Todo lo que no he escrito
El otro día, volviendo de Londres, el avión hizo un extraño giro y comenzó a caer en picado hacia al mar. Fue sólo un instante, pero lo suficientemente intenso para que se me pasaran por la mente toda serie de cosas. Sin embargo, y me pesa reconocerlo, no pensé en mi mujer, en mi madre, en mi amante o en mis dos hijos pequeños. Lo único que se me vino a la cabeza es que, al morir, mi obra literaria iba a quedar inconclusa, que apenas había escrito nada y que me quedaban muchas cosas por hacer.
Dicen que antes de morir, transcurre frente a uno toda la historia de su vida. Pero a mi mente no se acercó nada de lo que había vivido. En cambio, sí lo hicieron todas las historias que podía haber escrito, una tras otra, desarrolladas y estructuradas perfectamente. Cientos, quizá miles de historias, algunas de las cuales me habrían hecho seguro pasar a la posteridad. Me vi desbordado por todo aquello mientras el avión parecía caer sin control hacia el océano. La gente chillaba, rezaba e intentaba encontrar un medio de despedirse de sus seres queridos. Yo, sin embargo, buscaba lápiz y papel. Quería dejar constancia de esas historias que pasaban de modo cada vez más veloz por mi mente. Milagrosamente, entre el ajetreo pude encontrar el moleskine negro y un bolígrafo azul. Y como pude, con letra casi ininteligible, comencé a escribir lo que tenía ante mí. Pero era imposible, y desistí. El flujo eran tan rápido que hubiera necesitado varios años para trasladar al papel lo que me pasaba por la cabeza. Además, el avión se iba a estrellar. Así que tuve que sintetizar todo aquello de alguna manera. Y escribí entonces el más corto de mis cuentos, el más breve y al mismo tiempo el más intenso. El cuento por el que todos me tendrían que recordar, el que condensaba toda mi obra literaria. Apenas seis palabras antes de morir: “todo lo que no he escrito”.
Desafortunadamente el avión recuperó altura y todo volvió a la normalidad. Y con la normalidad se esfumaron también todas las historias. Ahora lo que escribí ya no tiene sentido. Y mi carrera de escritor diría que tampoco. No pude morir dejando mi obra acabada, condensada en aquellas seis palabras. Ahora estoy condenado a escribir todo lo que no he escrito. Pero no sé cómo hacerlo. Sólo de vez en cuando regresa a mí alguna historia de aquel día. Pero ya no aparece como una novela densa y estructurada, sino como un breve cuento que, como este, tengo que cazar al vuelo antes de que vuelva a desaparecer.
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Dicen que antes de morir, transcurre frente a uno toda la historia de su vida. Pero a mi mente no se acercó nada de lo que había vivido. En cambio, sí lo hicieron todas las historias que podía haber escrito, una tras otra, desarrolladas y estructuradas perfectamente. Cientos, quizá miles de historias, algunas de las cuales me habrían hecho seguro pasar a la posteridad. Me vi desbordado por todo aquello mientras el avión parecía caer sin control hacia el océano. La gente chillaba, rezaba e intentaba encontrar un medio de despedirse de sus seres queridos. Yo, sin embargo, buscaba lápiz y papel. Quería dejar constancia de esas historias que pasaban de modo cada vez más veloz por mi mente. Milagrosamente, entre el ajetreo pude encontrar el moleskine negro y un bolígrafo azul. Y como pude, con letra casi ininteligible, comencé a escribir lo que tenía ante mí. Pero era imposible, y desistí. El flujo eran tan rápido que hubiera necesitado varios años para trasladar al papel lo que me pasaba por la cabeza. Además, el avión se iba a estrellar. Así que tuve que sintetizar todo aquello de alguna manera. Y escribí entonces el más corto de mis cuentos, el más breve y al mismo tiempo el más intenso. El cuento por el que todos me tendrían que recordar, el que condensaba toda mi obra literaria. Apenas seis palabras antes de morir: “todo lo que no he escrito”.
Desafortunadamente el avión recuperó altura y todo volvió a la normalidad. Y con la normalidad se esfumaron también todas las historias. Ahora lo que escribí ya no tiene sentido. Y mi carrera de escritor diría que tampoco. No pude morir dejando mi obra acabada, condensada en aquellas seis palabras. Ahora estoy condenado a escribir todo lo que no he escrito. Pero no sé cómo hacerlo. Sólo de vez en cuando regresa a mí alguna historia de aquel día. Pero ya no aparece como una novela densa y estructurada, sino como un breve cuento que, como este, tengo que cazar al vuelo antes de que vuelva a desaparecer.
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Al leer tu narración me ha venido a la mente, durante un momento, un cuento de Borges: El milagro secreto
ResponderEliminarMi nanorelato a las puertas de la muerte te gana:
ResponderEliminar"No lo escribí"
Y a ver cuando nos presentas a tus dos hijos pequeños. Los mayores son una ricura.
Desafortunadamente el avión recuperó altura..., joder. Por cierto, y hablando de relatos a las puertas de la muerte, ¿has leído el del marinero del Kurst?
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