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Alegría y distanciamiento

El fútbol es una de mis pasiones. En el campo, frente al televisor o junto a la radio he sufrido y me he emocionado muchas veces como un niño. Por haberme tocado ser del Real Murcia y de la selección española, los fracasos han sido muchos más que las alegrías: descensos, eliminaciones, injusticias varias... Por eso, el triunfo de ayer fue muy grande. Tan grande, que me dejó frio.

Aunque salté y grité con el gol de Iniesta, aunque estuve todo el partido nervioso, aunque me comí las uñas y me indigné con el Karate de los holandeses, al final, cuando se acabó la partido, cuando la cosa ya había sido ganada, cuando había que saltar de alegría y resarcirse de tantas frustraciones, cuando todo el mundo enloqueció, a mí me entró un ataque de ataraxia e inmovilidad, y me quedé tranquilo, en el sofá, como si todo aquello no fuera conmigo. No sé si me contagié de la frialdad de Vicente del Bosque (todo un señor) o si comencé a ver que la cosa se iba a salir de madre. El caso es que por la razón que sea viví la celebración con distanciamiento.

Aun así, fui a saltar y a mojarme en la Redonda, fui a deambular por las calles de Murcia y a levantar algo yo también la copa (tampoco demasiado, no os creáis). Me uní a las mareas vestidas de rojo (aunque yo iba de negro riguroso), me sentí español y orgulloso por momentos (aunque no llevaba bandera ni distintivo alguno). Quise ser uno más, ser masa y contagiarme de la alegría desbocada. Pero, por alguna razón, sólo pude ser un flâneur, un paseante curioso que veía que aquello era algo excepcional, algo que no tenía parangón alguno con cualquier celebración que hubiese visto con anterioridad.

Quizá por ese distanciamiento crítico, mientras todos saltaban, a mí me dio por reflexionar acerca de las implicaciones de todo lo que tenía frente a mis ojos. Y la cosa dio para mucho. Para mucho más del tiempo que ahora tengo. Anoté mentalmente reflexiones para nutrir varios meses de cuadernos. A modo de recordatorio, dejaré aquí algunas de ellas. Mientras hacía como que saltaba e intentaba exteriorizar la alegría que en el fondo sentía, no pude sino pensar:

1. Que seguimos siendo primitivos. El ritual, la fiesta, las pasiones más viscerales e irracionales siguen estando presentes bajo la apariencia de la civilización.
2. Que tenemos una «pulsión de manada» que nos hace querer estar todos juntos a pesar de estar sudorosos y apretados.
3. Que en este tipo de celebraciones parece que rige algo así como un Estado de Excepción donde cosas que habitualmente están prohibidas son permitidas.
4. Que el ruido sigue siendo sinónimo de alegría.
6. Que la frontera entre la alegría y la jilipollez es muchas veces tan estrecha que es imposible identificar donde empieza una y acaba la otra.
7. Que somos unos exagerados. Esto es algo muy grande. Es cierto. Pero no debemos olvidar que sólo es fútbol. Once señores en pantalón corto han metido una cosa esférica en un arco cuadrangular con red, y han sido superiores a otros once señores vestidos de naranja.
8. Que por primera vez muchos hemos estados unidos más allá de ideologías y tendencias políticas. Llevar banderas, decir sin complejos «yo soy español» es algo que no tiene que ver con ser de derechas o izquierdas. Es el momento de vaciar los símbolos y darles un significado contextual.
9. Que cualquier excusa es buena para salir a la calle.
10. Que parece que algo ha cambiado.
11. Que el mundo, sin embargo, sigue igual.
12. Y que si nos juntáramos todos con esta fuerza y esta ilusión para otras cosas, el mundo iría mejor.

Comentarios

  1. Coincido totalmente contigo, me pasó lo mismo.
    Ni siquiera pude ver la prórroga por el estado de nervios que tenia, eso sí vi Con faldas y a lo loco.
    Pero me costó celebrar, mejor dicho no he celebrado.
    Pero a todas tus reflexiones añadiría una más.
    Somos ñoños, nos emocionó el beso de Iker y la Carbonero.

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  2. "12. Y que si nos juntáramos todos con esta fuerza y esta ilusión para otras cosas, el mundo iría mejor."

    Amén.

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  3. Pues yo disfrute como un enano (quién fuera enano, siempre disfrutando) durante el partido, y especialmente durante la prórroga. Me acordé de Cannavaro hace cuatro años, de su aspecto tranquilo en el centro del campo, brazos cruzados, por momentos esbozando una tímida sonrisa, mientras sus compañeros lanzaban los fatídicos penalties. O penaltis. O penaltys, como coño se escriba. Y llegué a comprenderlo: ¿dónde podría estar yo ahora mismo mejor que aquí, jugándome el campeonato del mundo en diez patadas al balón? Está claro, en ningún sitio. También disfruté mucho con la entrega de la Copa. Me emocióné hablando por teléfono con mi padre, con el que me he comido innumerables marrones de la selección española, justo antes y después del partido. Y mezcle cierta envidia y mucha emoción también cuando me abracé con mi hijo al marcar Iniesta, pegando botes como locos; ay cabroncete, que sólo has necesitado once años y medio para ver esto, pensé. Vamos, creo que sólo lo pensé, que no se lo dije, pero no podría asegurarlo. Lo de después... bueno, es verdad que ya no fue para tanto. Nos fuimos de riguroso selección nacional (hasta mi mujer se puso la camiseta) a La Redonda, vimos cómo estaba el patio, curioseamos... pero aquéllo ya no nos dio para gritar ni para saltar. Yo, allí, sentía más curiosidad que emoción. Y creo que, matiz arriba o abajo, esas reflexiones que tú haces nos las hicimos más de uno de los que andaba por allí. Y sin embargo, estábamos allí, por supuesto. Yo por mi parte, al final he concluido que ese tipo de emociones son difíciles de racionalizar (precisamente por que son absolutamente irracionales) y que qué coño, que fue un gran momento y cada uno lo toma como Dios le da a entender. Y añadiría una reflexión más a tu lista:

    13. ¡CAMPEONES... OÉ!

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  4. Tienes razón. A mí, que entiendo el fútbol como un relato, no me interesa el lado de las celebraciones, el único "real" al que podemos tener acceso. No necesito ser partícipe de nada de eso, aunque me gusta retransmitido por televisión o contado al día siguiente por un buen periodista. Ayer bajé un momento a la puerta de mi casa a ver pasar el bus de los campeones, por si veía algo interesante, alguna actitud, no sé. No había nada, solo un montón de gente. En realidad, creo incluso que la emoción de ver un partido por la tele es muy superior a la de disfrutarlo en el campo.

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  5. Qué gran post, cuanta verdad. Y sin embargo, los pocos que somos conscientes de lo que dices, accedemos a ser arrastrados por esa corriente insulsa pero gratificante llamada euforia colectiva...curioso especimen el ser humano

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  6. Desde pequeño se que carezco de ese gen, por lo que decidí no hacer el esfuerzo de verlo con mis hermanos y cuñados. Lo vi acompañado de la dueña de la mitad de mi tiempo, ella en el ordenador y yo delante de la tele sin volumen. Durante todo el partido me llegaron sus gruñidos, "a ver si pierden", !bonico van a dejar el jardín si ganan". Yo, sin el volumen, disfrutaba e incluso me permitía comentarios técnicos a la ceniza que tenía al lado. Al terminar el partido llame a mi hermana y me dijo que el ex volante izquierdo del Trinidad Atlético se estaba riendo en su silla de ruedas.

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