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Símbolos y verdad

En Murcia no salimos de una cuando ya estamos metidos en otra. Si la semana pasada había que quitar el desnudo de Mariana de Austria de los autobuses porque era sexista y ofensivo, esta semana es el Cristo de Monteagudo el que hay que demoler porque se trata de un monumento contra la libertad religiosa que ocupa un espacio público en un Estado aconfesional. La verdad es que vivimos un momento de iconoclastia radical que no tiene ni pies ni cabeza. Quitamos de en medio todo aquello que no nos gusta en aras de un progresismo chic que no puede ser perturbado bajo ningún concepto. El mundo debe ser perfecto y equilibrado, sin nada que altere el sistema de corrección política en el que estamos inmersos.

Esto, por supuesto, es una tontería monumental. Una de las claves estriba en que aún mantenemos con los símbolos y las imágenes una relación primitiva, creyendo que son “encarnaciones” de la cosas que representan. Luego nos reímos de las personas que creen que hay objetos con propiedades curativas o maléficas, pero creer que un trozo de mármol “es” opresor y coarta las libertades es tan primitivo e ingenuo como creer que “es” la divinidad. Iconoclastia e iconolatría son las dos caras de una misma moneda: el odio y el amor extremo a las imágenes tienen su fundamento en la creencia en que las imágenes son más que imágenes, que hay algo latente, vivo, en ellas.

Una cultura avanzada debe aprender que los símbolos (tanto los lingüísticos como los icónicos) son elementos arbitrarios que sólo adquieren su sentido en un contexto determinado. Son inocuos, inofensivos por sí solos. Somos los seres humanos los que les conferimos significado. Si a alguien hay que tildar de sexista u opresor no es nunca a una imagen, sino a un sistema y a unos sujetos que ponen en juego ese sistema. Lo que deberíamos hacer, en vez de ir tirando cosas por ahí, es apostar por una pedagogía que nos enseñe a entender que “no hay nada en las imágenes”. Sólo así las podremos respetar, cuestionar o comprender sin que nos afecten, sabiendo que todo es una cuestión de interpretación, un “ver algo como algo”.

Se trata de ser conscientes de las cosas: saber que no hay un fundamento “original” para nada, que todo son metáforas gastadas y tradiciones elevadas sobre un vacío primigenio. Si entendemos esto, podremos habitar el mundo dando a las cosas su justa importancia. Está claro que si comenzamos a tirar del hilo, nada se salva. No podemos intentar hacer una nueva Revolución francesa para cambiar incluso nuestro sistema temporal. Lo queramos o no somos hijos de nuestro pasado. Se trata de comprenderlo, no de destruirlo. Desde luego, el lenguaje y los símbolos son sexistas, opresores, dominadores... y todo lo que uno quiera. Pero no se puede pretender cargárselo todo para empezar de nuevo, porque entonces volvemos a Altamira. Y ya no sé yo si un Bisonte herido no sería entonces considerado un monumento al maltrato animal.

Lo que queda claro es que nuestro sistema de progresismo iconoclasta prefiere destruir en lugar de comprender, y todo sobre la base de un totalitarismo que intenta imponer un nuevo régimen de certeza asentado en la creencia de una verdad primera por la que merece la pena morir, matar y derribar al otro (al que está literalmente “desposeído” de la verdad).

Comentarios

  1. Yo pienso en una estupidez planetaria... Sin vuelta atrás.

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  2. Miguel Ángel: buenísimo comentario. Gracias por poner un poco de cabeza a esta época nuestra descerebrada.

    un abrazo,

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  3. El asunto es interesante y espinoso. Yo creo que hay trozos de granito (como el Valle de los Caídos) que son francamente opresores, y a riesgo de parecer primitivo, también creo que allí hay algo latente -incluso vivo- que a mucha gente le puede resultar bastante molesto.

    Estoy de acuerdo en que los significados son otorgados, pero no veo la manera de relacionarme con esos símbolos despojados de sus significados otorgados: se trataría de meras cosas. Suponiendo que pudiese llegar a creerme esa especie de visión "a la Matrix", no veo qué ventaja tiene ver en ese Cristo mero mármol, o -atención a lo que nos puede llevar esto- en una Brillo Box una mera caja de jabón. Por supuesto que quiero que las imágenes (sus significados otorgados) me sigan afectando.

    Como no creo en que podamos llegar a juzgar las imágenes como mera materialidad (ni falta que hace), no veo problema alguno en que decidamos sobre si algunas merecen ser destruidas y otras conservadas. Quizá sea un coñazo evaluar caso por caso, pero creo que es justo lo que hay que hacer. Por ejemplo, no creo que sea necesario conservar todas las imágenes del franquismo o de la religión: creo que tenemos que decidir cuáles estamos dispuestos a sorportar -tal vez porque su valor artístico compensa sus otros significados- y cuáles deseamos eliminar -quizás porque nos resulta insoportable vivir junto a ellas.

    Conservar por conservar, no.

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  4. El problema, Rubén, es qué ocurre cuando unos quieren conservar y otros no. ¿Qué hacemos entonces? ¿Lo que decida la mayoría? ¿Respetamos a la minoría? ¿Quién decide? Supongo que habría que estudiar caso por caso. Vayamos al caso: ¿qué hacemos con el Cristo de Monteagudo? ¿Tienen que ser una minoría supuestamente ilustrada la que nos diga si se debe conservar o no? ¿Respetamos el sentimiento mayoritario de los vecinos del pueblo? Incluso si el sentimiento de los que quieren conservarlo fuese minoritario, ¿debemos respetarlo o pasar por encima de él? ¿Es verdaderamente opresora esa escultura? En treinta y cinco años de democracia, nadie se ha sentido molesto ni ofendido por ella. Me cuesta creer que, de la noche a la mañana, ofenda a alguien o atente contra la convivencia. Desde luego, mi voto es para el sentido común: que se quede donde está

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  5. Leandro: esas preguntas que te haces (¿Qué hacemos entonces? ¿Lo que decida la mayoría? ¿Respetamos a la minoría? ¿Quién decide?) son las clásicas sobre la democracia, que me parece que hay que respetar en lo que se refiere a lo público (arte público incluido).

    Yendo al Cristo de Monteagudo: el tipo que ahora se queja tanto sobre él seguro que es un oportunista, eso por descontado. Yo no conozco el Cristo lo suficiente como para saber qué valor le otorgan quienes viven cerca de él. Valor artístico no le veo por ninguna parte, el religioso es el de siempre (y creo que no deberíamos seguir conservando cualquier engendro simplemente porque la Iglesia lo haya bendecido). A lo mejor hay muchas historias que ocurrieron cerca de él y eso hace que la gente le tenga cariño, que sea una presencia importante (en cuyo caso es lógico que quieran conservarlo).

    Yo de lo que hablaba antes es de que cuando discutimos sobre estos objetos discutimos siempre sobre sus significados otorgados, y no veo cómo la discusión puede salir de ahí.

    Saludos.

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  6. Buenísima reflexión. Nunca entendí, por ejemplo, porqué retirán estatuas y símbolos franquistas. Y nunca lo he dicho voz alta no vaya a ser que me tilden de facha

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