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Diario de Ithaca 17 (Prefería no hacerlo)

[Emitido en Preferiría no hacerlo, programa literario de Aragón Radio. 01/02/16. Escuchar Podcast]

El sábado, cenamos  en casa de Valeria, con Raquel y Katryn. Cena vegana. Hablamos de Derrida, del judaísmo y de la vida intelectual. Valeria no cesa de rellenar mi copa de vino y cuando me levanto de la silla soy consciente de que he bebido demasiado. No coordino y, al intentar atarme las botas, tiro la tele al suelo. Afortunadamente no se rompe. O al menos eso me dicen para tranquilizarme. Raquel me mira avergonzada. De camino a casa no siento el frío. Ni siquiera me pongo los guantes. Justo antes de entrar, me caigo, o me dejo caer –no lo recuerdo– sobre la nieve.

Cuando me levanto al día siguiente, me prometo no beber así en un tiempo. Sobre todo porque el domingo no consigo hacer nada. Así que abandono la posibilidad de acabar la introducción al libro de Mieke Bal y me sumerjo en la lectura de Consumidos, la primera novela de David Cronenberg. Es como sus películas. Siniestra, extraña, desagradable por momentos, pero me fascina. Mientras la leo me llega la nostalgia de las películas de los noventa. No puedo dejar de pensar en Crash. Esa nostalgia de los noventa se dispara cuando a las ocho me siento a ver el retorno de Expediente X. Regresa inmediatamente mi adolescencia: las noches solitarias en mi habitación, entre el miedo, lo desagradable y la excitación. Porque pocas me han excitado y enamorado más que la agente Scully. Ahora me sigue enamorando. Y me gusta aún más que antes. Es curioso cómo evoluciona el deseo. O cómo se mantiene y es capaz de transformarse.


El lunes me quedo en casa y termino por fin la introducción. Lo que iban a ser dos páginas se han convertido en diez. Las envío a Mieke Bal y me contesta emocionada.  

El martes lo paso en la Society intentando acabar el programa del curso que comienza esta semana. Estoy nervioso. Y una vez más lo he dejado todo para el último día. Tenía una idea aproximada de la estructura del curso, pero tengo que preparar el cronograma detallado con los temas y las lecturas para cada sesión. Llego a casa mareado después de siete horas sin levantarme de la silla. Hago un poco de bicicleta para intentar despejarme y acabo más cansado de la cuenta. Termino de leer el paper para el seminario del día siguiente y me pongo de nuevo con el programa del curso, el Syllabus. Se me ha atravesado ya esa palabra. Me acuesto pasada la medianoche y apenas duermo.

Al día siguiente, cansado, intento mantener el tipo en el seminario. El inglés aún no ha decidido regresar y me cuesta trabajo seguir la discusión. Comienzo a angustiarme seriamente por la clase. Tengo once matriculados.

A medio día llega la traducción inglesa de Intento de escapada y por un momento regresa la alegría. Me gusta el tacto de la cubierta y estoy feliz con el resultado. Pero sobre todo me alegra la oportunidad de tener por fin algo que mostrar en inglés. Por fin sabrán que sé hablar, que sé pensar, que sé escribir; aunque haya tenido que llegar alguien para traducirme.


El orgullo me dura unas horas; hasta que me doy cuenta de que al día siguiente comienza el curso y debería preparar un Power Point para explicar el desarrollo de las clases y presentar algunas de las ideas generales. Buscando imágenes y organizándolo todo se me hace más de medianoche. De nuevo, la cabeza me explota y comienzo a estar mareado.

Cuando voy a cerrar el portátil para acostarme y descansar, caigo en la cuenta de que no he escrito el diario de Ithaca. Se me había pasado por completo. Pero apenas logro mantener los ojos abiertos. Me tomo un café y escribo rápidamente lo que puedo. Lo grabo susurrando más de la cuenta porque son casi las dos de la madrugada. Mañana –en unas horas–  es el día. Intuyo que esta noche la pasaré en vela.



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