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El Imperio de Moyano

[Publicado en La Opinión, Canal de Libros, 07/03/15]

Manuel Moyano es uno de los escritores a los que más admiro. No puedo ser objetivo porque es mi amigo y, además, porque esto que escribo me va a servir de comienzo para la presentación de su novela El Imperio de Yegorov en la librería Diego Marín. Pero una cosa es no ser objetivo y otra bien distinta no reconocer el talento. A Moyano lo admiro desde hace tiempo. Y en cierto modo, aunque él no lo sabe, me hice escritor siguiendo sus pasos. La primera noticia que tuve de él fue un domingo de 2002, cuando yo tenía 24 años y había comenzado a escribir relatos. Lo recuerdo perfectamente: había dejado a mi novia –ahora mi mujer– en la casa de mis suegros y regresaba a casa en coche escuchando La torre de papel, el programa que dirigía José Cantabella en Onda Regional de Murcia. Esa noche entrevistaba a un escritor cordobés afincado en Molina que había publicado un libro magistral merecedor del Premio Tigre Juan: El amigo de Kafka y otros relatos. Moyano habló como un escritor serio, con voz grave y dominio perfecto del lenguaje. También leyó algún cuento y yo me quedé hipnotizado. Al día siguiente por la mañana compré el libro y por la tarde descubrí un mundo con el que rápidamente conecté. Desde ese momento he seguido con pasión todo lo que ha publicado. Sus libros de cuentos –El oro celeste me parece el mejor de todos–, sus dietarios, sus microficciones y también sus novelas. Sigo reivindicando a voz en grito La coartada del diablo, una novela de terror rural perturbadora e inquietante de la que no entiendo cómo no se ha hecho aún una película.

Cuando me enteré de que había quedado finalista del Herralde no pude alegrarme más. Sentí que se reconocía el talento, la trayectoria y el saber hacer de un escritor tremendamente completo. Además, el hecho de compartir editorial con un amigo era una gran satisfacción. Y tener otro “anagramo” en Murcia me hacía si cabe más ilusión.



El imperio de Yeogorov lo leí de un tirón. Es una novela hipnótica y adictiva que uno se bebe con desenfreno, casi con vicio. A pesar de su aparente experimentalismo –está construida como un collage de fragmentos archivados a través del tiempo–, el ritmo es frenético. Y en la mente del lector todas las piezas encajan. De nuevo, la dimensión visual está presente. Y de ahí sale una muy buena serie de televisión. Al leerla, por ejemplo, me acordaba de The Strain, la serie de vampiros de Guillermo del Toro.

Si alguna pega hay que ponerle es que se acaba enseguida y uno se queda con ganas de más. Se lee con la intensidad de un cuento. Y es que Moyano tiene la capacidad de tratar la novela con la energía del relato; y casi diríamos que al revés: el cuento con la profundidad y la complejidad de la novela. Incluso el microcuento. Quien haya leído sus píldoras narrativas sabrá que en cada párrafo –en ocasiones, en cada frase– hay una historia compleja. Un universo, un imperio. Y eso es lo que, por encima de cualquier otra cosa –incluso por encima del lenguaje cuidado, preciso y lleno de imágenes potentes– hace de su literatura algo realmente significativo: la presencia de un mundo. Un mundo caracterizado por lo siniestro, lo familiar-extraño, lo cotidiano mostrado a través de su reverso, lo inquietante. Un mundo donde el terror y la ironía van de la mano, y donde lo pequeño e intrascendente puede convertirse en cualquier momento en lo sublime terrible. Un universo un universo propio y singular que, a partir de ahora, deberíamos llamar “moyanesco”.



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