueden, te bajan la faja y descubren la cicatriz. Es la primera vez que te ves. Y te mareas un poco. Es como mirar otro cuerpo. Es tu piel, pero está en otro lugar, de otro modo. Sin duda, el sentido que Freud dio al término “lo siniestro” es éste: lo familiar-extraño. Es tu cuerpo, sí, pero cambiado, desfamiliarizado, como si fuera otro.
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La cicatriz te llega de cadera a cadera. Te la curan las enfermeras y sientes que las gasas son como estropajos de aluminio. Te pincha y te escuece todo. La gasa llena de Betadine sobre el ombligo parece una galleta de la fortuna. Cuando la quitan ves algo que definitivamente no es tuyo. Un nuevo ombligo, surgido en mitad de una piel que ha sido cortada, estirada y pegada. Imaginas que va a pasar algún tiempo hasta que logres verlo como algo normal, sentirlo como parte de tu cuerpo.
Luego están los drenajes, que ves ahora por primera vez. Dos pequeños tubos que salen directamente desde tu pubis. Es también siniestro y desagradable. Por un momento te recuerdas a una obra de Robert Gober. Pareces un desagüe humano. El cuerpo como maquinaria, como fontanería, y la medicina como mecánica de la carne.
Te sientes quebrado, vacío, como si te hubieran partido por la mitad. La cicatriz es carne. Se unen ahí dos trozos de ti. Es una elipsis. Una sutura que cierra un pasado, que deja entre paréntesis tres kilos de piel y grasa. Dices que es carne la cicatriz porque es lo que sientes. No piel, sino carne blanda, vuelta sobre sí misma. Porque te miras el cuerpo y es lo único que ves. Cuerpo, carne, biología. En cada movimiento, en cada segundo. Sientes los músculos, la piel. Te observas y te piensas como puro cuerpo.
Te suben la faja como pueden después de la cura y casi sientes alivio al verte encerrado. La faja es casi un escudo que protege de lo real. Una especie de armadura que te mantiene a salvo y que al mismo tiempo te imposibilita el movimiento, dejándote a veces sin posibilidad de respirar.
Al final no te quitan los drenajes. Tienes que llevarlos hasta el martes. Va a ser duro. El resto del día intentas leer, ver la tele, hacer algo que entretenga, pero no logras concentrarte en nada en concreto. El recuerdo de la visión de tu cuerpo ocupa por completo tu mente. No paras de darle vueltas a lo que has visto. Ni tampoco de mirar en Internet el resultado definitivo. Cómo se queda la cicatriz, cómo queda la piel, cuánto tarda en desaparecer la hinchazón… no cesas de buscar imágenes, consejos, vídeos, opiniones. Y casi es mejor no hacerlo. En cualquier caso, lo que has visto ha sido un shock. Ahora mismo pagarías para, aun sabiendo que el resultado no es definitivo, quedarte así y que cese el dolor y la incomodidad. Porque el resultado, al menos a primera vista, es sorprendente. Todo esa piel grasienta acumulada a lo largo de los años, colgando como si también fuera de algún modo el cuerpo de otro, ha desaparecido. Y en su lugar hay una cicatriz inmensa, una especie de gran muralla china que te atraviesa por la mitad. Quizá aún no estés preparado para apreciar lo que se ha obrado ahí.

