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Ferias y envidias

[Publicado en La Opinión, 30/05/2010]

El viernes se inauguró en Madrid la Feria del Libro y a mí no me cabe en el cuerpo más envidia. Envidia sana y de la otra. La Feria del Libro madrileña es una cita ineludible, un momento de visualización del libro y de la literatura que durante unas semanas supone un empujón importante para la industria librera –por las ventas, claro está–, pero también para la literatura y el arte de escribir libros –encuentros, charlas, tomas de contacto…–. Yo intento ir todos los años y mi tarjeta de crédito comienza a temblar cuando emprendo el viaje a Madrid. Soy un vicioso de los libros y me gusta tenerlos, aparte, por supuesto, de leerlos. Y cuando paso por las casetas de las editoriales y veo allí su catálogo todo dispuesto, me entra una felicidad indescriptible y un deseo irrefrenable. Encontrar allí desplegados todos los libros de Anagrama, de Siruela, de Tusquets, de Salto de Página, de Libros del Asteroide, de Sexto Piso...; y también de otras editoriales que no siempre uno se encuentra en las mesas de novedades, como Delirio, La Uña Rota o Gallo Nero, entre otras muchas, es un placer. Como es un placer sobre todo hablar con los editores, dejarse recomendar, preguntar “¿qué habéis publicado este año?”, esperar que te convenzan, que te muestren el catálogo, que se entusiasmen al comentar tal o cual libro… Uno siente allí un verdadero amor por los libros.



Y luego están las firmas, claro. Eso lo dejo para los más fetichistas. Aunque es cierto que uno pasea por la feria con curiosidad, mirando a los autores en la caseta, viendo a muchos de ellos con la mirada perdida esperando lectores, y a otros, desbordados por las colas. Hay algo divertido en fijarse en quien tiene la cola más larga. Recuerdo la única vez que fui a firmar, hace dos años; me confundían con librero y me pedían libros de todo tipo. Después de varias horas, aprendí donde estaban todos y acabé ejerciendo mi otra vocación, trabajar en una librería. Y también recuerdo que en una caseta cercana firmaban los cocineros de Master Chef y los cantantes de Aurin, y que allí había incluso problemas serios para mantener a la gente en la cola. Y yo miraba aquello con cierta envidia, aunque en aquel momento era envidia sana, porque yo no podía pedir más: estaba sentado en una caseta y tenía delante de mí mi novela, mi libro querido, mi hijo predilecto, y de vez en cuando –sólo de vez en cuando– alguien se acercaba y preguntaba. Y algunos compraban, y otros miraban el libro y lo volvían a dejar sobre la mesa. Pero yo era feliz. Y la envidia por la cola de los otros era una envidia sana.

La envidia mucho más insana, casi dramática, es la tengo por las ciudades, como Madrid, que no han olvidado su Feria del libro. Y la tengo porque en Murcia hace ya un tiempo que no sabemos lo que es eso. Una feria del libro como Dios manda. Que una ciudad como Murcia, en la que tantas cosas en torno a la literatura están surgiendo, haya dejado morir su Feria del Libro es triste. Mucho. Por los editores, por los autores, por los lectores, por la literatura. Por las mil cosas que suceden en torno a los libros.




Comentarios

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    Recife -PE. 05 de junho de 2015.

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