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Tiempo por venir 17

Lunes 12 de agosto 
Despiertas en Cali a las cuatro de la mañana. Se te olvidó silenciar el móvil y el repartidor de Correos te pregunta si vas a estar en casa esta tarde. Me pilla algo lejos, contestas. Apagas el móvil e intentas volver a dormirte. Pero entre el jet-lag y la luz que comienza a entrar por la ventana ya no hay manera. 
            Pasas la mañana en el hotel y acabas de leer ‘El olvido que seremos’. No cesas de subrayar pasajes: “La felicidad está hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente se disuelve en el mercado, y si regresa a la memoria lo hace con un sentimiento empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, por dulzón y en últimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia.” “La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos. La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos.”.
Tras cerrar el libro, necesitas tumbarte sobre la cama para digerir todo lo que ha escrito Héctor Abad. Una hermosa carta al padre. Un texto que ha sabido transformar la rabia en amor. Una maravillosa obra de arte. Te emociona saber que el próximo noviembre compartirás con él mesa redonda.
            Por la tarde, Andrea te recoge en el hotel y te lleva a bar para hablar sobre tu novela. Tardáis en llegar algo más de una hora. Andando no habrían sido ni treinta minutos. Pero te juegas la vida, dice Andrea, si sales a caminar por estas carreteras. No es una ciudad para pasear. La gente pasa más de media vida dentro de sus coches. Para entrar a trabajar a las siete, dice, tienes que levantarte a las cuatro. Al final, te acostumbras.

Martes 13 de agosto
A las siete y media de la mañana vienen al hotel los chicos de protocolo y os conducen al campus de la Universidad Javeriana. Parece una selva. Palmeras, bambúes, iguanas, pavos reales. El tiempo allí se detiene. Te acreditas y te sientas en una esquina. Todo el mundo es amable. Profesor Miguel, te llaman constantemente. El congreso se abre con el himno de Colombia y con el de la universidad. Todos en pie cantan como si fuera la final del Mundial del Fútbol.
            Tu conferencia es la primera. Una responsabilidad, es cierto, pero así te quitas rápidamente de en medio. Sales airoso y sientes que conectas con el público, sobre todo cuando hablas de la necesidad de incorporar la incertidumbre en la interpretación de las obras de arte: no dar nada por sentado, mirar de nuevo; es el único modo, dices, de hacer avanzar el conocimiento.
            Al terminar, te felicitan y agotas tus tarjetas de visita. En la comida, ya con el trabajo hecho, decides probar el sancocho –una especie de sopa espesa a la que acompañan con media gallina, yuca, arroz y una arepa– y rápidamente descubres que no vas a poder con todo. Sudas y haces lo que puedes. Tienes que dormir una siesta de dos horas para poder asumirlo. 
            No mucho más tarde es cuando comienzas a notar el estómago revuelto. Es el sancocho, pero también la pitaya, y sobre todo los continuos jugos que no cesas de beber. Comienzas a ir al baño cada veinte minutos. 

Miércoles 14 de agosto
Tomas un Fortasec e intentas aguantar la mañana de conferencias. Parece que la diarrea remite, pero prefieres no tomar nada ni moverte del sitio. 
            A medio día os llevan al Museo de la Tertulia. En el autobús, te sientas junto a María Cristina, una de las organizadoras del congreso, y habláis de la necesidad de encontrar aficiones más allá de lo académico para poder sobrellevar el trabajo. Te cuenta que desde hace unos años lo que le da la vida es montar a caballo. Coméis juntos y esta vez evitas los jugos.
Después, tomas un café con Luc, un editor holandés que ha sabido que estabas en Cali porque tuiteaste tu siesta caleña. Muy agradable conversación. Es un azar encontrarlo. Te ilusionas con la posibilidad de que algún día te traduzcan al holandés.
Terminas justo a tiempo para verte con Andrea minutos antes de tu conversatorio sobre ‘El dolor de los demás’. Presentas la novela y, aunque el estómago no cesa de hacer ruidos, te sientes muy cómodo y percibes algunas miradas cómplices. Hablas de la huerta, de Murcia, del Yeguas, de la Julia… al otro lado del Atlántico. Terminas crecido y muy feliz. Tras la charla y la inauguración de la exposición de Sandra Rengifo, os llevan a un bar de “salsa con criterio”. La Topa Tolondra. La noche de Cali es mágica. Allí te olvidas del estómago y das buena cuenta de la botella de aguardiente blanco. Te quedas embelesado viendo a la gente bailar. Parecen profesionales. Te quieren sacar a la pista, pero, afortunadamente, el menisco operado te salva de hacer el ridículo. Jamás podrías flotar como hacen ellos. 
Hablas con Ana Cristina, con Sandra, con Ángela..., admiras la belleza, la elegancia y la inteligencia. No sabes cómo vas a poder dormir esta noche. Os abrazáis y os prometéis amistad eterna. En el taxi de regreso, Sandra sugiere que os hagáis un tatuaje para celebrar la noche. Uno en algún lugar no visible. Afortunadamente, alguien os disuade. Con el efecto del aguardiente no habrías sabido cómo decir que no. 