SÁBADO 28 / Dificultades cotidianas
Hoy te duchas por primera vez después de la operación. Algo tan fácil se convierte en una aventura. Con los drenajes saliendo de tu cuerpo la movilidad no es fácil. R. te seca y te cura las heridas. La cicatriz sigue quemando, aunque algo menos que ayer. Tras diez minutos de pie, vuelves a sentirte partido y tu cuerpo necesita ya la faja. Aunque subirla es más difícil de lo que uno se podría imaginar. Con el cuerpo embadurnado en crema hidrante y Thrombocid, y sin poder hacer fuerza, tenéis que hacer varias paradas hasta situarla en su sitio. Acabáis los dos sudando.
Cuando te sientas en el sillón lo haces como quien descansa después de una batalla. Y ahí te quedas casi todo el día. Te levantas como puedes de vez en cuando para mover las piernas, pero el dolor no te permite gran cosa. Por la tarde estornudas y crees que te desgarras por dentro. Se te saltan las lágrimas y tienes que respirar profundamente para que los pinchazos se vayan yendo poco a poco.
Después de varios días, también hoy, por fin, logras defecar y tampoco es tarea fácil. Te das cuenta de que todo gira en torno a las funciones básicas y sobre todo a los fluidos. Defecar, orinar, casi como un niño. Es síntoma de que el organismo funciona. Realmente, todo lo que pasa estos días es escatológico. Sangre, fluidos, heces, orín. Y olores. Porque todo huele extraño y en ocasiones desagradable. Tu cuerpo, la faja, las gasas que tapan las heridas al día siguiente. Todo es pura abyección. Pero esto es lo que eres, por encima –o por debajo– de cualquier otra cosa. Eso es un cuerpo. Ahí esta esa so(m)bra que todos los días intentamos ocultar.
Ves el Brasil-Chile y deseas que pierda Brasil. Después, por la noche, acabas de ver la primera temporada deBron/Broen. La pareja de actores tiene una química tremenda, los personajes están muy bien trazados y la historia y la trama están calculadas a la perfección. Una serie elegante y recomendable.

DOMINGO 29 / Gana el dolor
Esta noche ha sido algo más desagradable. Tirantez e incomodidad. Además, te empieza a doler la espalda. Mucho estaba tardando. A las seis te gustaría ya estar levantado.
Se pierde el vacío de uno de los drenajes. Es un momento de incertidumbre. No sabes lo que hacer. Te das cuenta de que hay toda una serie de sabiduría cotidiana que desconoces y te sientes perdido. Cualquier cosa pequeña es ahora un abismo para ti. Llamas por teléfono y, como era de esperar, no es nada. Se puede arreglar fácilmente.
Te duchas y luego intentas ponerte la faja. Tu cuerpo está tan hinchado que hoy es imposible subirla. Tú no puedes hacerlo porque no puedes hacer fuerza sin que te duela. Y R casi tampoco. Es un momento difícil. Más aún que ayer. Vuelves a caer en el sillón rendido, respirando después de la batalla.
Mientras tomas aire, lees La niña que amaba las cerillas, de Gaétan Soucy. No ves ahí el gran libro del que todos hablan. Es Beckett, Manganelli, la abstracción, el lenguaje duro y corporal, pero no mucho más. Quizá no has elegido el mejor día. Y es que hoy ha sido un día duro. Más que otros. No sabes por qué. Al final del día sacas el cómputo global y te das cuenta de que el dolor ha ganado. Necesitarás analgésicos y pastillas para poder dormir.
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LUNES 30 / Poco a poco
Te levantas mejor de lo que habías pensado. Has dormido relativamente bien. R. te ducha y te cura y luego te quedas solo en casa. En soledad cada movimiento es meditado. Nada se puede caer porque no te puedes agachar a recogerlo. Es casi como si te movieras a cámara lenta. Parece una especie de coreografía oriental que mide todos los movimientos.
Ves Un verano ardiente, de Philippe Garrel. Monica Bellucci sigue siendo bella. Aunque la película no es nada del otro mundo. La misma historia de siempre de amores burgueses y acomodados. Después, comienzas a leer Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun. Sigues a este escritor desde sus primeros libros y siempre acaba hipnotizándote su literatura, a medio camino entre el terror psicológico y el suspense. En este caso se trata de una distopía sobre el fin de la civilización en lo que podría ser la España después de la crisis. Enseguida te engancha. Gran thriller.
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Entre lectura y visionado, el dolor no remite. Identificar varios tipos de molestias. La cicatriz, dolor localizado. También el drenaje, dolor e incomodidad. Ambos te muerden, como una serpiente que se hubiera enroscado sobre tu vientre. Luego está el interior, los músculos abdominales, que te arden. Y en ciertos movimientos, te matan. Y luego, la piel, que te duele por momentos sin saber exactamente dónde ni por qué. Y juntó a eso, la faja, que está asfixiando. Es varias tallas más pequeña y te oprime en el pecho y en la espalda. Cuando te sientas, y estás todo el día sentado, se clava y apenas te deja respirar.  Y después está la espalda. Sufrías de ella desde antes, pero ahora con la postura comienza a dolerte poco a poco. Y para terminar, los pinchazos, que llegan cuando menos te lo esperas.
Piensas por un momento en este dolor y te das cuenta de que es dolor físico pero no moral. No es sufrimiento. Porque no hay detrás una enfermedad, porque no es un sinsentido, sino que tiene una resolución. A lo lejos ves el final del dolor. Y todo se convierte casi en un experimento.
Por la noche, ves el capítulo piloto de The Leftovers, la serie de uno de los creadores de Lost. Pinta bien. Te quedas con ganas de mas. Tienes la novela en la que se basa la serie, pero no sabes si leerla o esperar algo a ver cómo se desarrolla. Le echas un vistazo antes de intentar dormir. Decides darle una oportunidad a la televisión.
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MARTES 1 / Primer partido
Por la mañana ya no aguantas más el drenaje. Por la tarde te lo quitan. Cuando ves la longitud de los tubos no das crédito. Creías que eran apenas dos pequeñas puntitas que entraban en la piel, pero ahora ves salir dos grandes mangueras que han estado ahí dentro. Te los sacan y sientes un alivio tremendo. Primer partido ganado. Luego, la cirujano te dice que ahora sobre la faja que llevas tienes que ponerte otra más para que la presión haga salir todo el líquido que queda de la operación. Cuando llegas a casa y te la pones tienen que pasar unos minutos hasta que puedes respirar.
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Por la tarde, acabas de leer Un minuto antes de la oscuridad. Te lo has bebido en dos días. Es un gran thriller. Pero no por eso es literatura menor. Está escrito con una solvencia narrativa fuera de serie. Martínez Biurrun maneja la tensión como pocos escritores. Ya esperas su siguiente novela.
Llega una mesa de Amazon. Querías escribir cómodo desde el sillón, pero al final la mesa no te lo permite. La postura no es cómoda y no puedes concentrarte con la presión de la doble faja. Lees libros sobre la rutina de los escritores. Sobre la dificultad para escribir. Nunca has encontrado la postura perfecta. Ni para escribir ni para leer. Siempre ha sido incómodo. Pero ahora no ves el momento de regresar a lo anterior. Era un paraíso que no supiste valorar.
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Ves algunos partidos del Mundial. No sabes sí será porque ya no está España pero el caso es que este año te aburren. Demasiadas prórrogas. Por la noche, comienzas la segunda temporada de Bron/BroenDe nuevo te conquista.

