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Presente continuo (28 febrero - 6 marzo)

[Diario personal publicado semanalmente en La Opinión]

VIERNES 28 / El retorno del dolor
Sientes el crujido cuando te estás secando la cabeza. No, otra vez no, por favor. Intentas estirar el cuello, lo mueves para un lado y para el otro, pero el dolor no se va. Otra vez no, por favor, piensas. Te echas sobre la cama, te estiras, te tiras al suelo, intentas moverlo, pero ya es imposible. Se ha vuelto a quedar atascado. De nuevo. Justo ahora que ya había pasado. Justo ahora que habías comenzado a recuperar la normalidad. Te vistes lo más rápido que puedes para llegar a clase. Hoy tienes tres horas seguidas. Te tomas dos ibuprofenos y coges el coche sin poder mirar hacia la derecha.

Das la clase como puedes. Una vez más, mientras estás sobre la tarima parece que nada te duele. La intensidad elimina el dolor. Sobre todo la intensidad de la clase de hoy. Al hablar de las relaciones entre arte y ética a raíz de la Olympia de Manet, pones algunas imágenes impactantes. Dices que a partir de ese momento, el arte y la ética se separan, y que el artista se aleja progresivamente de su relación con la moral. Acabas hablando de la célebre obra de Guillermo Vargas sobre el perro que muere de hambre en una galería. Es la obra que en Intento de escapada atribuiste a Jacobo Montes. La indignación en el aula es creciente. Y se dispara por completo cuando proyectas unas imágenes de Zhu Yu, el artista chino que supuestamente comió unos fetos como crítica a la política china sobre la natalidad. Las caras de asco son evidentes. La polémica acaba por desatarse. Por un momento te das cuentas de que estás reviviendo los primeros capítulos de tu novela. Ahora tú eres Helena, la profesora que intenta explicar por qué eso es arte. E intentas buscar con la mirada algún Marcos, algún alumno que defienda tu postura. Pero apenas encuentras más que reticencias. Alguna defensa tamizada, pero poco más.

Acabas la clase agotado. Sabes que es imposible convencer a nadie, pero en el fondo sales contento. Cuando te vas escuchas las conversaciones entre los estudiantes. Están hablando de lo que han visto. Tienes la sensación de que en el fondo algo ha calado. De nuevo vuelves a cerciorarte de que el profesor está más para suscitar preguntas que para dar respuestas.

Te tomas otro ibuprofeno y casi sin solución de continuidad acudes a Fresh Friday que ha organizado Estrella de Levante por su cincuenta aniversario. Es una especie de reunión de tuiteros y agentes del social media murciano a la que has sido invitado. Os hacen una visita guiada por la fábrica y después tomáis unas cervezas (bastantes) y un tentempié que te sirve para comer sobradamente. “Pastel de carne y cerveza es un invento para exportar”, dice Y., que es otro de los invitados. El evento es un éxito y lo disfrutas. Sobre todo porque es la mejor manera de desvirtualizar a muchas personas a las que sigues en las redes sociales y que nunca habías visto ni tocado. Te das cuenta de que de vez en cuando el cuerpo es necesario. La cosa se alarga porque encuentras allí también a otros muchos amigos a los que ya has desvirtualizado más de una vez junto a unas cervezas. Casi os tienen que echar para que os vayáis. Seguís un poco más en el One y a las siete de la tarde el cuello casi ni te duele con la anestesia del alcohol. Aun así, esa es la hora a la que tienes que ir a la quiropráctica para que te suelte el cuello. El dolor del crujido al ponértelo en su sitio te levanta en peso y hace que casi vomites las cervezas. Pero el cuello mejora, al menos por unas horas.

Después, cargado de relajantes musculares y analgésicos vas al cine con R. a ver Her, de Spike Jonze. Con esa carga de medicamentos estás convencido de que te vas a dormir enseguida. Sin embargo, aguantas despierto. Y lo haces porque la película te fascina. No sabes si es porque te ha pillado sensible o por alguna razón que desconoces, pero el caso es que Her te enamora, te hace llorar y te emociona. Pero mucho más allá de eso ­–que puede ser porque el Yurelax te deja débil–, la película te interesa muchísimo por la visión que plantea de la tecnología. Por lo general, las películas futuristas están llenas de pantallas, y lo que Her muestra, en cambio, es la omnipresencia de la voz. Un retrofuturo donde lo auditivo sustituye a lo visual como patrón tecnológico. La interfaz es el diálogo, aunque sea un diálogo con una máquina. Es una distopía en el fondo –el hombre alienado, maquinizado, y la máquina humanizada–, pero no deja de sorprenderte cómo la voz y la escucha aparecen con tanta importancia. Te hace pensar. Y te hará escribir. En algún momento.

SÁBADO 1 / Dormir
Hoy dormitas casi todo el día. Te duele de nuevo el cuello. Mientras duermes el dolor se pasa, pero cuando te despiertas te vuelve a doler. Consigues leer un poco de Kassel no invita a la lógica. Sigues enamorado de este libro de Vila-Matas. Lo estás degustando muy poco a poco, disfrutándolo como los buenos vinos, saboreando cada página.

