Mirada lacrimosa

Uno de los objetivos de la óptica moderna fue el “afinamiento de la visión”, la consecución de un ojo perfectamente calibrado capaz de distinguir claramente las diferencias del mundo. Este proceso, entre otras muchas cosas, llevó aparejado la eliminación simbólica de todas aquellas cosas que interrumpían la continuidad y claridad de la visión. El nuevo ojo evitaba el parpadeo o la lágrima, es decir, cualquier forma de interrupción de la mirada, algo que recuerda bastante a uno de los paradigmas de la visión moderna, los ojos abiertos del joven Alex, el protagonista de La naranja mecánica, al que unas tenazas mecánica abren los párpados para lograr una mirada ininterrumpida. Unos ojos abiertos de par en par (eyes wide open), herramienta de la mirada absoluta.

El ojo moderno se configuró para ver las cosas valorando sus superficies cortantes y diferenciadas. Diferencias de raza, de clase, de género... una mirada capaz de ordenar y separar lo caótico. Una mirada científica y racional.

Frente a ese ver cortante y seco, me gustaría reivindicar en estos momentos la necesidad de una “mirada lacrimosa”, emotiva, afectiva, humedecida. Una mirada que no logre jamás hacerse una imagen del mundo si no es “manchada”. Se trataría de un “ver a través de las lágrimas”, un ver que no deje ver del todo, un ver no inmaculado (sin mancha), sino impuro, contaminado por el propio cuerpo. Un modelo de visión alejado de la claridad. Un mirada borrosa incluso al nivel de los sentimientos. Y es que cuando la lágrima aflora es porque hay algo que no se puede racionalizar, algo que no puede ser traído del todo al entendimiento. De hecho, debemos entender la lágrima como un excedente o un resto de los procesos racionales. Es aquello que no puede ser dicho del todo, aquello que queda fuera del discurso. Aquello que, cuando aparece, rompe y quiebra todo decir. El punto ciego de la racionalidad. Y, sin embargo, la condición básica de la compasión.

Tatiana Abellán, S/T, 2008.

La mirada de las lágrimas, húmeda y borrosa, se opondría claramente a la omnipotencia de la visión y a sus metáforas lumínicas. Las lágrimas perturban la claridad de la visión, nos nublan la mirada y no dejan que veamos las cosas como son. Es decir, las lágrimas impiden el acceso a la verdad del mundo, una verdad que, en la Modernidad, es eminentemente visual.

Las lágrimas nos hablan de un interior que no puede ser asimilado. Se relacionan también con lo abyecto, y con su opuesto elevado, lo sublime. A lo largo de la historia, las lágrimas han tenido varios significados, pero todos ellos han estado presididos por lo enigmático. Nadie sabía de dónde salían, cuál era su origen. En algunos momentos, las lágrimas fueron pensadas como corporalizaciones de la emoción. Cuerpos emocionales. Quizá por esa razón se popularizó el uso de “lacrimarios”, pequeños recipientes en los que, casi como si se tratase de joyeros, se guardaban las lágrimas, restos del dolor o de la alegría. En todo caso, la lágrima se vincula a un excedente imposible de asimilar. Es lo que se pierde, lo que sale del cuerpo, aquello que ya no puede contenerse en el interior. La expresión “no pudo aguantarse las lágrimas”, común en muchos episodios de dolor (o también de alegría), tiene que ver precisamente con esa idea de afloramiento, de incontenibilidad, de imposibilidad de sujeción.

La lágrima corporaliza y trae a la visión de modo táctil y matérico aquellas cosas que no pueden ser comunicadas. Pero también introduce nuevos modos de ver, alejados de la claridad. Modos de ver mucho más cercanos a la realidad, pues nunca vemos las cosas con los ojos limpios. No hay una pureza de la visión. Cuando miramos al mundo, nuestros ojos están llenos de cosas que no nos dejan ver: miedos, deseos, inquietudes, emociones… cosas que no vemos y que, paradójicamente, se hacen visibles en el cuerpo de las lágrimas. Y es que, por encima de cualquier otra cosa, las lágrimas son cuerpo. Cuerpo extraño, difícil de asumir.


[Este texto es un fragmento de "Cuerpos extraños", aparecido en Tatiana Abellán. Ojos abatidos, catálogo de la exposición celebrada en la Sala Luis Garay de la Universidad de Murcia, diciembre de 2008]

Comentarios

  1. Me gusta como tratas el tema pero de la obra en si no comentas nada. Esta artista no traspasa, no trasmite nada y sus obras son de calidad digamos dudosa. Lo mejor que tiene esta obra es tu reseña...Incomprensible su proyección, sinceramente

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  2. Estoy de acuerdo con el comentario anterior. Eso es una simple fotografía ausente de arte. Sobre las lágrimas te recomiendo algo muy curioso, una niña que llora cristalizando sus lagrimas. Si no sabes de esto, escribe en el buscador "niña que llora cristales" o algo asi. Yo vi la noticia por T.V. y me intrigó porque anteriormente habia visto, igualmente por T.V. a una mujer puertorriqueña que le pasa igual, esta mujer es cristiana, y muy fanática. Por lo que lei en cierto blog, tambien la niña siente la religion. Imagino los cristales son de sal, aunque no lo dijeron en las noticias.
    Felicidades por tu blog.

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  3. me ha gustado mucho esta interpretación de las lágrimas. volveré a pasar por aquí...
    sobre la foto, no digo nada hasta no ver el original...

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  4. ¡Qué interesante post! La lágrima con su doble función: de manifestación del dolor empático que nos humaniza y nos conecta con el sufrimiento de los otros como forma de conocimiento, y de limpieza que hace que la mirada sea más clara y más precisa después. La poeta norteamericana Adrienne Rich ya escribió sobre eso en varias ocasiones:

    "Un ojo, se acerca

    Bajo la lente
    se hacen enormes las pestañas y las venas
    y enorme la lágrima que diluye el ojo,
    la lágrima que despeja la mirada."

    Porque, como decía Marx, “El ojo humano sólo se hace humano cuando el objeto de su mirada se convierte en un objeto humano, social.” El arte actual necesita mucho de este tipo de mirada.
    Gracias.
    Marisol Sánchez (BOX8)

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