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Sueño lúcido

Todas las noches soñaba que era engullido por la lava de un volcán. No importaba el lugar en el que estuviese, el fuego siempre acababa devorándolo. Por la mañana, se despertaba cansado, con la piel enrojecida y llena de arañazos. Y durante el día apenas podía quitarse de encima esa sensación de malestar.

Había probado todo tipo de terapias, pero ninguna había dado resultado. Un día, después de buscar en Internet durante varias horas, encontró información sobre una tribu del Sureste Asiático que había dado con la forma de actuar en los sueños de modo consciente. La técnica no era excesivamente compleja. Tenía que concentrarse en un objeto singular que nadie más conociese y dormir con él bajo la almohada. Cuando ese mismo objeto apareciese en el sueño, sabría que estaba soñando y podría dominar la realidad a su antojo.

Tras pensarlo brevemente, decidió tomar algo que sólo él conocía. Un diente de leche que, precisamente, un día puso bajo la almohada y que el Ratoncito Pérez no quiso cambiar por monedas. Lo tenía aún guardado en un cajón de la mesilla, como si fuera una especie de ruina infantil, un resto secreto del tiempo en el que todos sus sueños se desvanecieron para siempre. Esbozó una sonrisa al pensar que aquel objeto podría servir ahora para aliviar ese mal que sufría ya varias semanas.

 Se concentró en el diente de leche y se quedó durmiendo con esa imagen en la retina. A los pocos minutos se vio en el centro de un volcán que parecía el mismísimo infierno. Junto al fuego y las piedras derretidas había también esta vez extraños seres con colmillos afilados que se acercaban a él a la misma velocidad que las lenguas de lava. Como en otras ocasiones, intentó correr para escapar de la situación, pero su cuerpo estaba paralizado. Así que aceptó su destino y, como otras veces, dirigió la mirada a sus pies, para ver una vez más cómo comenzaban a licuarse con la cercanía de la piedras de fuego.

Y justo en el momento en el que ya había comenzado a sentir el dolor del abrasamiento, junto al cordón de los zapatos que ya habían empezado a arder, pudo ver el pequeño diente de leche. En apenas un instante, la lava se convirtió en agua cristalina. Y en el momento en el que los extraños seres estaban a punto de clavarle las garras en su rostro, sintió cómo su cuerpo se elevaba y con un solo gesto consiguió salir volando por encima del volcán. Era cierto, estaba soñando y podía hacer cualquier cosa. El mundo ahora le pertenecía. Experimentó entonces una desconocida sensación de poder y deseó destruirlo todo. Fue en ese momento cuando despertó. Su cuerpo ya no estaba enrojecido y los arañazos habían desparecido. Bajo la almohada encontró unas cuantas monedas que habían perdido su brillo.



Comentarios

  1. Infantiloide... o no. Ofrece amplias posibilidades. ¿Qué será de ese buen hombre la próxima noche? Y una curiosidad: ¿no hay algo de Origen en ese objeto al que asirse durante el sueño?

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  2. Hay mucho de Origen, en efecto. O en Origen hay mucho de esta tribu del Sureste Asiático. Por eso al final he decidido poner la imagen de la peonza, para que no haya duda de lo que pasa. O sí, todas las dudas.

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  3. Pensaba que la tribu era una licencia narrativa. Joder... cada vez es más difícil leer cuentos

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  4. Desde hace un tiempo pienso que las artes y la literatura deben ir mas allá de mostrar meras emociones o experiencias. Son herramientas increibles para mostrar al ser humano todas sus capacidades, limitadas por nuestros límites imaginarios y nuestros miedos. QUe todo el mundo pueda ver que esto es un sueño como en tu relato, un sueño que debemos convertir en vez de en nuestro infierno en una tierra de gozo.

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  5. La primera vez que ves Origen está bien pero después en una segunda revisión aparte de los efectos especiales, nada de nada, esto molesta un poco por que Memento es una genialidad que se puede ver mil veces, por supuesto el protagonista es una maravilla y Cotillard en Origen qué quieres que te diga...ha hecho mejores papeles.

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