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Un hojita se suelta de un árbol

En el tren de vuelta de Madrid, otro momento perfecto para la toma de intimidad de con los libros, leí de un tirón Una belleza vulgar, de Damián Tabarovsky (Caballo de Troya). Había escuchado algo acerca de este autor, sobre todo varias reseñas sobre su Literatura de izquierda (Periférica) pero nunca había tenido la oportunidad de leer nada. Y el libro me sorprendió tanto que, desde la primera frase, no pude dejar de leerlo. Un libro sin aparente argumento. Una hoja que cae y es llevada por el viento –dos hojas, por momentos–. Durante esta caída, el autor presenta una cartografía de lo que ocurre –de algo de lo que ocurre– en una calle argentina. Aparentemente no pasa nada. Pero no cesan de ocurrir cosas. Eso es la vida, parece querer decir Tabarovsky, aunque al final escriba que no quiere decir nada, que esto no es una alegoría de nada, que simplemente la hojita cae y nada más. Una nueva sublimidad, de los pequeños movimientos. Movimientos que, según el punto de vista, pueden ser inmensos. Lo micro y lo macro, lo que parece que no se mueve y, sin embargo, no cesa de moverse.

Me ha parecido, sinceramente, magistral. Y lo escribo pulsando fuerte sobre el teclado, como si estuviera gritando, aunque no utilice negrita o mayúsculas. Y no lo hago porque el autor tampoco lo hace. Porque el autor escribe "como si nada". Pero la experiencia de lectura que uno obtiene es de "como si todo".

Tanto el acto casi intrascendente –vulgar, por jugar con el título del libro– de la hoja que cae como la radiografía constante de personajes y lugares de la calle, están realizados con una sabiduría tras la que es posible advertir un discurso articulado sobre el mundo y la literatura. Uno entresaca de allí mucho de teoría de la literatura, de teoría del arte o incluso de filosofía. Es un discurso tremendamente informado, del más alto nivel teórico. Una teoría que sirve casi de sutura, de pegamento entre el viaje de la hojita, que parece que es lo único que se mueve, y el movimiento parado de lo que sucede en la calle y en los edificios. La hoja y las estampas de la calle son imágenes que se activan a través de la reflexión, a través de una mirada que, casi literalmente, es dialéctica, en el sentido otorgado por Walter Benjamin. Un Benjamin que parece estar latiendo detrás de mucho de lo escrito en el este libro. En algunas ocasiones, esa presencia toma casi el valor de cita o guiño, como en este pasaje, que no he podido dejar de subrayar y releer durante minutos:

"Flotan las hojitas en el resplandor del futuro como si se hubieran multiplicado, o tal vez, desdoblado. ¿Hacia dónde van? Adonde están ya admitidas. Se dirigen a su origen, que es el futuro, el porvenir, el relato de una potencia. Ahora sí, vuelve el viento. Era hora. Flotan las hojitas en el remolino del tiempo que no avanza, de la historia que no progresa, del reloj que no marca la hora, del freno de mano que no funciona. Ya es demasiado tarde para suponer que un ángel se va a tornar ante la catástrofe para redimirla, para recuperar la memoria de los vencidos (aquí ya no hay vencidos: todos ganan, y eso es lo terrible)[págs. 70-71]."

Sin duda, son las tesis sobre la filosofía de historia las que aquí se encuentran replicadas, retorcidas. La esperanza de Benjamin en la revolución, en la posibilidad del freno del tren de la historia para partir de nuevo, en la parada del tiempo ejemplificada por los revolucionarios disparando sobre los relojes de París, la redención del ángel de la historia... parece ya imposible. Imposible porque ahora todo ya es lo mismo. Para el narrador de este libro, ya no se pueden cumplir, como quería Benjamin, las promesas del pasado: "La caída no es por lo que pudo ser y no fue, sino por lo que nunca fue, por lo que nunca llegó a ser, lo que nunca se concretó, lo que jamás existió". Es en la insignificancia, en lo pequeño, en lo mínimo, en lo único en lo que es posible poner la esperanza, en lo imperceptible. La literatura debería partir de eso que no se ve para encontrar sus paradojas, para abrir lo mínimo y activarlo. Pero eso, al final, como dice Tabarovsky, son solo palabras. "La realidad es completamente diferente (siempre la realidad es completamente diferente). Apenas pasa que una hojita cae de un árbol y no mucho más".

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