DOMINGO 2 / Somnolencia
Sigues dormitando. Y el cuello te sigue doliendo. Vas a casa de los padres de L. y te ve su hermano R., que es traumatólogo. Le dices que te inquieta ya este dolor continuo que vuelve una y otra vez. Te toca la espalda y dice que tienes una contractura sin curar. Necesitas fisioterapia. Y mientras tanto, Diazepan y un analgésico más potente. Nada más llegar a casa, sin comer casi, te tomas ambas cosas y vuelves a acostarte. Te levantas después de cuatro horas, intentas escribir algo pero no puedes. Cenas. Te tomas dos pastillas de Diazepan y recibes el sueño en la cama.  Mientras se te cierran los párpados, te das cuenta de que en estos dos días has dormido más que en toda la semana.

LUNES 3 / El futuro
Despiertas mucho mejor. El dolor apenas es un rumor. El Diazepan te ha hecho tener sueños lúcidos y has amanecido descansado. Te pones entonces frente al ordenador a la tarea que te tiene entretenido esta semana y de la que no vas a poder escapar: la revisión de la traducción del libro de Mieke Bal sobre Doris Salcedo. Está siendo mucho más duro de lo que habías imaginado. Y sobre todo mucho más complicado. Es la traducción que ha hecho un escritor argentino del texto en inglés americano de una autora holandesa y que va a ser publicado en una editorial colombiana. Y tu revisión la estás haciendo en castellano de España. Demasiada mezcla. Eso te desespera. Y te hace avanzar a pasos casi imperceptibles.

Por la noche vas a la Filmoteca a la inauguración del IBAFF. Quieres ver El futuro, la película de Luis López Carrasco de la que tanto has oído hablar. Al principio, lo que ves te desconcierta. Una fiesta ochentera en la que apenas se distinguen las conversaciones. Es la música –la banda sonora de las canciones de los ochenta– la que realmente cuenta todo. Conforme avanza la película más la comprendes. Está muy cerca de tus intereses en el arte de historia, en la manera en la que los artistas contemporáneos han comenzado a pensar el pasado. Ese pasado que imaginó un futuro. Observas que la película está en la frontera del cine-arte. Lo que muestra realmente son los sueños perdidos de una generación. Lo que se fue por un sumidero de sentido. El montaje, la música, la estructura, el pensamiento de la película te interesa mucho, aunque nunca te cautiva, porque el espectador acaba siempre frustrado. No hay posibilidad de establecer nunca una relación de empatía con lo que se está viendo. En el momento en el que uno quiere ser parte de la imagen, la imagen lo expulsa. Es una película compleja. Compleja a través de una aparente sencillez.

MARTES 4 / Provocación
Te levantas temprano y antes de ir a clase, sigues con la revisión de la traducción. El cuello te duele un poco. Aunque no demasiado. En clase hablas de la Merda d’artista de Manzoni y se produce un debate sobre lo escatológico. La provocación se te va de las manos.

Por la tarde, tienes cita con la fisio. Te hace daño. Mucho. Pero sales de allí con la sensación de que ha dado en el clavo, que sus dedos, que son como garras, han entrado en tu carne y han desecho una contractura que llevaba allí desde tiempo inmemorial. Sales algo mareado. Llegas a casa y te vuelves a poner con la traducción. Antes de dormir, Diazepan y Vila-Matas.

MIÉRCOLES 5 / Diazepan
De nuevo, temprano, la revisión de la traducción. Te está gustando mucho el libro, estás aprendiendo. Pero ya quieres terminarlo para ponerte por fin con lo tuyo. En clase, hoy toca el impresionismo. Ideas básicas, conceptos claves. Actualidad, fugacidad, pincelada suelta, vida moderna. Y crítica de género. En una hora lo ventilas.

Por la tarde, reuniones sin cesar y entrevista en la radio. Quieres ir a la presentación de Europa, pero te equivocas de lugar y ya no tienes tiempo de reacción. Empiezas a estar saturado. Vuelves a casa y te pones de nuevo con la revisión hasta más allá de la madrugada. Te tomas dos diazepanes y esperas a que te hagan efecto mientras escribes. Con somnolencia y casi inconsciente escribes en tu blog lo primero que se te viene a la cabeza.

JUEVES 6 / Escapar

Muy temprano, revisión. Luego, clase sobre el Accionismo vienés y el arte extremo. Por la tarde hay mil cosas a las que tienes que ir: conferencias, presentaciones, inauguraciones. Te tendrías que dividir para llegar a todo. Sólo de pensarlo te duele el cuello. Así que te quedas en casa trabajando. Hasta la medianoche. Hasta que se te cierran los ojos. Hasta que te queda un último capítulo del libro por revisar. Solo uno. Crees que todos tus dolores en el fondo se deben a esa tarea que te está quitando tiempo para tu escritura y para tu lectura. Quisieras perderte por unos días, desaparecer y encerrarte en una cabaña del bosque, sin compromisos, sin reuniones, sin charlas, sin nada. Solo tú y tu cuaderno. Ni siquiera Internet. Un hombre, una pluma y un cuaderno. Una historia de amor inolvidable. Es lo que imaginas. Es lo que quisieras. Es lo que piensas hacer. Algún día.

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