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Presente continuo (semana del 24 al 30 de octubre) / Fin

VIERNES 24 / Memoria
Te levantas con dolor de cabeza aunque enseguida se te pasa. Antes de ponerte a escribir acabas de leer Los huérfanos, de Jorge Carrión. Te ha acompañado las dos últimas semanas y anoche dejaste unas páginas para poder terminar hoy la lectura con tranquilidad. La historia de los supervivientes “bunkerizados” de una tercera guerra mundial te lleva directamente al imaginario de ciertas series televisivas. No puedes evitar pensar en  la escotilla de Perdidos, entre otras cosas. Sin embargo, rápidamente la novela se mueve hacia el ámbito del lenguaje. A pesar de lo que cuenta, de la cantidad de imágenes que pone en circulación, lo que más te llama la atención es la reflexión sobre el propio acto de escribir y recordar, sobre el problema del lenguaje y la memoria. Es, en realidad, un libro acerca de cómo uno puede o debe recordar. Las reflexiones de Carrión sobre la memoria, la historia, la narración y el lenguaje son tremendamente lúcidas y dan de lleno en el centro de las prácticas artísticas que más te interesan. En un momento de hipertrofia de la memoria –donde incluso algunos momentos y acciones del pasado se vuelven a realizar a través de lo que en el libro se llama reanimaciones históricas–, los personajes, tras sus años de aislamiento en el búnker, viven al límite del olvido. El lenguaje es lo único que queda cuando ya no queda nada. Es la única memoria del mundo. El diccionario, aunque deje de significar afectivamente, es el disco duro de una civilización.
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A lo largo del día escribes el “Presente continuo” y logras terminar el texto sobre el video arte en la obra de Mieke Bal. Lo envías todo y descansas. Sabes que mañana empieza todo.

SÁBADO 25 / El instante decisivo
Te encierras a escribir desde bien temprano. Has decidido darle el empujón definitivo a la novela. Ha llegado el momento. Te sientas frente al ordenador y percibes cómo fluye la escritura. Ya nada te va a parar.
Haces un pequeño descanso para ver el Madrid-Barça. Y continúas las escritura. Sigues hasta bien tarde. Casi no duermes.

DOMINGO 26 / No respiras
Desayunas y te sientas a escribir. Tienes la historia en los dedos. La sientes salir, casi como si te fueras vaciando de algún fluido consistente. A media mañana, haces una pequeña relajación para visualizar el final de la historia. Lo ves. Por la tarde sigues, no hay pausa. La intensidad de trabajo es brutal. Casi ni respiras. Te levantas para cenar y te sientas de nuevo.  Cuando te vienes a dar cuenta son las tres de la mañana y al incorporarte de la silla notas cómo te crujen las rodillas.

