La escritura del amor
Giorgio Manganelli: Amore.
Madrid: Siruela, 2008.
Giorgio Manganelli (Milán 1922- Roma 1990) es uno de los escritores más personales de la segunda mitad del siglo XX. Un autor de culto, no demasiado conocido en nuestro país, que ha sido descrito por muchos como un autor a medio camino entre Samuel Beckett e Italo Calvino. En efecto, su particular obra maneja parámetros de ambos escritores, esencialmente la abstracción y el uso del inconsciente de Samuel Beckett, y la referencialidad posmoderna y el uso de una escritura que podríamos denominar ‘neobarroca’, en la estela de los desarrollos del arte de Italo Calvino. Esta fusión, que por supuesto no es más que una caricatura de un autor que va mucho más allá, hace que, en cualquier caso, su escritura sea difícil y poco gratificante para el lector corriente, al que Manganelli pone a prueba en todo momento con el uso de un lenguaje ampuloso y complejo, lleno de palabros y términos en desuso que obligan a uno a tener el diccionario a mano para poder seguir la lectura. Una lectura que, sin embargo, a pesar de esta dificultad, puede llegar a ser completamente adictiva.
Una de las dificultades para seguir la lectura, y esto es algo que se da prácticamente en todos los textos, y Amore no es una excepción, es un uso del lenguaje prácticamente abstracto, donde lo descrito es muy difícil de imaginar y representar mentalmente. El texto por sí sólo constituye el lugar de llegada y partida. La realidad a la que se refiere en todos sus libros no es sino textual, emanada del propio flujo de escritura. Un flujo en el que el autor está presente en todo momento. Es su subjetividad la que construye el mundo. En este sentido podemos definir su obra como ‘autorreferencial’, en el que no hay nada más allá del autor, más allá de su propia imaginación, el escritor es la única referencia.
Para Manganelli la escritura es un proceso doloroso. A través de las páginas de sus libros, uno va percibiendo ese viaje a los infiernos que supone el proceso de poner sobre el papel aquello que ha pasado por la mente. Este ‘dolor de escritura’ tiene lugar aquí, en parte, porque la realidad con la que Manganelli trabaja es siempre una realidad confusa, la realidad del inconsciente. Y esto es de suma importancia para comprender su obra. La realidad inconsciente presenta un mundo no completamente decible y que no trabaja con los parámetros habituales de tiempo y espacio. La abstracción literaria que comentábamos más arriba surge, en cierto modo, como resultado de este anclaje inconsciente, interior y no exterior, que tiene lugar en los textos de Manganelli. Unos textos donde el espacio y el tiempo se diluyen, se multiplican y al mismo tiempo se hacen porosos. Las cosas suceden de un modo diferente al que sucederían en la realidad. El autor describe espacios que no están sujetos a las leyes de la lógica, y que recuerdan mucho a las arquitecturas de la mente de las hablaba Freud. Y lo mismo sucede con el tiempo: pasado, presente y futuro se confunden y entrelazan para hacer surgir un tiempo ilógico, que, en el fondo, no es sino el tiempo del propio relato, el del propio proceso de escritura.
Amore, este relato-visión escrito en 1981, es una obra bastante representativa del incómodo estilo de Manganelli. Casi como si se tratase de un monólogo o de una conferencia, el autor presenta una serie de reflexiones confusas sobre el amor. Reflexiones abstractas en las que va modulando todas las posibilidades y variedades de lo que pudiera ser este sentimiento. Y una tras otra, todas ellas se van demostrando como imposibles de asir. El amor se va describiendo casi más por negación que por afirmación. Es lo que no es. O, mejor, lo que no puede ser. El amor se presenta en este libro, paradójicamente, por medio de su contrario, su lado oscuro, su reflejo mefistofélico: el llanto, la ausencia, el odio, la caída… La escritura aquí intenta apresar y hacer lenguaje aquello que escapa a la palabra, lo que se esfuma en el momento en que uno se acerca, porque si por algo se caracteriza el amor para Manganelli es precisamente por su evanescencia. Por mucho que uno lo busque, el amor se encuentra siempre ‘en el otro lado’. O como concluye Manganelli, ‘esta es la descripción de nuestro amor, que yo no esté jamás donde estás tú, y que tú no estés jamás donde estoy yo’.
