After Dark: Leer en la oscuridad
Haruki Murakami (Kioto 1949) se ha convertido en la figura central de toda una generación de escritores que han llevado la escritura nipona a la contemporaneidad más radical. Un autor que ha sabido cartografiar como nadie la actual sociedad japonesa, una sociedad global y tremendamente contemporánea. A lo largo de su obra, Murakami ha presentado una sensibilidad extrapolable a las nuevas maneras de entender el mundo derivadas de la postmodernidad occidental. Con una escritura sencilla y rápida, Murakami aparece como un escritor que se mantiene en la frontera entre lo culto y lo comercial, en el equilibrio preciso que permite tener un apabullante número de lectores y, al mismo tiempo, comunicar intuiciones y problemas complejos.
After Dark, su última novela, es Murakami en estado puro. Hace algunos meses comentaba en estas páginas el estado de austerización en el que había entrado Paul Auster. Obras como Un hombre en la oscuridad son sólo para los amantes del escritor neoyorkino, que parece haber entrado en un bucle autorreferencial. En cierto modo a Murakami le ocurre lo mismo, aunque creo que sale ganando. After Dark parece liberar de todo lo transitorio a la novela para presentar casi en estado puro el proceso narrativo del autor japonés. Sin embargo no llega a caer en la simple enumeración y repetición de procedimientos, sino que este estado evolucionado de su narrativa se debe más al desarrollo lógico de su prosa que un proceso de estancamiento.
En el plano del contenido, After Dark relata una serie de historias o fragmentos que suceden en la oscuridad de la noche. Fragmentos que se articulan en torno a la figura de Mari, una chica que lee solitariamente a lo largo de la noche en un bar. A raíz de esto observamos una serie de escenas que siempre suceden en off: el sueño de su hermana y el ambiente siniestro que la rodea, la presencia de un músico que ensaya durante toda la noche, o lo que sucede en un “love hotel” en el que una chica ha sido maltratada. Esas historias componen una narración cuyo principal hilo de continuidad es el tiempo, el tiempo que, representado por un reloj, marca el paso de la noche desde las doce de la madrugada hasta las siete de la mañana.
Aunque sea la figura de Mari la que centre la articulación del libro, de alguna manera, se puede decir que el protagonista de After Dark es la lectura en sí misma, esa especie de cámara que recorre los ambientes y que se para en los detalles. Desde el principio, el acto de leer es lo que inicia la noche. Es el libro de Mari el que da lugar a la primera mirada del lector. Y esa lectura que se ve interrumpida una y otra vez es, en el fondo, lo que planea sobre todo el libro. Por tanto: la lectura y el lector. Un lector que se ha hecho cámara, un lector que mira, pero que también se interroga. En este sentido, hay que decir que la presencia del cine es esencial en la obra de Murakami, aunque su narrativa sea mucho más rica que el simple ojo de la cámara. No es nunca una mirada de superficie, sino una mirada reflexiva que se interroga por los objetos y las situaciones. El ojo de la cámara a través del que conocemos las cosas intenta llegar más allá de lo visible. Intenta traspasar el nivel epidérmico de las cosas para adentrarse en su vida íntima, casi en su espectralidad. Por eso las cosas en Murakami están cargadas de una presencia siniestra, un alma que el ojo del espectador-lector no llega a ver del todo, pero en todo momento (y este es uno de los logros de la escritura del autor nipón) es consciente de ello.
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After Dark, su última novela, es Murakami en estado puro. Hace algunos meses comentaba en estas páginas el estado de austerización en el que había entrado Paul Auster. Obras como Un hombre en la oscuridad son sólo para los amantes del escritor neoyorkino, que parece haber entrado en un bucle autorreferencial. En cierto modo a Murakami le ocurre lo mismo, aunque creo que sale ganando. After Dark parece liberar de todo lo transitorio a la novela para presentar casi en estado puro el proceso narrativo del autor japonés. Sin embargo no llega a caer en la simple enumeración y repetición de procedimientos, sino que este estado evolucionado de su narrativa se debe más al desarrollo lógico de su prosa que un proceso de estancamiento.
En el plano del contenido, After Dark relata una serie de historias o fragmentos que suceden en la oscuridad de la noche. Fragmentos que se articulan en torno a la figura de Mari, una chica que lee solitariamente a lo largo de la noche en un bar. A raíz de esto observamos una serie de escenas que siempre suceden en off: el sueño de su hermana y el ambiente siniestro que la rodea, la presencia de un músico que ensaya durante toda la noche, o lo que sucede en un “love hotel” en el que una chica ha sido maltratada. Esas historias componen una narración cuyo principal hilo de continuidad es el tiempo, el tiempo que, representado por un reloj, marca el paso de la noche desde las doce de la madrugada hasta las siete de la mañana.
Aunque sea la figura de Mari la que centre la articulación del libro, de alguna manera, se puede decir que el protagonista de After Dark es la lectura en sí misma, esa especie de cámara que recorre los ambientes y que se para en los detalles. Desde el principio, el acto de leer es lo que inicia la noche. Es el libro de Mari el que da lugar a la primera mirada del lector. Y esa lectura que se ve interrumpida una y otra vez es, en el fondo, lo que planea sobre todo el libro. Por tanto: la lectura y el lector. Un lector que se ha hecho cámara, un lector que mira, pero que también se interroga. En este sentido, hay que decir que la presencia del cine es esencial en la obra de Murakami, aunque su narrativa sea mucho más rica que el simple ojo de la cámara. No es nunca una mirada de superficie, sino una mirada reflexiva que se interroga por los objetos y las situaciones. El ojo de la cámara a través del que conocemos las cosas intenta llegar más allá de lo visible. Intenta traspasar el nivel epidérmico de las cosas para adentrarse en su vida íntima, casi en su espectralidad. Por eso las cosas en Murakami están cargadas de una presencia siniestra, un alma que el ojo del espectador-lector no llega a ver del todo, pero en todo momento (y este es uno de los logros de la escritura del autor nipón) es consciente de ello.
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Es el empujoncito que necesitaba para leer algo de Murakami. Escuché hablar de él en un programa de TV y me interesó mucho, he tenido en alguno en mis manos pero nunca me he atrevido. Mañana me lo compro ^^.
ResponderEliminarSólo he leído Tokio Blues, pero si me dices que la protagonista se llama Mari, lo mismo cae éste también.
ResponderEliminarSiempre he creído que existen civilizaciones alienigenas... y que la prueba son los japoneses. Seguro que vienen todos de otro planeta...
ResponderEliminarla forma de unir las historias me gusta, me resulta cinematográfica (así de primeras) me lo pido para las vacaciones.
ResponderEliminarIgual ya lo conoces, pero me recuerda a algo de lo que he leído tuyo (no al infraleve pero sí a cosas del blog o algunos microrelatos quizá) es "si te comes un limón sin hacer muecas", de Sergi Pamiès, la presentación Vila-Matas que dice que este libro está compuesto por “la esencia del relato mismo” aderezado con “esa poética limonera" y eso de limonera nos viene al pelo a los murcianic@s (a mi me parece que algunos relatos son como una especie de chistes, te dejan esa sensación de después de reirte pero sin haberte reído)
El libro de Pamies lo he leído y me gustó. Aquí te dejo el enlace de una crítica que le hice: http://duermedonquijote.blogspot.com/2007/06/si-te-comes-un-limn-sin-hacer-muecas.html
ResponderEliminary esa sensación de humor ácido que comentas también la he sentido al leerlo.
Me lo terminé anoche y agradezco esta recomendación indirecta.
ResponderEliminarSaludos.