Piratería legal
Lucía Etxebarría deja de escribir porque las descargas piratas de sus libros superan a sus ventas. La última novela de Ruiz Zafón estaba en la red una semana antes de su publicación. Hay dos maneras de ver esto. Botella medio vacía: que la cosa se va a pique porque la gente es una pirata y la industria cultural no puede subsistir si no se respeta la propiedad privada. Botella medio llena: que la idea de aquí no lee ni Perry Mason no es real y que, si existe el pirateo, será porque, en el fondo, algún interés habrá en leer.
Parece que hay una especie de esquizofrenia en los discursos sobre la piratería del libro digital y sobre los índices de lectura. Quizá en lugar de gastar dinero a espuertas en planes de fomento de la lectura que no acaban sirviendo para mucho, lo que habría que hacer es fomentar la piratería. La piratería legal –no aquella que pretende lucrarse–. Es decir: bibliotecas digitales. Si en lugar de ver a los usuarios como compradores o piratas, los viésemos como lectores, la cosa cambiaría. Los llamamos piratas porque no pagan por sus lecturas, igual que ocurre con los lectores de las bibliotecas, que tampoco pagan; la biblioteca paga por ellos. En el sistema de préstamo digital, la experiencia de usuario es la misma que la del pirata –uno descarga algo de un sitio– con la diferencia de que, en la biblioteca, la descarga es legal y el libro se desvanece a las dos semanas –que ya hay que tener mala leche para crear una tecnología que te quita lo que te ha dado “sólo por joder”, porque no hay otra razón logística–.
El problema de fondo es que estamos ante dos discursos antagónicos: el de la industria cultural y el de la utopía del conocimiento. Y esto muestra que, por mucho que se nos diga, Internet no fue creado para compartir y crear comunidades, sino todo lo contrario, para potenciar y perpetuar la propiedad privada a todos los niveles. Hackear esa memoria de sistema sí que es una tarea difícil.
Parece que hay una especie de esquizofrenia en los discursos sobre la piratería del libro digital y sobre los índices de lectura. Quizá en lugar de gastar dinero a espuertas en planes de fomento de la lectura que no acaban sirviendo para mucho, lo que habría que hacer es fomentar la piratería. La piratería legal –no aquella que pretende lucrarse–. Es decir: bibliotecas digitales. Si en lugar de ver a los usuarios como compradores o piratas, los viésemos como lectores, la cosa cambiaría. Los llamamos piratas porque no pagan por sus lecturas, igual que ocurre con los lectores de las bibliotecas, que tampoco pagan; la biblioteca paga por ellos. En el sistema de préstamo digital, la experiencia de usuario es la misma que la del pirata –uno descarga algo de un sitio– con la diferencia de que, en la biblioteca, la descarga es legal y el libro se desvanece a las dos semanas –que ya hay que tener mala leche para crear una tecnología que te quita lo que te ha dado “sólo por joder”, porque no hay otra razón logística–.
El problema de fondo es que estamos ante dos discursos antagónicos: el de la industria cultural y el de la utopía del conocimiento. Y esto muestra que, por mucho que se nos diga, Internet no fue creado para compartir y crear comunidades, sino todo lo contrario, para potenciar y perpetuar la propiedad privada a todos los niveles. Hackear esa memoria de sistema sí que es una tarea difícil.
[Publicado en La Razón, 31/12/2011]
Hay una tercera alternativa: el autor que sube su obra en PDF, epub o txt a un servidor propio o alquilado y desde su propia web te vende su libro por 1.95€ que a fin de cuentas es lo que le va a quedar si deja que la editorial se ocupe de todo, lo imprima, lo distribuya, lo promocione...
ResponderEliminarCreo que la literatura es la industria que más fácil lo tiene para llegar a esto pq el músico, aunque sea cantautor, necesitará al menos un mínimo de estudio de grabación aunque sea casero, y ya en el cine ni te cuento.
Pero si alguien decide no volver a escribir pq le piratean los libros suena a pataleta.
