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Vingt ans plus tard

Hay pocas cosas que me hagan más ilusión que ver mis libros en otro idioma. Por alguna razón, verlos en francés me produce un placer especial. Tal vez sea porque, a pesar de que mi francés es malo, malo, malo, mi cultura literaria y filosófica es bastante francófona. Barthes, Foucault, Carrère, De Vigan, Ernaux... son mis referentes. Creo, además, que es un contexto en el que lo que escribo puede ser entendido. Eso es lo que espero con la publicación próxima (el 6 de octubre) de El dolor de los demás. Aparecerá en Éditions Globe, una editorial centrada en la traducción y con una querencia particular por la no-ficción o los libros basados en hechos reales. Es un sello relativamente joven, pero sus publicaciones ya han conseguido algún que otro premio. Y sobre todo, sus libros son serios y contundentes. Así que no puedo estar más contento.

Ahí aparecerá El dolor de los demás con el título de Vingt ans plus tard. Confieso que al principio me incomodó que no se respetase el título original. Pero he de decir que este título genera también una lectura que tiene mucho que ver con la novela: la idea de volver al pasado veinte años después, la distancia con el trauma, el tiempo del duelo... No es un título ajeno al argumento, sino todo lo contrario. 

La misma incomodidad me generó al principio la imagen de portada. Me la encontré de sopetón y tardé un tiempo en asumirla. Siempre había tenido en mente la fotografía de la portada española, esa fotografía que después ocupa un papel central en la acción. Pero las portadas de Globe siempre aparecen con una ilustración del artista Gabriel Gay. Cuando superé el primer encontronazo y me fijé en la imagen, mi relación con ella se transformó de inmediato. Y confieso que cada día me gusta más. La imagen condensa mucho de lo que sucede en la novela. Es una interpretación de uno de los momentos centrales, pero también una lectura de esa idea de acercarse al abismo para contemplar el pasado.


Me gusta la ilustración, pero también me perturba –en el buen sentido–. Sobre todo un detalle: el color violeta y azul de la chaqueta de uno de los personajes que miran al barranco. Es imposible que el artista lo sepa, pero yo tuve un chándal de tactel de ese mismo color. Y cuando recuerdo aquellos años, inconscientemente me veo vestido con ese chándal. Decía Roland Barthes que algunos detalles de la fotografía nos punzaban porque se dirigían a algo más allá de lo evidente. También la pintura nos atraviesa. Y esa mancha violeta es para mí el punctum de la imagen. El pasado, abriéndose paso y buscando su lugar en el presente. Veinte años después.

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