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Me piden algunos amigos que me posicione sobre la no renovación de contrato de Javier Fuentes como director del Cendeac. No he querido hacerlo porque se trata de un centro con el que he estado vinculado desde sus inicios y mi opinión puede que no sea objetiva. Aun así diré varias cosas desde la razón pero también desde el corazón. 
La primera: Javier me parece un grandísimo profesional. Un intelectual, comprometido, serio, que ha sabido hacer milagros con el poco dinero que tenía. El Cendeac venía de antes, y también es de rigor –aunque era otra época– admitir que algo bueno se hizo en aquel momento. Algo, aunque fuera dar visibilidad, crear una biblioteca e iniciar una colección de libros que ha sido una referencia en España. Esto es innegable. Como también es innegable que la gestión de Javier, con lo poco que había, ha contribuido a profesionalizar y consolidar muchas de las cosas que antes no eran sino intuiciones. Así pues: un ejemplo de gestor. 
La segunda: Me llama la atención que muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras con la no renovación del contrato también se la rasgaron cuando fue nombrado a dedo –igual que a dedo fui nombrado yo años antes– como director del Cendeac. Por mucho que en ese momento se dijera que era un gran profesional, en todos los medios fue visto como una imposición pepera del anterior equipo de gobierno –ese al que no se cesa de criticar por todo–. El propio IAC –al que pertenezco– emprendió una lucha furibunda y los periódicos se hicieron eco del escándalo en Murcia. Sin embargo, como hemos tenido la oportunidad de comprobar estos años, Javier ha sido un muy buen gestor. Y, entre otras cosas, si se ha montado el revuelo que se ha montado por su cese, es que algo bien –muchísimo– ha hecho.
La tercera: No sé cuáles han sido los motivos de su cese. No estoy en la cabeza de los que no han renovado su contrato. Desde luego, si ha sido cesado por organizar un congreso con implicaciones políticas –no sólo por invitar a Iñigo Errejón– que tocaba las narices, me parece un disparate de grandes dimensiones. Sobre todo porque esto habla 1) de una impericia absoluta de los responsables de cultura –fallo estratégico– y 2) de un castigo que no puede ser permitido en tiempos de democracia y libertad de expresión.
Tres: En cualquiera de los casos, hay algo que no puede pasar desapercibido: un nombramiento público a dedo implica también que en cualquier momento el cese se produzca a dedo y de modo caprichoso –por el mismo capricho y azar que el nombramiento–. Por supuesto, esto no debería ocurrir así. Ni el nombramiento a dedo, ni el cese a dedo. Sobre todo porque entre dedo y dedo uno es capaz de demostrar su valía –como ha sucedido en el caso de Javier–. Aunque también uno acaba entendiendo que el juego en el que ha entrado tiene unas reglas no escritas: no importa lo bien que lo hagas, lo bien que funcionen las cosas; siempre hay alguien –otra opción– que a los nuevos les parece mejor. Y eso es así. Igual que tu opción sustituyó a una opción anterior. Y a otras muchas posibilidades que nunca se verán porque no entran en la terna de los posibles.
En definitiva: que creo que Javier merece todos mis respetos. Como murciano e interesado en la cultura no puedo sino agradecerle todo el esfuerzo y la dedicación. Si su cese se debe a cuestiones que tienen que ver con la libertad de expresión, me indigno mucho y me parece intorable. Si no, y su cese se debe a que el nuevo equipo considera que hay otra opción que ellos consideran más viable en su visión del mundo, me indigno también –por la valía de Javier–; pero en este último caso no puedo sino aceptar que son las reglas del juego. Exactamente igual que me habría indignado si yo hubiera permanecido como director del Cendeac y en el cambio de consejeros, por muy bien que yo lo hubiera hecho, hubieran decidido cambiarme –por las razones que ellos considerasen oportunas–; al final uno ocupa un asiento prestado. 
Por supuesto: no es así como deberían funcionar los centros de arte –ni nada en este país–. No. Debería haber concursos públicos limpios a los que cualquiera pudiera optar en igualdad de posibilidades. Y que siempre fuera la persona más preparada la encargada de llevar las cosas a buen puerto. El problema es que sabemos que eso también tiene truco. Como todo. Es España; no lo olvidemos. Esta es de las cosas que deberíamos cambiar. Urgentemente. Y lo dice uno que también fue elegido a dedo –y que en la medida de sus posibilidades hizo todo lo que supo y más; mejor o peor, pero se dejó el pellejo, sabiendo que todo era contingente y en cualquier momento se podía ir a la mierda–. 
Conclusión: que me entristece un montón, pero que no hagamos lecturas simples del mundo.

Comentarios

  1. Yo, que ya ves tú la idea puedo tener de este asunto, he sido metido a dedo (y con calzador) en un grupo creado en Facebook para protestar por este asunto. Por ahí he visto alguna opinión que se salía de la unanimidad. Pregunté, pero la única información que he visto eran enlaces a artículos y solicitudes de firmas que decían lo que, obviamente, ya se decía en el grupo de marras. A falta de información (y por qué no decirlo, también de interés), me salí del grupo. Cinco veces, porque las cuatro primeras me volvieron a meter. Cuando salí, lo hice pensando exactamente lo que tú has expuesto aquí mucho mejor de lo que yo hubiera podido hacerlo y con infinitamente más conocimiento de causa. Suscribo todo el texto, desde la mayúscula inicial hasta el punto final.

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  2. Lo que es sorprendente es que en España la gente se ponga a dedo y esa persona que lo acepta no se queje por ello, y cuando lo destituyan sí se queje y se organice una recogidas de firmas. Que se vaya con la misma dignidad que aceptó el cargo a dedo. Por otro lado, el IAC ha mirado en unos casos a un lado y en otros a otro. Como dice Ricky Martin: un pasito palante María, un pasito pa 'tras. Más bien haría en denunciar el nepotismo de la terna de candidatos del pabellón español para la Bienal de Venecia, porque eso sí que sigue siendo a dedo y no sale a concurso público como debería ser y como al IAC tanto le gusta
    Paco Barragán.

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