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El rostro de la victoria

Como todos sabéis , de un tiempo a esta parte, la esgrima se ha convertido en una de mis aficiones (y no sé si también afecciones) favoritas. Nunca antes he estado tan emocionado con nada de ese modo. La experiencia estética que proporciona un combate de esgrima difícilmente se puede lograr de otro modo. El momento en el que los dos tiradores están batiéndose es realmente mágico. Uno siente que simbólicamente se está jugando la vida, y afloran una serie de instintos y pulsiones que, por lo general, no suelen salir a la luz. Sentimientos a medio camino entre la destrucción y la seducción. Porque en un combate de esgrima antes de matar es necesario seducir, cortejar al otro para después poder tocarlo, entrar en su espacio vital, arriesgando la vida, y luego salir ileso. Es un acto sexual en toda regla. Incluso las heridas se asemejan bastante a las huellas de un beso apasionado.

Quien quiera sentirse plenamente humano, demasiado humano, no puede perderse la experiencia de la esgrima. Y no importa tanto la condición física, el tamaño, o la rapidez. Lo importante, como dice mi maestro Pedro Merencio, está en la cabeza: la concentración, la intuición, la observación del contrario, casi como el ajedrez, aunque requiere una coordinación mucho más rápida y efectiva entre la mente y el brazo. Cabeza y brazo, como si fuesen una misma cosa.

Ayer participé en la II Copa Federación de la Región de Murcia, una competición por equipos. El resultado fue el esperado: perdí. Bueno, perdí yo, con la inestimable ayuda de mis tres compañeros (José Ángel, Ángel y Paco), Nuestro equipo, Los 300 de Getafe, no pudo resistir el empuje de las fuerzas del mal, y fue derrotado 45 a 34, creo. Aunque no lo hicimos mal del todo, creo. Pero lo más importante de todo es que robamos los trofeos. La idea se le ocurrió a Paco. Fue un momento de lucidez: nos hemos gastado un dineral en la careta, la espada, los guantes, la chaquetilla, los pantalones... y nos falta lo más importante: la copa. Esta misma semana nos la vamos a comprar. Pero, mientras tanto, para hacer boca, ayer robamos las medallas. Nunca he creído que el hábito haga al monje, pero lo cierto es que, cuando nos las colocamos, el sentimiento de victoria fue totalmente real. Y si no, contemplad nuestros rostros.



(De izquierda a derecha: José Ángel, Ángel y Paco. La fuerza aglutinadora que aparece detrás: un servidor, el único rostro consciente de la farsa)

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Comentarios

  1. Querido Miguel, espero que con tanto exprimirte en no ha lugar, no te quedes tan vacio, que me prives del placer de tener que forzar mis neuronas algunas veces para entender lo que escribes, yo se que debajo de tu calva apenas han empezado las tormentas de las ideas a madurar, pero no obtante cuidalas.
    Te esperado esta semana para comentar, charlar,discutir y hasta si me fuerzas interesarme por la esgrima, faltaste a la cita, yo no desespero, en mi proximo viaje será.

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  2. Pekka Morell

    De esgrima, no sé nada. Si me pongo en la observación del contrario (ustedes cuatro) y tuviera que seducirles antes de matarles, cortejarlos para después poder tocarlos, entrar en su espacio vital, arriesgar la vida y salir ilesa, no sé por cuál de los cuatro me iba a decidir. Aún más: Si la esgrima es un acto sexual en toda regla, se me pone aún más difícil. Tal vez, no sé, me quedaría con el que más paquete marcara dentro del uniforme de guerra; por mucho que Don Pedro diga que está en la cabeza. Seguramente, tiene razón. Pero el uniforme me desconcentra tanto...

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  3. Vaya ¿y nosotras porqué no nos hicimos foto con las medallas?
    Chicas, fue un fallo terrible!!!! Yo durante unos segundos logré robar una, pero luego tuve que devolvérsela a Cristina :-(

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  4. Realmente tú pareces el único consciente de la farsa, porque Paco, Ángel y José Ángel tienen una cara de felicidad, de victoria... Nosotras no nos hicimos foto con los trofeos, ¿quizá pensábamos que teníamos opciones a obtenerlos de verdad?
    Qué razón llevas en todo lo que dices de la esgrima. Entusiasma desde el primer día y ya no tienes escapatoria: estás enganchado... definitivamente.

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