La tienda de aplicaciones de Apple, con millones de programas a precios irrisorios (desde unos céntimos a un par de euros) se nutre de los que consideramos adecuado retribuir a quien crea algo que usamos si el precio no es inalcanzable.
Incluso te puedes permitir gastar 2€ en un juego que te pasas en un par de semanas y luego terminas desinstalando, pero el creador ya ha obtenido su retribución.
Seguramente se juego te lo habrías pirateado "por que primero lo pruebo y después si me gusta me lo compro" si costase 20 €. Pero por un par de € o incluso menos no te lo piensas tanto.
Y sí, hay aplicaciones que permiten saltarte las restricciones de las tiendas online de aplicaciones de Apple y Android y cualquier libro que haya vendido Amazon o Barnes&Noble basta buscar en Google el título y añadir "download" y ya lo tienes, pero volvemos a lo mismo, no me puedes cobrar 9€ por un libro digital que en versión papel vale 29€. Sigue siendo desproporcionado. Véndemelo a 2.95 y me lo compro sin pensar.
Luego está, evidentemente, el que no paga así lo mataran, pero es que tampoco es tan complicado y mira que los de Apple ganan dinero al cabo del año con su iTunes y su AppStore vendiendo canciones a 1 euro y programillas a 2 euros.
Lo que está claro es que cuando lo legal es más fácil que lo ilegal, uno lo hace legal (aparte de los gañanes que no pagan ni a tiros). Yo, por ejemplo, desde que tengo Spotify no he descargado una canción pirata. Y cuando llegue Netflix, en breve, lo mismo pasará con el cine.
ResponderEliminarPor supuesto, el libro es diferente. Pero si lo pensamos bien, una biblioteca, en el momento en el que prestan libros electrónicos, se parece mucho a un servidor, o a un servicio de streaming. Pagar una cuota por los libros que se leen podría ser una opción.
Aunque tiene que haber otras maneras. Yo no soy especialista en esto, pero lo que está claro es que las cosas como están sólo son un impedimento para el desarrollo de la tecnología y sus posibilidades democráticas.
La reflexión con la que abres tu comentario recuerdo que la tuve yo cuando hace unos cuantos años Calamaro sacó aquel disco quíntuple suyo al mismo precio que uno normal, unas 1.000 pelas.
ResponderEliminarEn aquel momento un CD original costaba unas 1.000 pelas y pirateado costaba 200, así que aquel álbum no sería un gran éxito de ventas pero tampoco se lo piratearon demasiado al costar lo mismo que el original.
Tener una cuenta premium de Megaupload o Fileserve cuesta anualmente casi lo mismo que Netflix... Al final para que se cumpla la legalidad sólo hace falta un poquico de sentido común.
Lo bueno de Netflix o Spotify es que por cada visionado o escucha hay un porcentaje que va al productor. En Megaupload o los repositorios "están" las cosas. En Spotify o Netflix no hay que bajar nada. No se trata de tener o no tener, sino de usar. Quizá con los libros habría que buscar, ahora que es posible, sistemas de uso y lectura más que sistemas de pertenencia.
ResponderEliminarEl modelo es el de la biblioteca. La manera de hacerlo no la tengo clara. Pero habría que pensar. El problema es que hay muchos intereses por en medio que no harán que eso sea posible.
Si me apuras esto es un concepto filosófico, económico, político...
ResponderEliminarEl materialismo del que hacemos gala los que no podemos resistir el impulso de tener físicamente los libros, tangibilizando su aporte a base de paredes forradas de estanterías... y la creciente tendencia a tenerlo todo en la nube, si me apuras ni descargado en el dispositivo desde el que accedemos al contenido.
En Nochevieja atisbé retazos del especial de José Mota y me pareció interesante, así que anteanoche lo vi en streaming con la aplicación TVE a la carta en el iPad. Y no me hubiera importado pagar 1 € por verlo, por ejemplo.
Hasta en esto puede tener razón Jobs con sus tendencias zen y minimalistas. Una casa de paredes vacías de miles de libros y un tablet para dominarlos a todos y tenerlos atados en la nube.