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Ravel: 'experimentos con la verdad'

En una entrevista reciente, decía Jean Echenoz (Orange, 1947) que prefería las vidas reales a las de ficción. Ravel, publicada en español por Anagrama, es precisamente eso: una vida real, construida por medio de la narración. Y es que el texto no es una biografía al uso, ni tampoco una novela histórica. Se trata más bien de una reconstrucción literaria de la biografía de Ravel, documentada históricamente, pero escrita desde la literatura. Con esta obra Echenoz habita un terreno ‘intergenérico’, claramente más cerca de la literatura que de la historia. Este tipo de escritura abre la historia, o las formas de construcción de la historia, para dar otros resultados. Es ciertamente curiosa la sensación que uno tiene al leer este libro. Por un lado está claro que no se trata de la objetividad de la historia. Es literatura, es creación. Hay un escritor, un autor, por decirlo en términos de Foucault, cuyo estilo pesa en la historia. Pero al mismo tiempo, el estilo de Echenoz se aproxima a una limpieza y pureza que bien podría ser propia de la historia.

‘Ravel’ es la historia de los últimos años de uno de los más grandes genios de la música del siglo XX, Maurice Ravel. Una historia, en los límites entre la realidad y la ficción, que relata el auge y declive del compositor (la creación del célebre Bolero y la enfermedad y posterior muerte), todo narrado con una suerte de ‘ataraxia’ descriptiva que mantiene al narrador en la ‘justa distancia’, una distancia que le permite estar ni demasiado cerca, ni demasiado lejos de los hechos. Y desde esta posición de cercanía distante, a medio camino entre la superficie y la intimidad, el narrador nos muestra un mundo fascinante por el que pululan personajes claves de la cultura del primer tercio de siglo, de Paul Wittgenstein a Charles Chaplin, pasando por Gershwin o Toscanini.

Como ha demostrado en otras obras recientes (especialmente en Al piano), Echenoz conoce a la perfección el mundo de la música, y son prolijos los pasajes dedicados a la descripción y análisis de obras e interpretaciones musicales. Pasajes en los que la escritura se hace por momentos musical y rítmica. Aun así, se podría decir que, más que un oído, Echenoz es un ojo. ‘Ravel’ es un cúmulo de impresiones visuales. Está narrada con un cinematógrafo. Pero no con el cinematógrafo tal y como lo entendemos hoy (el de la tradición de la elipsis y el montaje de Griffith), sino con la idea del cine ante el cual pasan las cosas. Las más célebres, pero también las más insignificantes. El cine de los pequeños detalles. En este sentido, la obra de Echenoz nos muestra al Ravel del Bolero, pero también al obsesionado por las toallas, las corbatas o los pijamas.

El ojo de Echenoz es impresionista. Es una mirada que se detiene, que toca, que es empática con el contexto. Una mirada afectiva que ilumina lo que ve. Y que da pistas sobre lo invisible. Llama la atención que por momentos Echenoz deja incluso espacios vacíos. Espacios a los que su ojo no puede tener acceso. Y dice: ‘no es seguro que esto ocurriera así’, o ‘no se tiene constancia de lo que ocurrió durante ese período’. Estos momentos sacan al lector de la ficción y lo sitúan en la realidad: no es una ilusión, hay una historia. Pero una historia a la que no es posible tener acceso del todo.

Una de las máximas del pensamiento histórico es que los hechos siempre se nos escapan. Echenoz parece consciente de que la supuesta reconstrucción de éstos siempre es una ‘construcción’ de los mismos. Por eso opta directamente por construir, por crear una vida a través de los datos. Quizá los historiadores deban tomar ejemplo. Quizá la única salida a la historia sea tomar conciencia de la construcción que implica todo relato. Y trabajar a partir de ahí.

[Publicado en El faro de las letras, Murcia, 29-6-2007]

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