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Despreocupación

Desde que empezó el año, eres un carro de lástimas. Nochevieja, te llevaron a urgencias. Creías que te morías. Un infarto, pensaste. En el hospital te dijeron que era la vesícula. Te operaron a toda prisa. Estaba a punto de explotar. Te cogieron a tiempo.

A la semana y poco, se te rompió una muela y comenzaste a ponerte los implantes dentales que tanto tiempo llevaban esperando. Te está costando acostumbrarte. Parece que llevas un regimiento de clics de Playmobil en la boca.

Entre los dientes y la vesícula, durante varios días no puedes comer. Al menos te sirve para bajar algunos kilos. Tampoco demasiados, porque también hace unos meses que te duele la rodilla derecha y no puedes hacer ejercicio. Esta semana, por fin, te hacen una resonancia. En unos días tendrás los resultados.

Mientras tanto, todas las noches, te sigues poniendo unas gafas húmedas que te ha recomendado el oculista para paliar el síndrome del ojo seco que hace se te inflamen los párpados y te salgan orzuelos con regularidad.

El cuerpo se resquebraja. Cosas pequeñas, pero molestas. Y, sin embargo, por alguna extraña razón, estas semanas de visitas médicas te posee una felicidad misteriosa, una serenidad que no sabes de dónde viene. Estás contento, tranquilo, satisfecho. Ni siquiera te preocupa esta despreocupación.

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