Jueves 15 de agosto
Acaba el congreso con dos conferencias sobre el futuro del diseño. Apuntas ideas y referencias. Te interesan especialmente las reflexiones de Nicola Siddi sobre la ciudad por venir.
            Coméis juntos y regresas al hotel. La resaca del día anterior sigue su curso y declinas la invitación de Seber. Dos horas para cruzar Cali son demasiadas. Te quedas en la habitación y descansas para el largo viaje del día siguiente.

Viernes 16 de agosto
Antes de salir, os regalan un grabado de Héctor Fabio Oviedo. Es emocionante la generosidad y la amabilidad colombiana. 
            Tras la comida de clausura, Seber te acerca al aeropuerto. Os acompañan dos estudiantes suyas que viajan hacia Popayán. En un puesto de peaje os dan una banderita que recogen a los doscientos metros. No logras explicarte lo que sucede. ¿Entiendes ahora el realismo mágico?, pregunta Seber.
El avión se retrasa hora y media y pierdes la conexión. En Bogotá te dicen que no hay vuelos hasta el día siguiente y tienes que pasar la noche en un hotel junto al aeropuerto. Mientras esperas el transfer –hace 12 grados y vas en marga corta– intimas con otros tres pasajeros que tampoco han llegado a su conexión. Colombianos que vienen de Miami y que han perdido el vuelo a Cali. Cenáis todos juntos en el hotel y quedas hechizado por sus historias. No todos los buenos narradores son escritores. 
            Caes a la cama rendido. Casi agradeces haber perdido el avión.

Sábado 17 de agosto
Llegas temprano al aeropuerto y entras en la zona VIP. Tienes un pase al año gracias a la tarjeta de crédito y decides por fin aprovecharlo. Allí descubres un mundo diferente. Comes en el buffet, ves el partido del Madrid y te das un masaje. Después, te duchas y subes al avión fresco, como si acabaras de levantarte. Tener dinero hace que todo sea mucho más fácil y descansado. No sabes cómo vas a poder volver a la realidad de la gente normal. 
            Las diez horas de vuelo se pasan rápido y logras dormir. Las pastillas que has comprado en el aeropuerto te hacen efecto y, tal vez también como secuela del masaje, sientes que sales de tu cuerpo y tu ser expande por todo el avión.

Domingo 18 de agosto
Llegas a las siete de la mañana a Madrid y consigues tomar el tren de las nueve. Durante el trayecto no haces otra cosa que dormitar. Rememoras el viaje y piensas que ha merecido la pena. Te ha complacido la experiencia. Pero también es cierto que no veías ya el momento de regresar. 
            Cuando llegas a Murcia y te encuentras con Raquel parece que ha pasado una eternidad. Ha sido una semana, pero se te ha hecho infinita.
            Nunca más, te repites una y otra vez. 
            Antes de acostarte, recibes al mail una invitación para la feria del libro de La Habana. Respondes que sí, por supuesto; será un placer cruzar el océano. 

Comentarios

  1. Bello pensar el itinerario...es como hacer de la vida un pasaje querido Miguel Angel. Extraño los caballos por estos días.

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  2. Lo que más me hace reflexionar y me encanta de tu escritura es la capacidad que tiene de registrar el "presente continuo" como si fuera un pasado lejano. Ya está todo escrito. Y lo lees como si fuera una novela. He terminado de leer el ensayo de Leo Spitzer sobre "die Lierarisierung des Lebens", él habla de la Dorotea de Lope, pero lo mismo puede decirse de tu escritura, de como "literaturizas" la vida. Aquí y ahora - que sea una novela o un diario. A veces me pregunto si el arte contemporáneo es verdaderamente nuevo, y contemporaneo, o hace siglos, puede ser milenios, que los artistas reflexionan en el mismo modo: cuando Safo escribe que non puede dormir porque está sola ¿está escribiendo de si misma o de un personaje poético que se llama Safo? Tus libro me seducen, me encantan, Miguel.

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