LUNES 27 / Acabando
Te levantas temprano y te sientas a escribir. Es la rutina. Ahora no hay otra. Esta semana el “Presente continuo” es un continuo de escritura. Estás absolutamente inspirado, drogado por la literatura. Casi en trance. Avanzas en un día lo que antes avanzabas en varias semanas. No existe el mundo exterior. Haces planes para acabar capítulos y los terminas antes del tiempo imaginado. Es un subidón literario. Percibes cómo todo se va acabando, poco a poco. Por supuesto, tendrás que volver, y corregir, mil veces quizá. Pero esto ya va siendo una historia, cerrada, legible.
Acabas el penúltimo capítulo ya en la madrugada. Cambias cosas en el último instante. Sólo te queda el final.
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MARTES 28 / Fin
Por la mañana escribes el último capítulo. Hay momentos en los que tienes que levantarte y saltar. Te tiembla el cuerpo. Es como si una fuerza sobrehumana te hubiera poseído y tuvieras que sacártela de encima. Intentas hacer una meditación en la cama, pero el cuerpo te palpita; son pequeñas convulsiones. Notas que la historia está saliendo de ti. Imaginas el proceso casi como un exorcismo. Y hay algo en el interior de tu cuerpo que no deja a la historia salir del todo. Quizá sea porque al dejarla ir la pierdes un poco. Escribir, piensas, es perder la intimidad con las historias. No se van para siempre de ti, pero al plasmarlas sobre el papel, al ser compartidas, pierden algo de esa magia de lo clandestino, de esa secreta solidaridad que comparten con el escritor.
Antes de comer acabas el capítulo. Te queda la coda final, las últimas dos páginas, el momento en que la historia toma sentido.
Llevas por la tarde a R. al médico a que le hagan unas punciones en el brazo. No puedes dejar de pensar en esas páginas por venir. Caminas como un zombi, con el piloto automático. Tu cabeza está en otro lugar. Pides perdón a R. por no estar en tu totalidad. De hecho, estos últimos días no has estado allí. Tu mente ha habitado la novela. Por completo.
Tras la cena le dices a R. que ahora sí necesitas estar solo. Es la última página, los dos últimos párrafos. Sabes lo que va a ocurrir, estaban escritos prácticamente desde el principio. Había una frase final. Pero tienes que darle forma para encajarlo dentro del gran puzle que has escrito. Es el cierre perfecto.
En las páginas finales todo se ralentiza. Cesan los temblores. El final no es como el orgasmo sino que quizá es más parecido a un acabamiento lento y pausado. Toda la última parte es en sí un momento de placer, un sentimiento de satisfacción expandida. El punto final, la última frase, la sientes no como una explosión de júbilo, sino como si algo que se pierde en la distancia, sonando cada vez más flojo, casi en fade out, desvaneciéndose como un susurro.
Es así como acabas la novela, aflojando la cadencia de escritura, relajando la presión con la que tecleas, respirando profundamente, como cuando uno deja de correr y lo hace poco a poco, en fase de enfriamiento. Así llegas a la última frase, así la escribes con los ojos humedecidos, así pones el punto final, así levantas la mano del teclado.
Tomas aire y lo retienes. Cierras los ojos. Te levantas de la silla. Te apoyas en la estantería junto a la mesa del ordenador. Miras con distancia la pantalla. Y comienzas a expulsar muy lentamente el aire, consciente de que ahí, en ese último soplo ha salido de ti lo que aún quedaba de historia.
Es después cuando te sientas y escribes “FIN”. Y lo fotografías. Y compartes tu alegría. Pero eso es sólo después. El momento bello e inexplicable es el del último párrafo, la última frase, el último momento de intimidad absoluta con algo que has llevado dentro de ti prácticamente un año y medio.
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MIÉRCOLES 29 / Nube
Cuando te despiertas vuelves a ver la foto que has subido a Instagram y te das cuenta de que no es un sueño. Preparas la clase que tienes en apenas dos horas. Comenzar a leer sobre el concepto de “Estilo” te lleva de vuelta a la realidad. Hablas en clase del concepto y comienzas a trazar la importancia de lo visual. Después, empiezas a preparar las clases del día siguiente. Este día has vivido alejando del mundo. Miras los periódicos y ves que la que hay montada. Todo sigue rumbo peor. Es necesario que algo cambie. Y estás convencido de que en el fondo algo va a cambiar. Aunque no sabes qué, ni cómo, ni cuándo.
Comes con E. y le cuentas que has acabado la novela. Sigues en la nube. Por todo. Por tantas cosas que aún no sabes cómo asumir.
Por la tarde, en el MUBAM, asistes a un encuentro con los lectores de Intento de escapada. S. hace una introducción lúcida y tú te encuentras muy cómodo hablando. Firmas algunos libros y acabas contento.
Llegas a casa y, casi sin cenar, y preparas las clases del día siguiente hasta las tres de la madrugada.

JUEVES 30 / Punto final
Dos horas seguidas de clase. Hablas del formalismo y de la obra de Riegl, un historiador del arte que te sigue pareciendo fundamental. Cuando acabas, llevas el USB a la fotocopiadora para imprimir unas copias de la novela y te dicen que pases a por ellas en unas horas.
Por la tarde, te recortas la barba y vuelves a tu estado normal de estos años. Ahora sí, un cambio visible. Después recoges las copias y tienes por fin la novela encuadernada en las manos. Es un momento de felicidad. Ves ahí, en esas doscientas y pico páginas, todos los desvelos de estos últimos meses. Tendrás que trabajarla, claro, pero ya hay algo que crees que funciona. Te falta distancia, por supuesto; todo son inseguridades. Pero el gran trabajo está terminado. Y estás satisfecho.
Pasas un momento por la casa de los chicos de La Mano Robada, que preparan su exposición para la siguiente semana. Le das las frases que prometiste. Te despides de ellos y te dicen que será la última vez que lo hagas en esa casa. Se mudan.
Cenas con L. y J., que ha vuelto de viaje. Os cuenta experiencias y te entran unas ganas tremendas de volver a los Estados Unidos. Tomáis unas copas en el Bizz’art. Esta vez la noche no se alarga demasiado.
Mientras vuelves a casa sientes que todo suena a conclusión, a clausura de algo, a colofón de un periodo especial. Y percibes entonces el fin de este presente continuo. Lo habías intuido en las últimas semanas, pero ahora estás convencido.
Durante este año y tres meses, la única constante ha sido la escritura de la novela, las preocupaciones, los fallos, los bloqueos, las sesiones de escritura, las procrastinaciones… En el fondo, el presente continuo ha sido una especie de making-of. Tiene sentido que el fin de la novela sea también el fin de este diario íntimo en segunda persona.
Te recuestas junto a R., la besas en la frente y apagas la luz. Cierras los ojos y haces recuento de estos últimos meses. Esta será la última noche. Piensas en cómo será el último párrafo.
Las historias acaban. Todas. Y después siguen su camino. Continúan en otro lugar. Quizá tengan otra vida, en el futuro, con aire fresco, con otras preocupaciones. La vida sigue, claro. Pero en algún momento hay que dejar de contar. Y ese momento ha llegado. Es ahora. Te despides. Escribes las últimas frases. Das las gracias a los lectores por todo este tiempo. Sientes un picor en los ojos. Pones punto final.
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Comentarios

  1. Estaría bien que nos dieras tu opinión sobre el no-cese de Javier Fuentes Feo.
    Gracias

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