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Paideia tanatológica

Me han dicho que el blog se me ha ido de las manos y que tiene ya un carácter tanatológico insoportable. Y ciertamente mirando los últimos post, la verdad es que esto parece un valle de lágrimas. Pero no lo puedo remediar, aunque prometo poner de mi parte para arreglarlo y volver a la normalidad. Ahora bien: ¿qué es la normalidad sino un perpetuo estado de excepción a la catástrofe? De hecho, creo que esto que vivo es la normalidad. Es la realidad real, no otra. El desierto de lo real. Lo inevitable, la certidumbre.

Mi sabia amiga Ariadna, que nunca se equivoca y a la que nunca dejaré de querer, me dijo una vez que intentase disfrutar de la muerte. Aprender de ella. Afrontarla sin miedo y con la distancia justa del observador que contempla lo que es ineludible. Y, bien visto, la muerte es lo único que tenemos claro desde que nacemos. Sin embargo, siempre nos pilla con el paso cambiado. No sabemos hacerle frente. Nuestra cultura se ha basado en la puesta en extrañeza de un hecho que debería ser normal. Aún más necesaria que una educación para la ciudadanía sería, sin duda, una educación para la muerte. La de los demás, la que duele, y la nuestra, la que libera.

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