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Legislar Internet

Uno de los grandes peligros de la era de Internet es que no siempre calculamos las implicaciones de nuestros actos frente a la pantalla. Cuando navegamos e interactuamos con la red, cuando escribimos un tweet y posteamos en un blog, a veces creemos que lo hacemos desde una intimidad protegida e inocua, igual que cuando leemos un libro en nuestra habitación. Pero nada más lejos de la realidad. Internet es una plaza. Y lo que allí sucede es público y produce realidad. Por eso, si en la calle hay normas cívicas y leyes que debemos respetar para garantizar la convivencia –uno no puede ir quitándole el bolso a las señoras u orinando en las mochilas de los adolescentes, por ejemplo–, en Internet, como espacio público que es, tampoco se puede hacer cualquier cosa, aunque nos cueste mucho más trabajo reconocerlo. Y es necesario legislar e intentar poner un cierto orden en medio del caos absoluto en el que, de lo contrario, podría convertirse la red.

El problema surge cuando un mundo absolutamente entrópico como este –con una tendencia hacia la multiplicidad nunca vista hasta ahora– intenta ser gobernado a través de sistemas de censura y coacción de libertades que evidencian muchas veces la arbitrariedad absoluta de la ley. Una ley, además, que ya no parte de la experiencia de la realidad para promover una comunidad de iguales, sino que acontece como ley represiva que impone algo que no se ajusta a los destinatarios de dicha ley. O lo que es lo mismo, pero dicho en cristiano, que cuando todos somos piratas, ladrones, terroristas o violentos hay algo que no marcha bien. O estamos a punto de que nos envíen un diluvio universal por ser mala gente, o es necesario replantearse los modos de ordenar ese nuevo mundo.

[Publicado en La Razón, 13.4.2012]

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