[Publicado en El faro de las letras, 17-02-08]
Madrid: Siruela, 2008.
Giorgio Manganelli (Milán 1922- Roma 1990) es uno de los escritores más personales de la segunda mitad del siglo XX. Un autor de culto, no demasiado conocido en nuestro país, que ha sido descrito por muchos como un autor a medio camino entre Samuel Beckett e Italo Calvino. En efecto, su particular obra maneja parámetros de ambos escritores, esencialmente la abstracción y el uso del inconsciente de Samuel Beckett, y la referencialidad posmoderna y el uso de una escritura que podríamos denominar ‘neobarroca’, en la estela de los desarrollos del arte de Italo Calvino. Esta fusión, que por supuesto no es más que una caricatura de un autor que va mucho más allá, hace que, en cualquier caso, su escritura sea difícil y poco gratificante para el lector corriente, al que Manganelli pone a prueba en todo momento con el uso de un lenguaje ampuloso y complejo, lleno de palabros y términos en desuso que obligan a uno a tener el diccionario a mano para poder seguir la lectura. Una lectura que, sin embargo, a pesar de esta dificultad, puede llegar a ser completamente adictiva.
Una de las dificultades para seguir la lectura, y esto es algo que se da prácticamente en todos los textos, y Amore no es una excepción, es un uso del lenguaje prácticamente abstracto, donde lo descrito es muy difícil de imaginar y representar mentalmente. El texto por sí sólo constituye el lugar de llegada y partida. La realidad a la que se refiere en todos sus libros no es sino textual, emanada del propio flujo de escritura. Un flujo en el que el autor está presente en todo momento. Es su subjetividad la que construye el mundo. En este sentido podemos definir su obra como ‘autorreferencial’, en el que no hay nada más allá del autor, más allá de su propia imaginación, el escritor es la única referencia.
Para Manganelli la escritura es un proceso doloroso. A través de las páginas de sus libros, uno va percibiendo ese viaje a los infiernos que supone el proceso de poner sobre el papel aquello que ha pasado por la mente. Este ‘dolor de escritura’ tiene lugar aquí, en parte, porque la realidad con la que Manganelli trabaja es siempre una realidad confusa, la realidad del inconsciente. Y esto es de suma importancia para comprender su obra. La realidad inconsciente presenta un mundo no completamente decible y que no trabaja con los parámetros habituales de tiempo y espacio. La abstracción literaria que comentábamos más arriba surge, en cierto modo, como resultado de este anclaje inconsciente, interior y no exterior, que tiene lugar en los textos de Manganelli. Unos textos donde el espacio y el tiempo se diluyen, se multiplican y al mismo tiempo se hacen porosos. Las cosas suceden de un modo diferente al que sucederían en la realidad. El autor describe espacios que no están sujetos a las leyes de la lógica, y que recuerdan mucho a las arquitecturas de la mente de las hablaba Freud. Y lo mismo sucede con el tiempo: pasado, presente y futuro se confunden y entrelazan para hacer surgir un tiempo ilógico, que, en el fondo, no es sino el tiempo del propio relato, el del propio proceso de escritura.
Amore, este relato-visión escrito en 1981, es una obra bastante representativa del incómodo estilo de Manganelli. Casi como si se tratase de un monólogo o de una conferencia, el autor presenta una serie de reflexiones confusas sobre el amor. Reflexiones abstractas en las que va modulando todas las posibilidades y variedades de lo que pudiera ser este sentimiento. Y una tras otra, todas ellas se van demostrando como imposibles de asir. El amor se va describiendo casi más por negación que por afirmación. Es lo que no es. O, mejor, lo que no puede ser. El amor se presenta en este libro, paradójicamente, por medio de su contrario, su lado oscuro, su reflejo mefistofélico: el llanto, la ausencia, el odio, la caída… La escritura aquí intenta apresar y hacer lenguaje aquello que escapa a la palabra, lo que se esfuma en el momento en que uno se acerca, porque si por algo se caracteriza el amor para Manganelli es precisamente por su evanescencia. Por mucho que uno lo busque, el amor se encuentra siempre ‘en el otro lado’. O como concluye Manganelli, ‘esta es la descripción de nuestro amor, que yo no esté jamás donde estás tú, y que tú no estés jamás donde estoy yo’.
[Publicado en El faro de las letras, 17-02-08]
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