Saberse finito
Morir es tan humano como vivir. La muerte es lo único que, con certeza, uno tiene que esperar de la vida. Sin embargo, llega siempre cuando uno menos se lo espera. Es lo esperado-inesperado. Por mucho que sepamos que tiene que ocurrir en algún momento, por mucho que tengamos claro que acecha a la vuelta de la esquina, la muerte del otro siempre nos coge con el paso cambiado. Es siempre una sorpresa, algo ante lo que nunca sabemos cómo reaccionar.
Es paradójico que en esta sociedad del adoctrinamiento no se nos enseñe cómo reaccionar ante la única certidumbre que tenemos. Vivimos como si no existiese la muerte. Todo nuestro modo de vida contemporáneo, nuestra organización social, nuestros problemas… todo, absolutamente todo, se edifica sobre una puesta entre paréntesis de la muerte. Actuamos como si fuéramos eternos, dejando de lado todo lo que tiene que ver con la finitud, cerrando los ojos ante lo que constituye nuestra esencia.
No sé si realmente serviría para algo tomar conciencia de que podemos dejar este mundo en cualquier momento, y que los demás pueden abandonarnos para siempre de un momento a otro. Quizá saborearíamos con más detenimiento las cosas e intentaríamos sacarle mayor partido a lo que nos rodea. Intentaríamos grabar cada mirada, conservar cada gesto, atender a cada palabra y experimentar cada caricia. Probablemente esto nos llevaría a eso que Sartre llamó la náusea, esa suerte de existencia que nos supera y que no podemos incorporar a nuestra experiencia. No sé. Como digo, no lo tengo claro. Pero saberse finito, y saber finito al otro, al menos nos haría ir acostumbrándonos a algo de lo que no vamos a poder escapar.
Es paradójico que en esta sociedad del adoctrinamiento no se nos enseñe cómo reaccionar ante la única certidumbre que tenemos. Vivimos como si no existiese la muerte. Todo nuestro modo de vida contemporáneo, nuestra organización social, nuestros problemas… todo, absolutamente todo, se edifica sobre una puesta entre paréntesis de la muerte. Actuamos como si fuéramos eternos, dejando de lado todo lo que tiene que ver con la finitud, cerrando los ojos ante lo que constituye nuestra esencia.
No sé si realmente serviría para algo tomar conciencia de que podemos dejar este mundo en cualquier momento, y que los demás pueden abandonarnos para siempre de un momento a otro. Quizá saborearíamos con más detenimiento las cosas e intentaríamos sacarle mayor partido a lo que nos rodea. Intentaríamos grabar cada mirada, conservar cada gesto, atender a cada palabra y experimentar cada caricia. Probablemente esto nos llevaría a eso que Sartre llamó la náusea, esa suerte de existencia que nos supera y que no podemos incorporar a nuestra experiencia. No sé. Como digo, no lo tengo claro. Pero saberse finito, y saber finito al otro, al menos nos haría ir acostumbrándonos a algo de lo que no vamos a poder escapar.
Cada día nacemos y cada día morimos. Dicho así parece una frase de cartón-piedra. Pero el problema no es la frase, sino no querer aceptar la realidad que esa frase retrata exactamente.
ResponderEliminarUn saludo. Hay días que parecen durar más que otros. Pero todo vuelve porque nada se va.
Solo nos dura un momento la conciencia de la muerte, cuando la vemos a nuestro lado, cuando la palpamos y nos golpea brutalmente en la persona querida, nos prometemos cambiar, dejar las miserias, mejorar y cambiar de “vida”.
ResponderEliminarVanas promesas, nuestro modelo social nos impide ejecutarlas, con la muerte todavía en nuestra retina, volvemos a la vorágine de siempre, envidias, rencores, ambiciones, planes como si fuésemos eternos, maldad y ritmo loco.
Somos así, no tenemos remedio, hasta que nos llegue el Momento no cambiaremos.
emilionavarrofranco
Tienes toda la razón del mundo, y la cosa es que no sé si eso debería consolarnos o apenarnos aún más...
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