Calentamiento
Hace unos días escribía que con el calor se me estaban derritiendo las neuronas. Hoy puedo dar fe de que se ya se han colapsado todas. A ello ha contribuido, por supuesto, el estado de soberana estupidez en el que viven instalados los medios de comunicación de este país. Llevamos una semana en la que parece que no haya ocurrido nada más en el mundo que la muerte de Michael Jackson o el fichaje de Cristiano Ronaldo. No sé qué me espanta más si la espectacularización “oniro-kitsch” de la muerte del primero o el debate “pseudo-ético” en torno al coste del segundo.
Ambas cosas, en cualquier caso, se encuentran en la lógica de la banalidad contemporánea. Y sobre todo dan cuenta de la facilidad para la fascinación por el otro que tiene el ser humano. Una fascinación que tiene que ver con que ese otro representa todo aquello que anhelamos, nuestros deseos y nuestros sueños: nuestro súper-yo. Ésa también es la razón de nuestro odio ciego al enemigo, ese otro oscuro que encarna nuestros miedos y temores.
Héroes y villanos siempre han existido. El ser humano los necesita para poder continuar con su vida anodina y precaria. La cuestión es que los héroes de hoy ya no son como los de antes, o al menos nosotros ya no los construimos de la misma manera. Una de las características del héroe clásico era su impenetrabilidad: había siempre en él algo que no sabíamos, un enigma, un misterio incomprensible que, precisamente, constituía la clave de su condición. Ahora, sin embargo, queremos que el héroe sea transparente, queremos entrar en su vida privada y contemplar sus miserias. En cierto modo, la admiración de antaño se ha convertido en la más pura morbosidad.
Ambas cosas, en cualquier caso, se encuentran en la lógica de la banalidad contemporánea. Y sobre todo dan cuenta de la facilidad para la fascinación por el otro que tiene el ser humano. Una fascinación que tiene que ver con que ese otro representa todo aquello que anhelamos, nuestros deseos y nuestros sueños: nuestro súper-yo. Ésa también es la razón de nuestro odio ciego al enemigo, ese otro oscuro que encarna nuestros miedos y temores.
Héroes y villanos siempre han existido. El ser humano los necesita para poder continuar con su vida anodina y precaria. La cuestión es que los héroes de hoy ya no son como los de antes, o al menos nosotros ya no los construimos de la misma manera. Una de las características del héroe clásico era su impenetrabilidad: había siempre en él algo que no sabíamos, un enigma, un misterio incomprensible que, precisamente, constituía la clave de su condición. Ahora, sin embargo, queremos que el héroe sea transparente, queremos entrar en su vida privada y contemplar sus miserias. En cierto modo, la admiración de antaño se ha convertido en la más pura morbosidad.
Y cuando creías que la cobertura informativa de las cadenas televisivas no podía empeorar, va un jandilla y se lleva por delante a un pobre chico en los sanfermines y ya tenemos morbo catódico 24/7... país.
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