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La conquista del tiempo

Giacomo Marramao
Kairós. Apología del tiempo oportuno.
Barcelona, Gedisa, 2008.

Hace una semana, a raíz del comentario de ‘Del sentir’, de Mario Perniola, decía que la filosofía italiana no cesaba de dar muestras de inteligencia y sagacidad con autores como Agamben, Vattimo o Cacciari. También deberíamos situar en esa nómina a otro pensador algo menos conocido pero igualmente fundamental como Giacomo Marramao (Catanzaro, 1946). Su obra se ha centrado en el estudio de la genealogía y conformación de la Modernidad occidental y los procesos de secularización vinculados a ella. Según Marramao, la clave del espíritu moderno es esa secularización de todos los valores y elementos de la vida, entre los cuales el tiempo ocupa un papel esencial.

Este libro constituye el segundo volumen de una trilogía que el autor ha dedicado al estudio de esta cuestión esencial para la filosofía, la condición temporal del ser humano. Según Marramao, una de las cosas que tienen lugar en la Modernidad es la supresión del tiempo plural de lo humano, sustituido cada vez más por el tiempo singular de la técnica. El individuo moderno se convierte en un “sujeto” de un tiempo único impuesto desde instancias que lo superan. La célebre escena de Tiempos modernos en la que Chaplin, extenuado por la cadena de montaje, comienza a atornillar todos los objetos que tiene a su alrededor, sirve de metáfora perfecta –quizá algo exagerada, es cierto– del modo en que el sujeto moderno “extiende” el ritmo de la máquina a la cotidianidad, introyectando y haciendo suyos los tiempos de la cadena de producción. La experiencia múltiple –humana– del tiempo ha sido sustituida por el tiempo del capital. El nacimiento del sujeto moderno está ligado a la “sujección” a un tiempo que, cada vez más, ya no era el suyo, sino un tiempo simple, el tiempo de la sucesión. En cierto modo, se podría decir que la Modernidad instauró la monocronía, el tiempo único de la producción y la tecnología –único resquicio aún hoy de la creencia en el progreso–.

El proceso de aceleración del tiempo iniciado por la Modernidad, lejos de detenerse, se ha ido haciendo cada vez más drástico, hasta el punto en el que hoy se pueda decir que caminamos directamente hacia la supresión de todo tiempo, hacia eliminación total de la experiencia temporal. La nuestra ya no es la época de la velocidad, sino la de la urgencia, la época del tiempo-cero, de la inmediatez, de la instantaneidad. Los tiempos “hipermodernos” se caracterizan, precisamente, por suprimir todas las distancias temporales. Una supresión de la espera, de la transición, del intervalo, del “in-between”.

El nuevo tiempo ya no tiene tiempo de mirar hacia atrás, ni de calcular su trayectoria hacia delante. Es un tiempo de deslizamiento, sin profundidad, sin anclajes, tiempo del aquí y ahora, pero de un aquí y ahora que nada tiene que ver con el de las filosofías orientales. Un aquí y ahora que desaparece constantemente, que no tiene espesor ni sustancia. Un aquí y ahora, podríamos decir, ya totalmente deshumanizado, o, al menos, ajeno a los ritmos naturales –biológicos y psíquicos– de lo humano.

Es precisamente frente a ese tiempo de la prisa frente al que Marramao, a través de un proceso de análisis crítico-hermenéutico (acudiento a fuentes tan dispares como Platón, Einstein, Penrose o Bergson), propone la experiencia del ‘kairós’, un tiempo más allá del simple cronos, que restauraría la pluralidad del tiempo de lo humano, el tiempo propio o lo que él llama el ‘tiempo oportuno’, un tiempo de convivencia entre el tiempo del mundo y el tiempo de la vida, el tiempo social y el tiempo psíquico. Una suerte de horizonte de encuentro para la experiencia temporal del individuo con la experiencia y los códigos temporales de la comunidad. Esta dimensión ‘kairológica’ del tiemplo sería, según palabras del autor, ‘la única capaz de conectar, en una tensión fecunda, pasado y futuro dentro del presente de la experiencia y la imaginación creativa’. Es decir: recomponer nuestro multiverso temporal.

[Publicado en El faro de las letras, 25-4-2008]

Comentarios

  1. Lo siento, con ese apellido no he podido evitar acordarme de la canción de "estaba el señor don gato... sentadito en su tejado... marramamiao, miao, miao..." :-)

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  2. Cuidado, Antonio, que la Rosa León llama a su amigo Ramoncín y la SGAE te saca los ojos en royalties y pluses polifónicos...

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  3. No, si yo estaba cantando la versión Creative Commons...

    :-)

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