Conmoción
La década que hace unos días todos nos prometíamos felices ha comenzado con una catástrofe de cuyas dimensiones difícilmente podemos hacernos cargo. El terremoto de Haití ha devastado ciudades enteras, las víctimas son incontables, y la posibilidad de supervivencia para muchos de los que quedan rozan lo imposible. Sin embargo, aquí continuamos como si nada. Es cierto que la comunidad internacional se ha movilizado. Pero nosotros no somos conscientes del desastre. O, mejor, no queremos serlo. De esto ya he escrito aquí en más de una ocasión: hemos perdido por completo la capacidad de ser afectados por el dolor de los demás. Es como si prefiriésemos no mirar, o no saber del todo, como si intentásemos a toda costa proteger el sentido que creemos dar a nuestra vida.
Y es que, sin duda, si realmente tomásemos consciencia de la realidad de la catástrofe, no continuaríamos con nuestras rutinas, sino que comenzaríamos a cuestionar la importancia que damos a las cosas. La cuestión es que, lo queramos o no, seguimos viviendo como si fuésemos el centro del mundo. Sólo nos importa lo que gira a nuestro alrededor. Ésa es la clave de que no nos afecten los dolores lejanos, que nuestro mundo de afectos está en la cercanía. Es muy difícil proyectarnos en el dolor de un otro que no conocemos y que apenas podemos imaginar. Además, los medios nos ofrecen imágenes que no son más que datos, números, imágenes sin profundidad y densidad que difícilmente transmiten la realidad de lo que sucede. Como ha sugerido Jacques Ranciére, “no es que veamos demasiados cuerpos que sufren, sino que vemos demasiados cuerpos sin nombre, demasiados cuerpos que no nos devuelven la mirada que les dirigimos, de los que se habla sin que se les ofrezca la posibilidad de hablarnos”. Así, en cierto modo, se preserva nuestra comodidad, y podemos seguir comiendo tranquilamente tras la contemplación de un sufrimiento que conmovería incluso a las piedras.
[Publicado en La Razón, 15/01/10]
Y es que, sin duda, si realmente tomásemos consciencia de la realidad de la catástrofe, no continuaríamos con nuestras rutinas, sino que comenzaríamos a cuestionar la importancia que damos a las cosas. La cuestión es que, lo queramos o no, seguimos viviendo como si fuésemos el centro del mundo. Sólo nos importa lo que gira a nuestro alrededor. Ésa es la clave de que no nos afecten los dolores lejanos, que nuestro mundo de afectos está en la cercanía. Es muy difícil proyectarnos en el dolor de un otro que no conocemos y que apenas podemos imaginar. Además, los medios nos ofrecen imágenes que no son más que datos, números, imágenes sin profundidad y densidad que difícilmente transmiten la realidad de lo que sucede. Como ha sugerido Jacques Ranciére, “no es que veamos demasiados cuerpos que sufren, sino que vemos demasiados cuerpos sin nombre, demasiados cuerpos que no nos devuelven la mirada que les dirigimos, de los que se habla sin que se les ofrezca la posibilidad de hablarnos”. Así, en cierto modo, se preserva nuestra comodidad, y podemos seguir comiendo tranquilamente tras la contemplación de un sufrimiento que conmovería incluso a las piedras.
[Publicado en La Razón, 15/01/10]
Aguda reflexión. Pero mi comentario es para puntualizar algo: no existe el año cero, y como en cualquier cuenta normal, las décadas, siglos y milenios comienzan con el uno, es decir, la segunda década del siglo XXI empezará en 2011 como la primera empezó en 2001. Ya sé que hay medios que han hecho especiales sobre "lo mejor de la década", "lo ocurrido durante la década" y similares, pero creo que ya es hora de parar esta tontuna.
ResponderEliminarCésar Noragueda
Ya lo dijo Adam Smith: "Una muerte es una tragedia, muchas, una estad´´istica".
ResponderEliminarp.d.: Me gusta que en un arti´´iculo de peri´´odico se cite a Ranciere (comentario para constatar nuestro ombliguismo pertinaz)
Pilart
Acertado comentario pero esa misma actitud de "mirar hacia otro lado" la ejercemos también con la crisis económica, porque, ¿qué planes de mitigación se han elaborado? ¿dónde está el líder? No hay una sociedad que yo entienda demasiado comprometida con nada que no sea ella misma de forma individual
ResponderEliminarCiertamente la deshumanización, es un hecho, y uno de los grandes problemas que nos afectan, parece que hemos olvidado que más allá de cualquier cosa, somos seres humanos, débiles, vulnerables, necesitamos de los demás y los demás necesitan de nosotros, porque parafraseando a Levinas, somos en los otros, pero aun mas básico es que entendemos que todo ser vivo tiene dignidad, todo ser humano tiene derecho a una educación de calidad, porque la educación es una necesidad básica, Educación, Sentido común, Bien común, son cimientos de la humanidad, parece que se han olvidado.
ResponderEliminarNinguna cultura es ni mejor ni peor que otra, tenemos que más allá de refugiarnos en la tolerancia, o el respeto simplista, acoger a todo ser humano.
Desde luego la política en general, en nuestro país es nefasta, seguimos, con la estampa de la lucha a garrotazos de Goya, políticos que centran toda su atención en derribar al rival político, y se presentan ante el pueblo como “lideres”, tanto uno, como otro, “Yo soy el que l ova a arreglar todo, yo tengo la barita mágica para mejorarlo TODO”
ResponderEliminarBueno, pues eso, vamos a cambiar nosotros, luego a acoger a los otros, y desde ahí, generar acciones, eso si como decían, Giner de los Ríos, Luís Vives, Rousseau, o el propio Platón: Sentido común, Educación referida a lo vitalmente necesario, No generar partidos o sectas que siempre miraran por si mismas, sino mirar por el bien común, esos referentes que como tantos otros se han olvidado, y no ya por el conocimiento sino porque sin referencia a los grandes referentes, no hay revivicacion real.