Hay días en los que desaparezco del mundo. Apago el móvil, desconecto el teléfono fijo, bajo las persianas y me cierro sobre mí unas horas. Son momentos en los que hasta el lenguaje necesita tomarse un descanso. Dejo de hablar, de actuar e incluso de pensar. Sólo intento dejar que las cosas fluyan, sentir que el mundo discurre sin que yo esté en él. Luego abro los ojos y veo que todo sigue igual. Mil llamadas perdidas, doscientos mensajes al móvil diciendo que me necesitaban y no me encontraban. Pero nada terrible ha sucedido. El mundo continúa su camino. Y yo he podido sentirlo por unos instantes.
Cuaderno de bitácora de Miguel Ángel Hernández. Reflexiones apresuradas sobre arte, literatura y cultura visual.
Tu si que sabes mahn.
ResponderEliminarLa vida de jubilata de mi padre no tiene nada que envidiarte.
No sé si es más gustazo la demora de lo inminente o el paréntesis con persiana echada.
ResponderEliminarSaludos!!!
A veces yo tb incurro en esas ausencias de manera activa y gozosa.
ResponderEliminarEs como una leve muerte que nos permite una modesta resurrección.
Reconozco que tres de los momentos más felices y plácidos que recuerdo sucedieron en medio de esos lapsos espaciotemporales.
Creo que tenemos demasiado ruído y ajetreo alrededor y de vez en cuando ser anacoreta en horas sueltas es más que una opción una necesidad.
Le tengo echado el ojo a una alejada cueva con vistas, orientación mediodía, todo exterior...