MIÉRCOLES 2 / Paso lento
Has descansado algo esta noche. Estar sin el drenaje te acerca a la normalidad. Aunque la doble faja te corte la respiración. Sales a dar un pequeño paseo a la calle. Te cansas. Exploras el pueblo como si fuera la primera vez que pasaras por sus calles. Con el ritmo lento te recuerdas por un momento a los flâneurs parisinos paseando tortugas. Por la tarde, la casa se llena de visitas. Por la noche no logras concentrarte para leer. La cicatriz te escuece y ya no aguantas más la postura en el sillón. Tienes que tomar pastillas relajantes y analgésico para poder dormir. El día iba bien pero se ha torcido.

JUEVES 3 / Luz al final
La montaña de libros va creciendo. Vas saltando de uno en otro. Cada momento del día pide un libro. Y está claro que si te equívocas, el libro se resiente. A veces lees cinco páginas y pasas al siguiente, casi como si estuvieras en una especie de rotación narrativa. Pero cuando el libro te atrapa ya que no lo puedes soltar. Y eso te pasa hoy con La fotografía, de Penelope Lively, una escritora británica que te cautiva desde el principio. Pasas el día pegado al libro y casi lo terminas de un tirón. Tiene mucho que ver con tu novela. Lo piensas un poco y te das cuenta de que lo lees como una especie de aproximación a lo que ya quieres hacer: escribir, escribir y escribir.
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Intuyes que en breve te podrás sentar frente a tu ordenador en el escritorio. Aunque estés incómodo, aunque la presión te corte la respiración. Está llegando el tiempo de escritura. Lo deseas, lo percibes. Y es que poco a poco te vas sintiendo mejor y con más autonomía. Comienzas a ver la luz al final del túnel. Aunque la luz sea débil y el túnel aún sea demasiado largo. Pero algo es algo. Con eso te conformas ahora.

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